Tribu: otra palabra para decir víctima

6/06/2008 | Opinión

¿Por qué los andaluces, los vascos, los bosnios, los irlandeses y los chechenos son naciones mientras que los ashari, los acholi, los maorí y los inuit son tribus? La respuesta, escribe Philip Ochieng, está en la estructura y cosmología de la subyugación, citando el Imperio Romano.

Parece que una palabra es la que dirige nuestro destino nacional: Tribalismo. Si las elecciones de diciembre fueron secuestradas, todos nosotros le echamos la culpa al tribalismo, confidencialmente. En cualquier caso, su consecuencia más espectacular, la violencia que sacudió a todo el país, parecía picar a unas tribus contra otras.

Incluso ahora, que la beligerantes políticos parecen haber encontrado un denominador común, tendemos a decir que el Gobierno de coalición es un compromiso de tribus. Y no es sólo Kenia. Todos los pueblos anteriormente colonizados tienen el hábito de utilizar esa locuaz palabra unos contra otros.

Pero ¿cuántos keniatas y otros pueblos africanos y del tercer mundo saben realmente lo que significa el epíteto tribalista, con el cual se denigran a sí mismos tan alegre y frívolamente cada día? Discutamos al menos las dos definiciones que yo conozco.

Originalmente, una tribu no tiene nada que ver con la etnicidad. Una tribu era simplemente una de entre un número de unidades en las que se dividía un imperio en expansión, para facilitar su administración. La antigua Roma es un buen ejemplo. En realidad, el inglés tiene la palabra “tribu” gracias al latín.

En la antigüedad clásica, la Kenia de hoy en día, tomada como un “imperio”, habría sido dividida en 8 tribus administrativas llamadas: Central, de la Costa, del Este, Nairobi, Noreste, Nyanza, Valle del Rift y Oeste. Las tribus de Tanzania habrían sido Kilimanjaro, Mara, Morogoro y Singida.

La segunda, y mucho más conocida definición, es mucho más reciente. Pero es terriblemente tendenciosa, ya que no es más que un prejuicio de la intelectualidad de Occidente, y data sólo de los tiempos mercantiles, de hace 500 años, cuando la Europa occidental llegó a la posición de hegemonía del mundo.

Según esta definición, una tribu es un grupo de individuos con una herencia de sangre común, que se ganan la vida con una formación de muy bajo nivel socio económico. Una tribu es, en pocas palabras, una comunidad etnolingüística que vive en unas condiciones muy primitivas.

De acuerdo con la segunda definición, se nos dice que ya sólo existen tribus en el tercer mundo, especialmente en África. De acuerdo con esto, los tamil, khemer, inuit, maori, khosa, ashanti, acholi y kisii, son “miembros de tribus” y lo que hacen entre ellos o a los vecinos, es “tribalismo”.

Sin embargo, según el pensamiento de la Europa occidental y del norte de América, formaciones similares, o incluso de menor nivel socioeconómico, como los andaluces, los vascos, los bosnios, los chechenos, los flamencos, los irlandeses, los kosovares, los lapones, los galos y alguno más, no son tribus sino nacionalidades o incluso naciones.

Cuando estos grupos reivindican algo para sí mismos o unos contra otros, como en el caso de la antigua Yugoeslavia, ¡no es tribalismo sino “nacionalismo”! Los críticos condenan esto como “Eurocentrismo”, pero “Racismo” es un término mucho más apropiado para esta actitud de que todos los seres humanos, excepto los europeos, viven en comunidades tribales.

Los resultados, de acuerdo con estas enseñanzas, es que la civilización y el salvajismo son categorías genéticas y no meramente culturales. Esta es la razón por la que Mahmoud Mamdani, el famoso profesor ugandés de ciencias políticas, siempre utiliza el término “nacionalidad” para referirse a todos los grupos africanos que conocemos por tribus.

