Yo fui un esclavo que trabajé en el Departamento Correccional de California

5/04/2017 | Opinión

El complejo industrial de la cárcel me convirtió en una mercancía valiosa.

«No existirá ni esclavitud ni servidumbre involuntaria, salvo como castigo por delito del que el acusado haya sido debidamente condenado, dentro de los Estados Unidos ni en cualquier otro lugar sujeto a su jurisdicción».

Enmienda 13 de la Constitución de los Estados Unidos, propuesta el 31 de enero de 1865, y ratificada el 6 de diciembre de 1865

invisible_men.jpgMe preguntan a menudo si el uso de las palabras «narrativa de esclavos» en el título de mi libro, «Los hombres invisibles: una narrativa contemporánea de esclavos en la era de la encarcelación en masa», es un tropo o metáfora. No, no lo es. Aunque pocos estadounidenses lo saben, la cláusula de excepción en la Enmienda 13 hace esclava a una persona cuando es condenada por un crimen y enviada a prisión.

Sé que el expresidente Barack Obama, un erudito constitucional y hombre Negro, entiende esto. Aplaudo sus esfuerzos para abordar cuestiones de encarcelamiento masivo. Entiendo el simbolismo de su visita a una prisión federal, el único presidente estadounidense que lo ha hecho. Estos fueron unos primeros pasos importantes, pero queda aún un largo camino por recorrer.

Mientras estaba encarcelado en California en los años 80, yo era esclavo en la fábrica de muebles de San Quintín, donde me pagaban 15 centavos la hora. Las sillas de oficina que yo hacía eran vendidas a varias entidades estatales, entre ellas la Universidad de California, a un precio de 300 a 400 dólares.

Esto es lo que yo llamo trabajo de esclavos. Según el artículo de Jaron Browne, titulado «Enraizado en la esclavitud: explotación del trabajo en prisión», «Sólo en Califonrnia hay en la actualidad más de 70 fábricas en sus 33 prisiones».

Lo que presencié como esclavo para el Departamento Correccional de California fue una operación contemporánea, autofinanciada de trabajo esclavo que incluía granjas, pesquerías, ranchos, fábricas de ropa y calzado, todo realizado por reclusos esclavos, como yo lo era, pagados 15 centavos la hora. Cada preso pagado a menos de 2 dólares al día genera anualmente 41,540 dólares para el estado de California.

No debería sorprender que cuando los reclusos de varias prisiones estatales entraron en huelga este año, su acción, particularmente en California, afecto la línea de fondo de la fuente de ingresos del estado. Según Popular Resistance.Org, la huelga cuesta al estado de California 600.000 dólares cada día. Estiman que el Departamento de Industrias del Correcciónal de California cosecha 207 millones de dólares en ingresos y obtiene una ganancia de cerca de 60 millones de dólares al año. En términos más generales, según informa the Prison Policy Initiative, la estimación anual mínima para toda la producción industrial de las cárceles y prisiones en los Estados Unidos es de más de 2000 millones de dólares. Esta es la esclavitud moderna consagrada en la Constitución de los Estados Unidos. Ese margen de beneficio es aún mayor en ciertos estados del sur que no pagan nada a los trabajadores reclusos.

Mi libro trata del desafío difícil y, a menudo, imposible para los exencarcelados, cuando intentan la llamada reentrada y reintegración después de haber cumplido su tiempo en la cárcel y haber pagado con creces su deuda a la sociedad como esclavos. El título del libro pretende llamar la atención sobre las grandes injusticias de la servidumbre penal. El Complejo Industrial Penitenciario asigna un promedio anual de 32.000 dólares de los contribuyentes para encarcelar a un preso. Cuando me liberaron me dieron 200 dólares, una palmadita en la espalda y un billete de autobús si lo necesitaba. Lo que yo y miles de extrabajadores esclavos requerimos es una mejor preparación para reintegrarnos en la sociedad al salir de prisión. Lo que ahora tenemos no es mejor que ser expulsado de las plantaciones del sur al final de la Guerra Civil, sin tierra, sin dinero y sin formación.

Ir a la cárcel en América es esclavitud contemporánea. Las industrias de prisión son las modernas plantaciones de hoy día. Celebraré cuando las palabras «narrativa de esclavitud» sean un tropo o una metáfora. Desafortunadamente, hasta que como sociedad no comprometamos nuestras mentes, corazones y recursos para dar la bienvenida como ciudadanos a los exencarcelados que regresan, Hombres Invisibles: una narrativa de esclavitud contemporánea en la era de encarcelamiento de masas, seguirá siendo la historia de millones.

Flores Forbes

* Flores Forbes, vicepresidente asociado para la implementación de políticas y programas en la Universidad de Columbia en Nueva York, es un urbanista y escritor que vive en Harlem. Su primer libro, «¿Will you die with me? My Life and the Black Panther Party” (¿Morirás conmigo? mi Vida y el Partido Black Panther) publicado por Skyhorse Publishers en el otoño de 2016, relata sus 10 años en el Partido de los Panteras Negras, tres años como fugitivo y cinco años en prisión.

Su libro más reciente, «Los hombres invisibles: una narrativa de esclavos contemporánea en la era de la encarcelación en masa», sigue su vida después de la prisión y su viaje para convertirse en un urbanista exitoso y superar el estigma de haber sido encarcelado y cómo él y muchos otros hombres negros que deben esconderse hasta que pueden eliminar ese estigma. Puede ser contactado en Faf2106@columbia.edu.

[Traducción, Jesús Esteibarlanda]

[Fundación Sur]


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