Thiaroye y otras heridas francófonas , Por José Naranjo

4/12/2014 | Bitácora africana

Ocurrió hace setenta años y todavía duele. El 1 de diciembre de 1944, decenas de soldados africanos que habían luchado durante la II Guerra Mundial en las filas del Ejército francés, conocidos como tirailleurs, fueron masacrados en el campo militar de Thiaroye (Senegal) porque exigían que se les abonaran los atrasos de salario que se les debían, así como la prima de desmovilización. Los generales franceses Dagnan y Boisboissel dieron la orden y el campamento fue atacado en plena noche para dar una lección a los soldados rebeldes, de los que se cree que murieron setenta aunque la historia oficial sólo reconoce 35. Durante décadas, la masacre de Thiaroye ha sido un tema tabú para la ex metrópoli, pero el pasado domingo, aprovechando su presencia en la Cumbre de la Francofonía celebrada en Dakar, el presidente François Hollande entregaba a su homologo senegalés Macky Sall los documentos oficiales que recogen estos hechos, conocidos como los archivos Thiaroye 44.

Durante dos días, 23 jefes de estado así como jefes de gobierno y otras autoridades internacionales se han dado cita en la capital senegalesa para celebrar la XV Cumbre de la Francofonía, un encuentro que se celebra cada dos años en una ciudad diferente (en 2016 le toca el turno a Madagascar) para celebrar la riqueza y el dinamismo de la lengua francesa en el mundo. Pero la cita de este año, en la que se ha producido el relevo al frente de la Organización Internacional de la Francofonía (OIF) de Abdou Diouf, ex presidente senegalés, por la canadiense de origen haitiano Michaëlle Jean (primera mujer y primer no africano en el cargo), ha estado cargada de contenido económico, por los intentos de avanzar hacia una mayor unión económica francófona, y político.

La cumbre se celebró en el Centro Internacional de Conferencias de Diamniadio, un magnífico edificio recién inaugurado a las afueras de Dakar que ha sido rebautizado con el nombre de Abdou Diouf. Allí, el presidente francés François Hollande dio un discurso en el que hizo una referencia clara y directa al alzamiento popular que tuvo lugar a finales de octubre en Burkina Faso y que acabó con el régimen de 27 años de Blaise Compaoré, quien pretendía eternizarse en el poder. “Allí donde se abusa de las reglas constitucionales (…) o donde se impide la alternancia, yo afirmo, aquí, que los ciudadanos de esos países siempre encontrarán apoyo en el espacio francófono”, dijo, para citar después los casos de Túnez y Burkina Faso. “El pueblo burkinés ha dado un buen ejemplo, lo que han hecho los burkineses debe hacer reflexionar a aquellos que quieren mantenerse en el poder violando el orden constitucional”.

Esta reflexión podría no pasar de ser una mera anécdota si no fuera porque en la misma sala, escuchando atentamente, se encontraban, entre otros, el presidente de la República Democrática del Congo (RDC), Joseph Kabila, quien debería dejar el cargo en 2016 y alberga, según la oposición, intenciones ocultas de volver a presentarse a los comicios; el presidente de Togo, Faure Gnassingbé, que un día tras otro ve a sus ciudadanos manifestarse en Lomé para que deje el poder en 2015, aunque le ampara constitucionalmente la posibilidad de presentarse para un tercer mandato; el presidente de Congo Brazzaville, Denis Sassou Nguesso, cuyo partido ya ha lanzado la idea de modificar la Constitución; el presidente de Benín, Boni Yayi, tentado también por la idea de seguir más allá de 2016; y, en fin, jefes de Estado africanos que llevan más de tres décadas en el cargo y no tienen ninguna intención de dejarlo, como el ecuatoguineano Teodoro Obiang o el camerunés Paul Biya.

Pero Hollande vino a Dakar dispuesto también a intentar cerrar algunas heridas, otra cosa es que lo consiga. Por eso, no dejó pasar la ocasión para dar respuesta a su antecesor en el cargo, Nicolas Sarkozy, quien en su tristemente famoso discurso de 2007, también en Dakar, dijo, entre otras lindezas, aquello de que “el drama de África viene del hecho de que el hombre africano no ha entrado suficientemente en la historia”. Hollande acudió el pasado sábado a rendir homenaje a la tumba del primer presidente senegalés Léopold Sédar Senghor y allí, a preguntas de los periodistas, aseguró que “África no está solamente en la Historia (mensajito a Sarkozy que se perfila como rival para las próximas presidenciales en su país), sino que es una parte de nuestro futuro. Aquí se van a producir grandes evoluciones: evolución demográfica, que habrá que gestionar, y evolución económica, porque este es un continente lleno de riquezas, y por tanto de capacidad de crecimiento”. Al día siguiente, el presidente francés asistió también a la inauguración del museo Senghor, habilitado por fin en la antigua casa del intelectual y poeta senegalés que se asoma a la Corniche Ouest, en Dakar.

Sin embargo, la herida más antigua, trágica y aún dolorosa que Hollande ha pretendido restañar es la de la masacre que durante décadas Francia ha querido sepultar y olvidar. “Los acontecimientos que tuvieron lugar aquí en diciembre de 1944 fueron simple y llanamente terribles, insoportables”, aseguró durante la entrega oficial de los Archivos Thiaroye 44 celebrada el domingo en el mismo cementerio de los tirailleurs senegaleses situado en esta localidad a pocos kilómetros de la capital senegalesa. Ante militares y antiguos combatientes, el presidente francés ha añadido que “he pretendido reparar una injusticia y honrar la memoria de hombres que portaban el uniforme francés y sobre quienes los franceses volvieron sus fusiles, porque eso fue lo que ocurrió, una represión sangrante”. Instantes después, Hollande entregaba los archivos a Macky Sall, tal y como le había prometido en 2012 durante su primera visita a Dakar.