En esta misma línea de crítica feroz al imperialismo moderno, los taita, maasai y borana de Kenia, no son tribus, sino nacionalidades. Otras críticas a esta vanidad del mundo desarrollado, incluyendo el mismo Ngugi wa Thiong’o de Kenia, va más allá y se refiere a esos grupos como Naciones.

En sus trabajos de No-Ficción, Ngugi no duda en su mente que los somalíes, los kamba, los luhya, los kikuyu, los luo y otras comunidades comparables de otros países africanos o del tercer mundo, son nada menos que Naciones ¿Cómo podría yo no estar de acuerdo con esto?
Si los serbios o los croatas son nacionalidades o naciones, y no meras tribus, cómo es que los igbo, yoruba, hausa, zulu, ganda y kongo son llamadas tribus? Debo señalar, sin embargo, que cuando el mismo objetor utiliza la palabra Nación para referirse a una entidad mayor, produce una gran confusión.

¿Cómo pueden los kikuyu o los luo ser naciones cuando Kenia también es una nación? ¿Cómo puede India ser una nación cuando, dentro de ella, existen las naciones bengali y bihari? Pero este problema plaga incluso Europa. Las naciones de los ingleses, los irlandeses, los escoceses y los galos componen algo llamado la nación británica.

Pero, entre las ideas centrales de esta definición está la de que una tribu es un grupo social que reconoce unos ancestros primordiales, a menudo epónimos, ocupa un continuo territorio definido, habla una lengua peculiar y practica una única cultura.

Para la mentalidad occidental, los kikuyu son una tribu de este tipo. Ya que Gikuyu es su padre (epónimo), hablan una lengua bantú definida, han establecido una manera de hacer las cosas y viven en el territorio que se encuadra entre el monte Kenia y las colinas de Ngong.

Los luo de Kenia son otra tribu. Su núcleo original fue conducido a lo que hoy es Kenia por un individuo llamado Owiny. Por esa razón, las comunidades luo de Uganda, especialmente los Jopadhola (descendientes del hermano de Owiny, Adhola), llaman a todos los luo de Kenia Jokowiny, hijos de Owiny.

No obstante, es útil hacer esta distinción porque el término “Luo” (o “Lwo”) es mucho más inclusivo. También lo reclaman grupos como los lang’i, acholi y karamojong del este y norte de Uganda, los alur del noreste del Congo y los nuer, dinka y shilluk, del sur de Sudán.
Así, también, los luo de Kenia (y de la región Mara, de Tanzania, a la que emigraron en la época colonial), hablan cierta lengua nilo-sahariana, practican una determinada cultura y viven en los territorios de alrededor del lago Victoria, el intrusivo golfo de Nyanza.

Pero vamos a tener cuidado con esta arrogancia euro-colonial. Aunque en el siglo XX, antropólogos objetivos advirtieron de que la etnicidad no es un concepto que tenga que ver con la sangre. Siguen enseñando que la cultura y la lengua son las únicas definiciones fidedignas de grupo étnico.

Aunque básicamente los pueblos camito-negros, (Camita: descendiente de Cam, bíblico) antes de que desaparecieran de la historia, los inimitables coptos de Egipto, (los que construyeron las pirámides), llevaban mucha sangre semita (Hyksos) y aria (persas, helenos y romanos) en sus venas. Esto significa que una tribu puede ser incluso una mezcla de razas.

La tribu khoikhoi, de Suráfrica (a los que los anglo holandeses conocían peyorativamente como “hotentotes”) están clasificados con los “khoisan – bosquimanoides”, que incluyen los hadzabe de Tanzania, los kung de Namibia y los pigmeos de la selva del Congo.

Pero por las venas de los khoikhoi fluye una gran cantidad de sangre mongola (de Indonesia y Malasia). Esto es por lo que la piel del khoikhoi tiende a lo que el poeta Gerard Manley Hopkins describía como “un ascua que va de dorado a bermellón”.

