Harraga en Argelia

26/07/2017 | Opinión

A los emigrantes los llaman «harraga», «los que queman [las fronteras]». Y con sus 1.400 km. de frontera al sur y 1.200km al norte, Argelia es para ellos un país importante en su viaje hacia Europa. Son en la mayoría emigrantes económicos subsaharianos. Su número disminuye o aumenta en función de las dificultades o facilidades que encuentren en los otros países costeros: Senegal, Mauritania y Marruecos en el Atlántico, Túnez y Libia en el Mediterráneo. El flujo ha vuelto a aumentar desde finales del 2016. Y una vez en Argelia los emigrantes intentan sobrevivir, siempre a merced de las declaraciones un tanto contradictorias de las autoridades locales. Por una parte los guardacostas de Orán y Beni Saf hacen su trabajo e intentan impedir que zarpen las frágiles embarcaciones utilizadas por las mafias para el transporte de los emigrantes. Las autoridades los agrupan y los llevan hasta el centro de acogida de Tamanrasset, a 2.000 km al sur de Argel, para conducirlos desde allí a Guezzam, y finalmente al centro de refugiados de Agadez en Niger. Por otra parte Argelia es un país de emigrantes. Sólo en Francia viven casi dos millones y medio de argelinos, de los cuales más de un millón son de nacionalidad francesa. Siendo numerosos los argelinos que simpatizan con el sufrimiento y los esfuerzos de los subsaharianos por llegar a Europa. Pero esto no lo sienten todos.

Cuando al final del Ramadán circuló en la red un vídeo sobre el campo de refugiados de Oued El Kerma, situado bajo un puente de una de las autopistas que rodean Argel, –“una isla de humanidad en una marea de desolación” según el periodista Mustapha Benfodil–, aparecieron en Facebook comentarios ofensivos contra la “invasión de los africanos”. Hubo quien lanzó en twitter el hashtag #Pas_dafricains_en_algerie. A lo que Sid Ali Kouidir Filali, portavoz del movimiento Barakat respondió “¡No en mi nombre! Soy argelino y africano. Comparto con el continente su tierra, su futuro, su historia y el sufrimiento de la colonización. Comparto los combates de Sankara, Lumumba y Cabral; el pensamiento de Fanon, Césaire y Senghor; las luchas de Mandela, Nkrumah y Abdul Karim Camara. #JE_SUIS_AFRICAIN”.

harraga-ext.jpgCon ocasión del Día Mundial de los Refugiados (20 de junio), Nureddine Bedui, Ministro del Interior, declaró que “Argelia no abandonaría a sus invitados”. Tres días más tarde el Primer Ministro Abdelmajid Tebbune condenó la campaña contra los emigrantes. “Argelia es un país de acogida, y el argelino no es racista”. Todos conocemos sin embargo el refrán español “Dime de que presumes y te diré de qué careces”. Y este domingo 9 de julio causaron fuertes reacciones las declaraciones de Ahmed Ouyahia, del partido Reagrupación Nacional para la Democracia (RND), Primer Ministro en tres ocasiones entre 1995 y 2012: “Han entrado en Argelia ilegalmente y la legislación no autoriza que se les contrate… Esa comunidad es una plaga que trae drogas y criminalidad… No le pedimos al gobierno que los eche al mar o los abandone en el desierto, pero sí que ponga un freno jurídico a la anarquía que sufre el pueblo argelino… Y que no nos hablen de derechos humanos, porque somos dueños en nuestro país. Mirad si no como un gran país habla de construir un muro para impedir la llegada de extranjeros. Y Europa quiere convertir el norte de África en un campamento para que los africanos no lleguen a Europa”.

Respondiendo a Ouyahi, algunas ONGs argelinas lo han tratado de xenófobo y racista. Jil Jadid, el partido dirigido por Soufiane Djilali, ha calificado sus declaraciones de irresponsables. Amnistía Internacional ha condenado las palabras de Ouyahi porque alimentan el racismo y favorecen la discriminación. La crítica más inteligente ha sido la de Amira Bouraoui, del movimiento Barakat: “Tras haber fracasado en sus planes políticos y económicos, Ahmed Ouyahia quiere ahora echar la culpa a un pequeño grupo de refugiados. En realidad con los miles de millones de dólares que los gobiernos argelinos han malgastado se hubiera podido promover el desarrollo de toda África”.

A pesar de su situación incierta, algunos refugiados prefieren quedarse y trabajar en Argelia. Ibrahim Idrissa, que siendo de Níger no necesita visado para entrar en Argelia, se confiaba a Mustapha Benfodil: “Prefiero quedarme en Argelia. Hay demasiados muertos en el mar… En caso de enfermedad vamos al hospital de Baba Ali o al de Harrach. Algunos van a Blida”. Argelia ratificó en 1963 la Convención de Ginebra sobre los Refugiados y en 2004 la Convención de la ONU sobre el trabajo de los emigrantes. Pero todavía no hay casi nada legislado sobre la Migración y/o el Asilo en Argelia. Tan sólo una ley que regula la entrada, la estancia y la circulación de extranjeros.

El periódico El Watan (tirada 120.000 ejemplares) dedica regularmente su atención a los emigrantes, y precisamente la semana pasada publicó dos artículos del periodista investigador Chahredine Berriah. En el primero, Berriah describía su visita al «gueto de Maghnia» (550 km. al este de Argel y a 212 km. de Orán) el 9 de julio, al día siguiente de que el campamento hubiera sido incendiado por desconocidos. “Allí donde habían convivido comunidades bien organizadas, ahora, de las chozas destruidas, cacerolas por el suelo y plásticos quemados, se elevaban la desconfianza y la cólera”. En el segundo de los artículos, Berriah contaba su viaje con tres subsaharianos, guiados por un traficante argelino, desde Maghnia hasta Nador, al sur de Melilla. No sólo la frontera entre Marruecos y Argelia está cerrada, sino que los marroquíes han construido un muro de hierro de tres metros de alto, y los argelinos, en contrapartida, han cavado fosos de siete metros de profundidad y tres de ancho. Y porque no olvida que también los argelinos son emigrantes, el mismo periódico publicaba el 7 de julio el “viaje hacia la muerte” de un “harraga” argelino de Tizi Ouzou que junto con otros 52 compatriotas había intentado llegar a Europa pasando por Libia. Tiroteados y devueltos a tierra por los guardacostas libios, hombres armados les habían robado más tarde todo su dinero. Finalmente la policía libia los había salvado cuando temían ser asesinados para que sus órganos pudieran ser vendidos. “Escogí el exilio porque quería vivir mejor, en democracia, en libertad, en un país que me respetara. No buscaba el dinero sino una vida mejor. Quienes quieren hacerse ricos, mejor que se queden en Argelia”.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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