También en Sudáfrica lo mejor es enemigo de lo bueno

21/10/2020 | Opinión

En 2019, 21.325 personas murieron asesinadas en Sudáfrica. Son “sólo” cifras, y pocos periódicos lo han mencionado. Ente los asesinados, 49 eran granjeros “blancos”. Y aunque los blancos constituyen el 8% de la población y sólo el 0’23% de las víctimas, esa connotación racial sí que ha atraído la atención de los medios, sobre todo después de que hace dos años el presidente americano Donald Trump explicara en Twitter que había pedido a su secretario de Estado que investigara “la matanza a gran escala” de granjeros bancos en Sudáfrica. Así que me han interesado dos noticias de la semana pasada que reflejan cómo el país de Nelson Mandela no consigue asumir y superar su pasado. La primera es del 16 de octubre. Se ha iniciado en Senekal, a 300km de Johannesburgo, el juicio de dos ciudadanos negros acusados de asesinar a un granjero blanco. Y lo que realmente entristece es que ante las puertas del tribunal la policía ha tenido que hacer de muro de separación entre granjeros blancos encolerizados y radicales de izquierda del Economic Freedom Fighters, partido fundado por Julius Malema en 2013, que lucha para que los sudafricanos negros recuperen las tierras que se les quitaron ya en los tiempos de la colonización británica. La segunda noticia, publicada el 14 de octubre, es muy significativa. Un maestro sudafricano, Glen Snyman, ha sido acusado de fraude, porque en un CV de 2017 se presentó como “africano”, y no utilizó ninguna de las cuatro categorías admitidas oficialmente en el país, «Black», «Coloured», «Indian» and » White». En realidad Glen Snyman es “coloured”, y de hecho se está batiendo para que la cuádruple clasificación racial heredada del apartheid desaparezca de todos los documentos oficiales

Aunque parezca extraño, había motivos para acusar de fraude a Glen Snyman, que se presentaba al puesto de director de la Escuela de Secundaria de Fezekile. Al escribir en su CV que era “africano” parecía pretender que no era ni blanco, ni indio ni de color, con lo cual aumentaban sus posibilidades de obtener el puesto de director. En 1998 Sudáfrica introdujo la “discriminación positiva”, ahora llamada “acción afirmativa”, para conducir hacia la igualdad de oportunidades y a un nivel de vida digno a aquellos grupos, especialmente los negros sudafricanos, que habían sido discriminados durante la colonización y el apartheid. Más tarde, en 2005 el gobierno sudafricano comenzó a aplicar el “BEE”, Black Economic Empowerment (Empoderamiento económico de los Negros), con el que alienta a las empresas a integrar a ciudadanos negros en su organización, a formarlos y apoyarlos. Las empresas son puntuadas en función de la aplicación concreta de los diferentes aspectos del programa, y el gobierno tiene en cuenta esa puntuación en sus relaciones económicas con las empresas. Considerado demasiado selectivo, el programa fue ampliado en 2007, pasando a ser el “BBEE”, Broad-based Black Economic Empowerment. Pero como “puesta la ley puesta la trampa”, para obviar lagunas y evitar escapatorias por parte de las empresas, el BBEE ha tenido que ser actualizado en 2013 y 2015.

african_national_congress_anc_logo_cc0.pngLa “acción afirmativa” o “discriminación positiva” ha sido necesaria para contrarrestar las enormes desigualdades económicas y sociales según las razas, debidas en buena parte a la colonización y el apartheid. Se trataba de un crimen contra la humanidad, y así lo declaró la ONU. Pero analizar las causas de un problema no equivale a resolverlo, y las varias “ediciones” del BBEE reflejan lo complejo de la tarea y la necesidad de evitar dos escollos: que lo mejor que todos desean se convierta, por ser inalcanzable aquí y ahora, en enemigo de lo bueno que ya se puede realizar; y que los cambios y las nuevas relaciones de poder no faciliten la corrupción de las personas y del sistema. De hecho, la “acción afirmativa” produjo en Sudáfrica el “fronting”. Se repartían acciones entre algunos ciudadanos negros, o estos eran nombrados “directores”, mientras que los “consultores” blancos seguían dirigiendo la empresa. Se creó así una pequeña élite negra tan defensora del statu quo como sus copropietarios blancos. Se pensó que el control estatal a través del BBEE acabaría con ese tipo de corrupción. Pero la relación económica del estado con las empresas ha producido a su vez numerosos “tenderpreneurs”, empresarios bien conectados (a menudo ministros, altos funcionarios y miembros del ANC) que han ido obteniendo del estado jugosos contratos que luego han dividido entre amistades y familiares, ganando así millones sin hacer prácticamente nada. Así es como el BBEE que quería ser la solución se ha convertido a su vez en el problema. La gran mayoría de la población no ha sido empoderada social o económicamente como se pretendía, y hasta cabe preguntarse en qué medida ha mejorado la situación de aquellos grupos que ya eran los más desfavorecidos cuando el país conquistó la democracia.

La “acción afirmativa” ha sido durante años el proyecto piloto del ANC, el partido en el poder desde el final del apartheid. Y como no ha funcionado como debiera, la Democratic Alliance (DA), el más importante partido de la oposición propone ahora que no puede tener cabida en el programa de recuperación económica que el país necesita. Reunido el 5 de septiembre para elaborar su programa político, la DA insistió en que cada persona es única y no la define ni su raza ni su género. Nadie debiera obtener ventajas por razón de su raza. ¿No es eso algo razonable en una sociedad que rechaza la discriminación racial?

La propuesta del DA suena bien, pero no tiene en cuenta la dura realidad. Una persona negra o una mujer son ciertamente personas únicas. Pero todavía hoy en Sudáfrica, esa persona “única”, por ser negro o mujer tiene que hacer frente a dificultades y problemas que el blanco y el hombre no conocen. La prueba es que en la reunión del 5 de septiembre, la mayoría de los miembros blancos del DA votaron por la supresión de la “acción afirmativa”, mientras que la mayoría de los miembros del partido negros querían mantenerla de algún modo.

J. Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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