Asimismo, los árabes del Magreb han asimilado la sangre no sólo de los libios originales, un pueblo negroide, sino también la de los vándalos caucásicos, que ocuparon el norte de África durante muchos siglos después de que los bárbaros góticos destruyeran el imperio romano, a mediados del primer milenio antes de Cristo.

En el antiguo Iraq, Georges Roux, advierte que los semitas ya no pueden ser definidos por su sangre, sino sólo por su lengua. El sincretismo lingüístico es lo que permite a los comentaristas de la nueva era, como Andrew Philips y Zecharia Sitchin alegar que los antiguos cananeos (fenicios) eran semitas.

Pero, como indica Robert Graves en Los Mitos Griegos, los cananeos vienen de Uganda y eran, por su sangre original, camito-negros. Lo mejor que puede decirse es que tanto los camitas como los semitas se originaron en la zona entre el lago Victoria y el cuerno de África, que es por lo que los dos grupos de lenguas son tan similares.

Sin embargo, la advertencia de Roux se hace en un sentido pertinente. Hasta muy recientemente, todos los grupos humanos se movían perpetuamente de acá para allá por todo el planeta. En este sentido, “donaron” sangre e intercambiaron cultura y lengua por todas partes.

En pocas palabras, una tribu siempre es una compleja mezcla de sangres. Una entidad como luhya o luo o kikuyu es tan heterogénea en las venas que su reivindicación de un ancestro común debe ser descartada de una vez por todas como un mito sin contenido.

Mumbi y Gikuyu no parecen ser más que un ejemplo de la deidad creadora y su serpenteante demiurgo común a los mitos de la creación de todas las comunidades étnicas antiguas. Esto parece obvio. El nombre de Mumbi está etimológicamente relacionado con el verbo kiswahili Kuumba, (moldear, dar forma, crear).

Mumbi pertenece a la misma rama mitológica que el Akan Ngame, el Kalenjin Asiis, el cusita Assit, el cananita Astarte, la israelita Ashtoreth o Esther, la babilonia Ishtar, el atlántico Oestre y Ishwa de los vedas, la diosa creadora cuyo nombre cambiaron los helenos a Isis, y que era conocida por los griegos nilo-pelasgicos como Eurinome, (aquella cuya jurisdicción abarca todo el mundo).

Casi es una certeza que Mumbi y Gikuyu no fueron individuos reales sino que simplemente representaban el superlativo de los ancestros de la tribu cuyo origen podían determinar la tradición o la memoria. Además, las tradiciones de este tipo normalmente están ciegas ante las numerosas raíces espontáneas que pueden haberse unido a la raíz principal durante el largo camino de la tribu a lo largo de la historia.

En verdad, bastante a menudo, una de estas líneas afluentes es la que puede llegar a dominar eventualmente el carácter de una comunidad tribal. Un buen ejemplo es Israel. Llegó a ser dominada por la tribu de Judá, (la tribu que después pasó a ser conocida como los judíos).

Pero, en sus muchos libros sobre este tema, Laurence Gardner, demuestra, mediante claros gráficos genealógicos, que Judá tiene fuertes lazos sanguíneos con los pueblos de amalek, ammon, copto, cush, edom, hiv, midian, moab, los filisteos y los troyanos.

Esto es lo que reduce al absurdo las denuncias de muchos sacerdotes judíos contra los hombres de Israel que se casan con mujeres de otras situaciones étnicas. Todos los patriarcas más reverenciados de Israel y Judá, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Josué, David, Salomón, son una autentica mezcolanza de diferentes sangres.

Así, en cualquier tradición mítica, el supuesto fundador de la línea original puede mantener su supremacía como padre de toda la tribu, aunque, por sangre y otros factores, la tribu puede, a lo largo del tiempo, haberse separado mucho de su patriarca original.

