Una cadena de terremotos sacude Malaui

25/01/2010 | Crónicas y reportajes

Mientras que el mundo se centra en el horror de Haití, se le está prestando poca atención a los al menos 30 terremotos que han sacudido Malaui en el último mes, el más alto en la escala de Richter, de intensidad 6.2.

Los científicos han denominado los terremotos en Karonga, en el valle del Rift, en la frontera con Tanzania, un “hervidero de terremotos” y están llevando a cabo evaluaciones geológicas, para poder saber si van a producirse más.

La ciudad de Karonga cuenta la historia: casas derrumbadas, tejados caídos y enormes cortes en la carretera donde la tierra se ha abierto. A los niños se les están dando las clases bajo árboles, en lugar de las aulas y la mayor parte de las casas tienen al lado un refugio improvisado de paja y plástico: la prolongada intensidad de los temblores ha hecho que la gente tenga miedo de estar dentro de sus casas.

“El primero se produjo por la noche, el 6 de diciembre, pero no sabíamos qué era un terremoto. Ni nuestra gente más anciana lo conocía, nunca habíamos experimentado esto antes”, asegura Rachel Kasambala.

“La casa temblaba como su estuviera siendo transportada por un gran camión”, cuenta Caroline Malema, “tenía tanto miedo que salí corriendo de la casa dejándome olvidados dentro a mis nietos”.

El segundo terremoto destruyó la casa de Monica Muhango. Por suerte, ella y su familia estaban durmiendo fuera desde el primer terremoto, si no, hubieran muerto.

Justo cuando la gente empezaba a creen que la crisis había pasado, y había empezado a reconstruir y volver a sus casas, el gran terremoto, el de 6.2 de intensidad, sacudió Malaui el 20 de diciembre.

“Era la 1.15 de la madrugada y todos dormíamos. Habíamos vuelto a nuestras casas porque estaba lloviendo muy fuerte y no podíamos tener a los niños fuera, bajo la lluvia”, explica Muhango.

“Era como si estuviéramos en el mar y las olas nos empujasen arriba y abajo y no pudiéramos salir. Duró media hora, pero el temblor era tan fuerte que ni siquiera podíamos encontrar la puerta.

“Las casas se agrietaban y los ladrillos caían. Algunos salieron corriendo de sus casas hasta desnudos”.

Una vez que terminó el temblor, las familias tuvieron que sentarse afuera, bajo la lluvia, toda la noche, demasiado temerosos para volver a entrar en sus casas en plena oscuridad, para coger ropa y mantas.

Malema y su familia todavía duermen fuera de la casa, temiéndose lo peor: “No creemos que esto haya terminado, todavía hay muchos temblores más pequeños. No sabemos por qué pasa esto, si es el cambio climático o obra de Dios”, se pregunta Malema.

La incertidumbre está afectando a los malauianos a la hora de ganarse la vida, porque las mujeres se resisten a dejar solos a sus niños mientras ellas van a comprar pescado al mercado, cerca del lago Malaui.

El gobierno de Malaui y las ONG han establecido un campo para las personas desplazadas, con capacidad para cerca de 7.000, pero muchos se niegan a ir a él y dejar solas sus casas.

“La gente no quiere dejar su tierra”, asegura Colins Kamuloni, el director del campo, del ministerio de salud, “te dicen que sus padres murieron ahí y que ahí están sus tumbas” “¿a dónde vamos a ir?”, exclaman.

La mayoría necesita quedarse y atender sus campos, para asegurar que tendrán cosecha que recoger. Dice Kamuloni que “si no trabajan los campos ahora, pasarán hambre el próximo año”.

Los que se han ido al campo se enfrentan a superpoblación y a la escasez de agua y servicios sanitarios, y corren el riesgo de coger malaria o disentería.

Cossan Munthalo, de la organización Oxfam de comunidad de base, trabaja para instalar servicios para el agua y los sanitarios, pero deja claro que vivir en el campo no es una solución a largo plazo.

“No queremos que la gente empiece a ser dependiente de la ayuda”, explica, “Debemos ser claros sobre cómo se tomarán las decisiones si se tiene que reubicar a la gente. Las decisiones deben tomarse con rapidez y con un plan claro de cómo sobrevivirá la gente si tienen que dejar sus campos”.

Mientras tanto, cientos de miles de malauianos están viviendo en el limbo, no saben si podrán volver a habitar sus casas, y esperan los resultados de la investigación geológica, que determinará si la zona es segura para ser habitada por los humanos.

Nicole Johnston

Coordinadora regional de medios, apra Oxfam, Gran Bretaña.

(Mail & Guardian, Suráfrica, 25-01-10)

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