Volvamos un poco sobre la historia. A finales de noviembre de 1944 cerca de 1.300 soldados de las colonias africanas francesas que habían participado en la II Guerra Mundial luchando contra el nazismo regresaban a casa. Se trataba de jóvenes originarios de todos los rincones del África Occidental Francesa que habían sido movilizados, algunos de ellos a la fuerza (se calcula que en total fueron llevados a Europa unos 140.000), y que se habían enfrentado a los alemanes en distintas batallas, hechos prisioneros en la Francia de Vichy y usados como mano de obra esclava por los nazis. Aunque en noviembre de 1944 la guerra no había terminado, los franceses estaban llevando a cabo una operación de “blanqueamiento” de su Ejército. Así que era hora de que algunos de estos tirailleurs regresaran a casa.

Sin embargo, no les habían pagado ni el salario prometido ni la prima de desmovilización. Muchos se negaron a embarcar en Francia y otros se rebelaron en una escala que tuvo lugar en Casablanca. Finalmente, un grupo de 1.280 soldados africanos llega a Dakar y son estacionados en el campo militar de Thiaroye en medio de una enorme tensión por el incumplimiento de las promesas por parte del Ejército francés. ¿Cómo volver a casa, tras largos años de ausencia, tras todo el sufrimiento y penurias, con las manos vacías? Los tirailleurs exigían recibir el mismo trato que sus compañeros de armas blancos y parecían dispuestos a no ceder en el empeño. Entonces, el general francés Dagnan hace una visita a este campamento y es recibido de manera hostil por los africanos, que zarandean su vehículo y le increpan. Demasiado para el orgullo galo.

La madrugada del 1 de diciembre, el general Dagnan, autorizado por su superior el aristócrata general Yves de Boisboissel, da la orden de atacar. Un nutrido grupo de gendarmes franceses, soldados y tirailleurs que acatan la jerarquía, apoyados por un tanque estadounidense y vehículos con ametralladoras, penetran en el campo de Thiaroye y llevan a cabo la masacre contra soldados desarmados y cogidos por sorpresa. Respecto al balance de muertos aún hoy hay discrepancia. Mientras oficialmente se reconoce la muerte de 35 tirailleurs, lo cierto es que el propio general Dagnan escribió un informe días después en el que hablaba de 70 fallecidos. El genial cineasta senegalés Ousmane Sembène recogió estos hechos en su conocida película Camp de Thiaroye, del año 1988.

Pero la herida está lejos de cerrarse. Con el paso del tiempo, los países africanos ya independientes se aprestaron a reconocer la memoria de estos hombres salvajemente asesinados y, por ejemplo, existen monumentos que les recuerdan en Bamako o Dakar, mientras que el 23 de agosto fue declarado Día del Tirailleur por las autoridades senegalesas. Sin embargo, pese a que el propio Hollande ha evocado a los soldados africanos que lucharon contra el nazismo para, por ejemplo, justificar su intervención militar en Malí, Francia ha seguido mostrando un afán de ocultación de los hechos que aún hoy resulta indigno. Por ejemplo, la película de Sembène, premio especial del jurado en la Mostra de Venecia de 1988 y premio Unicef, fue censurada durante diez largos años en París y aún hoy sigue siendo mayoritariamente ignorada. Y lo que es peor, según varios expertos e historiadores, los archivos entregados este domingo por Hollande a Macky Sall están incompletos y no arrojan luz sobre lo que realmente pasó aquella noche en Thiaroye.

Existe un amplio consenso acerca de que la Cumbre de la Francofonía que se ha celebrado estos días en Dakar, ha sido todo un éxito de organización y participación. Durante toda una semana, el Village de la Francophonie instalado en el Gran Teatro ha estado a rebosar de actividad cultural, teatro, literatura, danza, música. Pero este espacio de habla francesa que reconoce como valores comunes la democracia y el respeto de los Derechos Humanos y para el que África es su auténtico aval de futuro, no debe quedarse sólo en cantos de cisne y bailes regionales y, sobre todo, no puede olvidar los cimientos sobre los que está construido. Los reconocimientos y homenajes son necesarios, igual que pedir perdón, pero la masacre de Thiaroye debe ser aclarada del todo para que la Historia sirva a uno de sus propósitos, que es el de no olvidar.

Original en : Blogs de El País. África no es un país

Autor

  • Naranjo, José

    José Naranjo Noble nació en Telde (Gran Canaria) el 23 de noviembre de 1971. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid en 1994, ha seguido profesionalmente el fenómeno de la inmigración africana hacia Canarias, tanto desde la óptica de las Islas como desde los países de origen y tránsito de los irregulares. Así, para elaborar sus reportajes, publicados en diversos medios de comunicación, ha viajado por el sur de Marruecos, el Sahara, Argelia, Malí, Senegal, Gambia, Cabo Verde y Mauritania, donde ha recogido los testimonios de centenares de personas. Por este trabajo le fueron concedidos los premios Antonio Mompeón Motos de Periodismo 2006 y el Premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española 2007, en este caso junto al también periodista Nicolás Castellano.

    Buena parte de su trabajo está recogido en los libros Cayucos (Editorial Debate, 2006), con el que fue finalista del Premio Debate, y en Los invisibles de Kolda (Editorial Península, 2009). Además, es coautor de los libros Inmigración en Canarias. Procesos y estrategias (Fundación Pedro García Cabrera, 2008) y Las migraciones en el mundo. Desafíos y esperanzas (Icaria, 2009).

    Es redacror de la revista digital de información sobre África Guinguinbali donde tiene su blog Los Invisibles , que reproduciremos en Bitácora Africana

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