Por ejemplo, la completa aristocracia real y sacerdotal de los judíos fue siempre levita, nativos de las islas nilóticas de Malleui, hoy Malaui, o sea la isla de Leui o Lawi, el nombre que los griegos helénicos cambiaron a Levi.

Malleui era la base del grupo mágico-sacerdotal afiliado al Faraón Akhenaten que, bajo el seudónimo de Moisés, liberó al pueblo de Israel, les dio su religión y les lideró en la marcha llamada éxodo. Esto es por lo que se llamaba a los líderes del Éxodo levitas.

Después de cierto tiempo, la composición de la sangre de una tribu está tan mezclada que Desmond Morris (in El Zoo Humano) lo llama “súper tribu”. A pesar de la heterogeneidad de la sangre, el pueblo jokowiny habla una lengua más o menos homogénea, desde Ugenya hasta más allá de las fronteras de Tanzania y los kikuyu, desde Nanyuki hasta Kerarapon.

En un sentido cultural y lingüístico, estos dos son más o menos “súper tribus” homogéneas. Pero, por sangre, son un mejunje desconcertante. En otras “súper tribus”, sin embargo, esta mezcla empieza mucho más recientemente. Por lo que el sincretismo culturo-lingüístico no está tan claro.

Si llamamos a los kalenjin una tribu, ¿Qué es lo que deberíamos llamar entonces a los kisigis, marakwet, nandi, pokot, tugen y muchos otros que están incluidos en la palabra bahúl Kalenjin?

De manera similar, aunque los maragoli, los bukusu y los samia puedan ser consanguíneos, que es por lo que ahora se hacen llamar Abaluhya, sus lenguas son casi ininteligibles mutuamente. Si un samia se casa con un maragoli, normalmente se ven obligados a adoptar como lengua de la casa el inglés o el kiswahili.

Además, los ababukusu han asimilado una gran cantidad de sangre y cultura kalenjin, y los samia, manyala, kisa, marach y banyore son un 50 % luo, tanto por sangre como por cultura y lengua. Así ¿Por qué necesariamente deberían pasar por luhya (y bantú) y no por luo, (y nilo-sahariano) o viceversa?

La verdad, es que es muy dudoso que los abaluhya y los kalenjin se conocieran a sí mismos por esos términos antes de la llegada del colonialismo británico. Parece que esto términos fueron impuestos a esos grupos a finales de los tiempos coloniales, por intrusos.

Una tradición dice que el término “kalenjin” fue acuñado por el Servicio de Emisoras de Kenia, en los años 40, para referirse a un grupo de pueblos distintos, cada uno de ellos conocido como tribu hasta ese momento. Es probable que el término Abaluhya tenga la misma historia.

Para reiterar, antes de los años 40, el régimen colonial conocía como tribus separadas a varios grupos que respectivamente componían el Kalenjin y el Abaluhya. De niño, yo oí hablar de los nandi, marekwet, lumbwa (ahora kipsigis), kamasia, (ahora tugen), elgeyo, (ahora keiyo), suk, (ahora pokot), etc, como tribus discretas. Nunca oí hablar de los kalenjin.

Tomemos el caso también de los jokowiny (los luo de Kenia y Tanzania). Como los kalenjin y los maasai, ellos son miembros del súper grupo culturo-lingüístico, que el gran Joseph Greenberg llamó los “nilóticos” o “nilo-saharianos”.

Este era el mismo antropólogo lingüista americano que creó estas otras categorías africanas culturo lingüísticas como “Niger-Congo” (o bantú), khoisan (o bosquimanoides) y camito semítico (conocido también con el ahora cuestionado término afro-asiático).

Por el momento, los nilo-saharianos se extienden desde el noroeste de Tanzania hasta Darfur y Chad, abarcando Kenia, noreste de Uganda, este del Congo, sur de Sudán, oeste de Etiopía y Eritrea, el este de la República Centroafricana, el norte de Camerún, el noreste de Nigeria y el sureste de Chad.

