¿Y Libia?, por Rafael Muñoz Abad

27/02/2017 | Bitácora africana

libia_mapa.gif Antonnella, que ya me di cuenta a mis nueve años que era elegante como un pespunte de Valentino, me hablaba de Libia en su inglés cockney de té. Doble aprendizaje por asociación dispar. [Ella] visitó el país en los años ochenta cuando era un estado hermético acusado de ser parte del eje del diablo por un tal Reagan. Sus palabras ensalzaban la amabilidad de la gente, la limpieza, la seguridad y el estado del bienestar pues recordemos que la mayor renta percápita del continente, quitando la población blanca de Sudáfrica, la tenía Libia. También me dijo Selim que sus primos libios en la vida trabajaron y que por derecho de cuna, vivienda y paga eran vitalicias; una de las muchas bondades de las rentas del crudo y de su escasa población. ¿Queréis desigualdades y problemas, crear países superpoblados?
Que Libia haya tomado el relevo de Somalia cual paradigma de estado fallido, meramente obedece al acto de irresponsabilidad de occidente a la hora de catalizar el fin de Gadafi. La segunda interpretación es que poco nos importa lo que suceda en el Cuerno de Africa pues eso está muy lejos de nuestra consciencia de sofá y emoticono.

Entender Libia es conocer la periferia del viejo Imperio romano y la rivalidad entre Cirenaica y Tripolitania; provincias de Roma que dos mil años después siguen siendo la bicefalia tribal de un país que si te alejas del bullicio costero, es ruidoso en silencios. Cuando mi reserva a Trípoli ya estaba hecha, se vio frustrada por aquella revuelta contagio de las infructuosas Primaveras árabes e ir ahora, tal vez sería un suicidio pues el país carece de jefatura más allá de una trapería de señores y milicias que gobiernan barrios por el derecho del kalashnikov donde la ley es el antojo azaroso del viento que mejor sople; aunque igual vas e…Inshallah.

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Si buscan imágenes de Gadafi en su juventud, antes de ser destruido por el botox y apilar hasta cinco mil trajes, encontraran a un hombre de profundos ojos negros con ese magnetismo que sólo el beduino tiene en su silencioso mirar. Un Lawrence en uniforme arena con pose de portada para Life. Muhammad tuvo su momento para haberse coronado Kennedy del panarabismo y líder de los no alineados; inercia que no supo marinar y su trágico final ya lo conocen. El atentado en los vuelos PAN AM 103, UTA 772 o la matanza en una discoteca de Berlín, pusieron en liza su relación con el terrorismo internacional de la mano de un sinfín de excentricidades y bravuconadas que acabarían arrinconando al regimen de Trípoli. Y como no hay tirano que se precie sin catecismo, de igual manera que Mao tuvo su libro rojo, Gadafi instucionalizó su cartilla verde que se hizo extensible a la bandera nacional; un rectángulo verde, color del Islam. El “libro” lo pueden descargar gratis…y calzar una mesa.

Saber que pasa en Libia es complejo. En los despreocupados despachos presidenciales de este arrabal moral llamado Europa, las agencias de seguridad apilan informes en los que advierten que el país es caldo de cultivo de decenas de facciones relacionadas con el integrismo donde incluso el Estado Islámico tiene su embajada y barrio propio. La era pos Gadafi ha creado una bomba de relojería a una hora en avión de Italia. Libia y sus costas dan cobijo a miles de desesperados que, hacinados cual animales, esperan su turno para ser embarcados en cualquier cosa que flote e intentar ganar El Dorado europeo en pos de papeles. Es la nueva Trata donde la violencia sexual y la explotación van de la mano. Muchos de los que intenten cruzar, después de haber pagado tres mil euros por cabeza, perecerán ahogados. Las mafias de la inmigración, que también son las de las armas y las drogas, pagan su peaje al islamismo y tienen en Libia el destino final del llamado pasillo del diablo. Un corredor que atraviesa el Sahel en sentido norte donde regulan el tráfico de personas, cocaína y armas con la seguridad que el anonimato del desierto les concede. Las misiones europeas en Mali o Níger nada pueden hacer y todo es cara a la galería. Los atentados que matarán en Paris o Berlín, tendrán su gnosis en el vacío libio; sólo es cuestión de tiempo.

El caos ha generado una figura curiosa: los llamados señores del petróleo. Una vertiente más chic de los célebres Señores de la guerra. Reyezuelos respaldados por las armas que controlan una mono-boya y algún pozo de petróleo y que, directamente, con sus abogados y brokers en la city londinense – ¿van entendiendo porque al Reino Unido se la trae al pairo estar en Europa? – negocian los fletes con los armadores y hacen caja con el petróleo libio; quizás el de más calidad y fácil extracción. La costa se ha transformado en un taifarato de milicias privadas con rango de gobierno local enriquecidas a golpe de flete de petróleo y armadas hasta los dientes; recordemos que el derrocamiento de Gadafi, irresponsablemente apoyado por occidente en lo militar, vació los enormes arsenales libios y el país y sus vecinos [del sur] se han armado peligrosamente. Libia es una especie de Tatooine para los Star Wars frikis; frontera sin ley a tiro de piedra de la organizada Europa. ¿El futuro? No nos importa lo que allí pase y hasta agradecemos que nos censuren las imágenes de los cientos de ahogados y cuando toque atentado, un millón de imbéciles pondrán su banderita en el perfil del Facebook a la par que los políticos de turno balarán de lo que no saben. Es finito el tiempo de la infantil e irresponsable burbuja europea.

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