Al-Bashir no puede culpar de la crisis interna a las conspiraciones extranjeras

1/02/2019 | Opinión

omar_hasan_al-bashir.png Como todos los demás países, Sudán tiene enemigos y amigos, pero hay pocos motivos para que sus enemigos conspiren contra él. El presidente sudanés, Omar al-Bashir, está siguiendo el mismo camino que muchos líderes acostumbrados a culpar de sus fallos a causas externas. Sudán es un país con muchos problemas internos, por lo que no hay necesidad de centrarse en conspiraciones extranjeras para alibiar los numerosos problemas que sacuden a su régimen.

Al-Bashir parece haber usado todas las oportunidades para estabilizar su régimen y protegerse de las consecuencias de las protestas populares. Sin embargo, está cometiendo el error de tomar el control y concentrar el poder en sus manos, negándose a dejarlo o a escuchar las quejas de los ciudadanos sudaneses. Durante su mandato se ha apoyado en su Partido del Congreso Nacional (PCN), que no es más que el brazo político del movimiento islámico en Sudán, y en los militares. Sin embargo, en los ultimos meses ambos apoyos han mostrado descontento con las acciones de al-Bashir y con el estallido de la crisis y ambos optaron por distanciarse de la cabeza de Estado, creyendo que podían salvarse aunque tuvieran que sacrificar al presidente; pero, cuando el partido y los militares se percataron de que la nave podría hundirse con todos a bordo y de que no se engañaría a la gente tan facilmente, al final decidieron apoyarlo. De manera que, al-Bashir, el gobierno, el partido y el movimiento islámico están actuando como una unidad para su propia conservación, mediante movilizaciones con el pretexto de enfrentar una conspiración desde dentro o fuera de Sudán, de la cual no han presentado ninguna evidencia.

Como todos los demás países, Sudán tiene enemigos, pero hay pocos motivos para que estos conspiren contra él, al igual que hubo poco entusiasmo entre sus amigos para apoyarlo. Si algún partido misterioso deseara destruir Sudán, podría haber usado cualquiera de los cientos de problemas y las tensiones generalizadas que paralizan el país. Hasta ahora, la teoría de la conspiración, que al-Bashir está mencionando constantemente, suena más como una cortina de humo usada para detener los torrentes de protestas. En cuanto a los amigos de Sudán, o más precisamente, a los que el régimen sudanés considera como aliados, no fueron más allá del apoyo y de los discursos políticos resonantes que piden preservar la unidad y la estabilidad del estado. Pero no ha habido una asistencia económica de emergencia, siendo la crisis económica el núcleo del problema y siendo posible que empeore, independientemente de si Al-Bashir permanece en el poder, ya que Sudán es un prisionero de la acumulación de años de dificultades económicas.

El problema es que numeros analistas, tanto dentro como fuera de Sudán, están convencidos de que las posibilidades de supervivencia del régimen son limitadas y esta es una mala noticia para al-Bashir. ¿Debería reprimir aún más a los manifestantes o facilitar una solución segura que elimine el argumento de la oposición? Recurrir a la represión rara vez ha tenido éxito y la razón es simple: el aumento inevitable en el número de víctimas de la represión del régimen lleva a un aumento de la ira y la hostilidad hacia el gobierno sudanés a nivel internacional, esta es la razón por la que al-Bashir comenzó a insistir en la conspiración.

El segundo enfoque ha tenido éxito en algunos países, dependiendo de la sabiduría del régimen gobernante. Sin embargo, en el caso de Sudán, es probable que ese enfoque fracase. A juzgar por las experiencias de algunos países árabes, cada vez que los gobiernos intentaban hacer concesiones, la demanda popular de ventajas sociales, económicas y políticas aumentaba. Así fue como los regímenes de Hosni Mubarak en Egipto, Zine El-Abidine Ben Ali en Túnez y Ali Abdullah Saleh en Yemen fueron derribados.

El caso del régimen sirio es único. La política de puño de hierro adoptada por Bashar Assad no fue suficiente y casi condujo a su propio colapso y al del estado. Sin embargo, el régimen sobrevivió en el marco de un complejo juego de equilibrio de poder en la región, gracias al generoso apoyo de Rusia, Irán, el Hezbolá libanés y gracias a los cambios regionales e internacionales de la época. Pero ese no es el caso de Sudán, puesto que el país y el régimen son lo suficientemente frágiles como para que no haya necesidad de una conspiración para derribarlos.

El espectro de una conspiración podría ser útil en países con suficientes recursos y factores de poder para que puedan afectar sus entornos geopolíticos. El régimen sudanés se mostró a sí mismo como un país que sigue manteniendo buenas relaciones con el este, el oeste, el norte y el sur, pero eso no fue convincente, ya que la región que rodea a Sudán está llena de conflictos y los diversos movimientos de oposición en otros países tienen conexiones bien conocidas con potencias extranjeras. La mayoría de los países de la región recurrieron a acuerdos bilaterales y regionales para mantener a la oposición bajo control.

Los factores externos de inestabilidad han existido durante algún tiempo en Sudán y los países vecinos. Jartum ha firmado acuerdos con Chad, Etiopía, Eritrea, Sudán del Sur y la República Centroafricana para poner fin al juego de las guerras de poder a través de la oposición. A pesar de los sufrimientos de esos países, la idea de conspiración regional tiene una credibilidad limitada ya que esos países no tienen el lujo ni los medios para participar en actos subversivos en un país vecino, en particular cuando las repercusiones de tales actos serían negativas para ellos.

Mohamed Aboelfadl

Fuente: Thearabweekly.com

[Edición y traducción, Judit Serra Ballester]

[Fundación Sur]


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