Aunque yo ahora paso como un luo, mi clan paterno, Rusinga Waware, así como el kajwang de Waondo y el kaksingri de Peter Nyakiamo, se originaron en Buganda y Busoga, de Uganda, los waware, que huyeron en barco hasta lo que hoy es Kenia, para escapar de un revuelta contra kabaka junji, en Kenia, a ellos se unieron otros grupos wayward bantú, para convertirse en los Abasuba de hoy.

Los baganda, mis ancestros paternos, pertenecen al gran grupo culturo-lingüístico Bantú o Niger-Congo. Los abasuba se trasladaron al sur de Nyanza, justo cuando los luo se estaban yendo del noreste de Uganda hacia lo que se convertiría en Nyanza Central.

En su libro La Formación de los pueblos del sur de Nyanza, de la profesora Theodora Olunga Ayot, describe cómo ellos, también, casualmente cruzaron el golfo y se expandieron por lo que se solía llamar el Sur de Nyanza. Pero la consecuente fusión de sangre, lengua, cultura, economía y gobierno siempre ha sido caracterizada como Luo, (nilo-sahariano).

Asimismo, en las venas y arterias de los kikuyu corre sangre nda, maasai, samburu, laikipiak, ndorobo y otras de los que los kikuyu mismos se declaran portadores.

Como sabemos por el libro del profesor Godfrey Muriuki, Una historia de los kikuyu, casi todos estos intrusos en la sangre de los kikuyu eran originalmente nilo-saharianos. Por sangre, por tanto, no existe eso llamado kikuyu.

Los meru de Kenia y los chagga de Tanzania también hoy pasan por tribus de este tipo, aunque no tienen ni siquiera una lengua común y admiten que están compuestos por tantas diferentes sangres y elementos culturales que pueden haber sido tan lejanos unos de los otros como los gujarati de los irlandeses.

En definitiva, entonces, como concepto sanguíneo, la etnicidad es un mito. Lo que puede pasar por una tribu es sólo un grupo de individuos que, casualmente, hace mucho acabaron en el mismo crisol territorial y ahora hablan la misma lengua, practican la misma cultura y dicen descender del mismo mito progenitor.

Como hemos mencionado, debemos la palabra “tribu” a la antigua Roma. Viene de la palabra latina Tribus (plural: tribi), que originalmente hacía referencia a una entidad política dentro de la cual los pueblos ítalos se dividían como satélites del Lacio, la zona que cruza el río Tiber en la que se construyó Roma y cuyo pueblo, cultura y lengua se llamaba latín.

Al expandirse el imperio, el término tribus se empezó a aplicar también a los pueblos no itálicos de Europa, el norte de África, el Asia menor (lo que ahora es Turquía) y el suroeste de Asia. Originalmente, entonces, una tribu no tiene nada que ver con la sangre, la cultura ni la lengua de una comunidad. La esencia de la palabra era que servía a un centro común.

Así, aunque todos los pueblos ítalos podrían decir que tenían un ancestro común, hablaban más o menos la misma lengua, y adoraban al mismo dios pagano, el Sol invicto, ellos, sin embargo pertenecían a diferentes entidades administrativas llamadas tribus.

Pero, con muchos, las tribus de este tipo más famosas eran las bíblicas israelitas. Al principio se representaron como los descendientes de los 12 hijos de un solo patriarca llamado Jacob, (después apodado Israel). Se nos ha enseñado que entraron en Egipto como una familia de 70 que hablaban la misma lengua y se inclinaban ante el mismo panteón cananita dirigido por el dios El Shaddai.

Pero después de 430 años de esclavitud en Egipto, los 12 hijos volvieron a Caná como las 12 tribus, aunque todavía hablaban una lengua común y adoraban a El Shaddai, ahora cambiado al Aton de Egipto, que después, junto el baal de los cananitas y Marduk de Babilonia, llegará a convertirse en la deidad llamada Yahweh (Jehová). Se convirtieron en tribus porque, aunque todavía pertenecían a la misma rama sanguínea y Jacob-Israel, habían llegado a ser tantos para ser gobernados como una sola unidad, que al llegar a Caná, tuvieron que establecerse como parroquias políticamente autónomas, cada una bajo la administración de un juez.

Estas tribus se gobernarían por separado, liadas eternamente en guerras y disputas internas e inter tribales, hasta siglos después, cuando un súper juez, llamado Samuel, que decía que su autoridad venía desde Dios, les uniría bajo el mando del rey terrenal, Saul, completamente servil al juez.

La evidencia emergente, sin embargo, es que aunque Roma fue la que más tarde sustituiría el término tribu, tanto Roma como Israel tomaron prestado su “tribalismo” (en el sentido político administrativo) de los cusitas y coptos del valle del Nilo.

Mucho antes del éxodo (el siglo XIII antes de Cristo) y el surgimiento de Roma, (el siglo IX antes de Cristo), el Egipto faraónico ya estaba dividido en 12 unidades administrativas, cada una con un Gobernador. Comenzando por la inimitable decimoctava dinastía, la soberanía feudal del Egipto nilótico se extendió desde Kagera (en Ruanda), hasta el río Indo, el Éufrates, el Danubio, el Rin, el Severn y el Shannon.

De esta manera, el sistema “tribal” de Roma, que conocemos ahora, era nilótico en origen y carácter. Como esclavos de Egipto, los israelitas, también, asimiló cada costumbre culturo-religiosa nilótica, como el dios Atón, que después cambiaron a Jehová, más recientemente, el sistema político administrativo que produjo la mítica tradición de las doce tribus de Israel.

En cuanto a las tribus de Israel, no son una realidad histórica. Laurence Gardner, en su libro ‘Genesis of the Grail Kings’ (Génesis de los reyes del Grial), y Ahmed Osman en su obra ‘Out of Egypt’, (Fuera de Egipto) muestran que, como hijo de Jacob, Joseph era pura ficción, inventada con los atributos de otro Josph, el puramente egipcio Joseph en visir, para promover la idea de la “historia divina” de Israel.

Ahora es bien conocido que los soferim, el nombre hebreo para los escribas judíos que produjeron los cinco libros de Moises, escribieron desde una amplia tradición oral, en el exilio de Babilonia, en el siglo sexto antes de Cristo, mil años después de los hechos que dicen estar describiendo de manera tan erudita.

Este era el panorama literario que produjo el mito de los 12 hijos de Jacob-Israel, la actividad que retroactivamente atribuyeron los señores de los hijos de Jacob-Israel y de sus asentamientos en Caná, como “tribus” a un tal Joshua.

Entre los nilotes, 12 – como 7 y 50- era una cifra profundamente mística. Los nilotes habían estado cautivados durante mucho tiempo por el fenómeno astronómico que los astrónomos de nuestros días llaman las doce constelaciones del zodiaco. Entre ellos, las constelaciones eran conocidas alternativamente como los “hijos” o las “tribus”.

Esto es lo que conformó la división de Egipto en 12 cámaras administrativas, o hijos o tribus. Este misticismo figurativo estaba profundamente grabado en las mentes de los israelitas cuando trabajaban en el delta, exactamente igual que el Jesús de aspecto escandinavo euro cristiano, que se afianzaría a sí mismo permanentemente en nuestras mentes tribales, mientras trabajábamos como esclavos para los británicos.

El sistema nilótico de las doce “tribus” políticas, es lo que los soferim de Babilonia transformaron mitológicamente en “12 hijos” y después en “12 tribus” de Israel.

Las historias sobre que Jacob engendró 12 hijos cuando trabajaba para Labán en Harran y después dirigió a estos hijos para que se asentasen en Caná y, mucho después, que Joshua lideró a “12 tribus” para que se asentasen en la misma Caná, después de haber trabajado para el faraón, estas son atribuciones retrospectivas de un mito creado por los soferim, en Babilonia, muchos siglos después de los supuestos acontecimientos.

Pero, el propósito de todo esto es: En Egipto, así como en Roma y en Caná, cada una de las unidades administrativas más pequeñas estaba obligada por su sumisión a pagar un impuesto regular al centro común. En Roma, como la unidad administrativa más baja se llamaba tribus, “tribu”, entonces el impuesto pasó a llamarse “tributo” y el pagador “tributario”.

Un tributo hoy en día se define como un regalo o declaración hecha en reconocimiento, gratitud o admiración. Pero, más literalmente, un tributo es el pago de un gobierno o estado a otro, normalmente como reconocimiento de la derrota o sumisión en una guerra, una especie de reparación, ya sea por un tratado o por la fuerza.

Era exactamente como un pequeño río obligado, por las circunstancias topológicas que van mucho más allá de s poder, a vaciar sus aguas en un río más grande, condenado así a la escasez perpetua de agua, que es por lo que los ríos pequeños han llegado a ser conocidos metafóricamente como “tributarios”, [en inglés afluente se dice tributary], o ríos afluentes.

En la antigüedad clásica, desde el Shanon hasta el Ganges, los romanos fueron probablemente el poder imperialista más severo al exigir los tributos a los pueblos tributarios. El nuevo testamento cristiano, habla de algunos romanos muy despiadados “los publicanos” y otros recolectores de impuestos de Judea y Galilea.

Este servil pago de impuestos, entonces, fue la esencia de todo, cuando, mucho más recientemente, Gran Bretaña nos reunió a todos en manada en un único sistema integumentario político llamado colonia, y después nos dividió en distritos administrativos étnicos llamados tribus, pueblos que sólo valían para trabajar duro para sus conquistadores para ganarse una miseria con la que pagar un cuantioso tributo llamado impuesto per cápita.

Este es el comienzo de las tribulaciones que han asaltado a los keniatas desde entonces. La palabra tribulación viene de tribulario, en latín (sufrimiento), tribulare (afligir), tribulum (tabla de trillar) y terere (frotar), y así no parece tener ninguna conexión etimológica con tribus.

Pero, con el significado de Tribulación, “causa de angustia” o un “estado de sufrimiento”, la conexión es muy fuerte, al menos para mí. Nada ha causado más angustia y sufrimiento en África que nuestra educación colonial para convertirnos en tribus mutuamente recelosas y la imposición de agotadores tributos a esas tribus.

Desde el siglo IXX, la nuestra ha sido una historia de tribus, tributos y tribulaciones. La palabra en latín tributum, de tribus, también produce el verbo tribuere, que significa conceder o, originalmente, distribuir entre una o varias tribus. Fíjense en el verbo distribuir. Tiene familiares como contribuir y atribuir. Contribuir era unirse a otros en el pago de un tributo a un fondo para ser distribuido (compartido entre los miembros de una tribus). Cuando el fondo estaba lleno, era atribuido (se certificaba que pertenecía a una tribus) y entregado a los agentes de distribución.

Aquellos que rompían las reglas podían enfrentarse a un tribunal, una “corte de justicia” compuesta por tribuni (singular de tribunus, y de tribus). En la antigua Roma, una tribuna (tal y como ha llegado la palabra al español [inglés para el autor] era un oficial elegido por los plebeyos (el equivalente de aquella época a los proletarios de hoy en día) para proteger sus intereses.

Por supuesto, esta aseveración era tan falsa como la pretensión del régimen colonial británico de que el “comisario jefe nativo” y su oficina, compuesta por un 100% británicos, representaba los intereses objetivos de todas las tribus de lo que en 1920 fue declarado como la “corona de la colonia de Kenia”.

Philip Ochieng

The East African

Fundación Sur

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