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Inicio > REVISTA > Opinión > ![]() Ser negro en Colombia es ser muy de malas
03/09/2018 -
Los negros y los indígenas siempre han sido menos; ellos vienen de los esclavos, son buenos para los trabajos rústicos y no necesitan tanto como los “blancos”. Por eso, en Colombia, sus comunidades viven abandonadas y discriminadas; tienen sus propias ciudades, o mejor dicho, sus propios asentamientos, sin acceso a agua potable, sin salud, ni educación. Eso sí, son buenos para las campañas políticas; qué mejor que el candidato presidente, gobernador, alcalde o senador se tome fotos con los “negritos pobres” o los indígenas a medio vestir. Eso quiere decir que van a trabajar por sus necesidades y sus derechos. Si a punta de fotos midiéramos las intenciones de nuestros gobernantes, de seguro no tendríamos el índice más alto de mortalidad infantil en el Chocó y más de 1.200 niños padeciendo graves problemas de desnutrición. *Cifras, “optimistas”, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Somos racistas porque vemos con malos ojos que nuestros hijos, sobrinos, familiares o amigos se relacionen con negros o indígenas. De los negros pueden aprender mañas y “no está bien visto” andar con ellos; de los indígenas, rituales, por no decir “brujería”, que no hacen parte de la “gente normal”. Somos racistas porque es más fácil ignorar, vernos mejores que los demás y anular a nuestro prójimo con nuestra “verdad absoluta”. COLOMBIANOS RACISTAS porque así nos criaron, así nos enseñaron a sentirnos bien, discriminando y pasando por encima de los demás. Sin embargo, también somos unos RACISTAS HIPÓCRITAS. Lloramos en el cine con películas como ‘El Mayordomo’ o ‘Historias Cruzadas’; nos miramos aterrados de lo que ocurría en Estados Unidos en la década de los 50, cuando los negros no podían sentarse al lado de los blancos y los únicos trabajos a los que tenían derecho eran los de la servidumbre. “¡Pobrecitos, qué injusticia!”, decían algunos en el cine, pero en la calle, se nos olvida que nuestros afros no tienen oportunidades, están abandonados, se mueren de hambre en sus pueblos y migran a las principales ciudades del país para pedir ayuda en los semáforos, vender salpicón o cocadas, hacer trenzas en Santa Marta o en Cartagena y, en el peor de los casos, ser tildados de delincuentes. Son contadas las veces en que sacamos pecho por nuestros afros. Solo cuando ellos triunfan en el exterior es que reconocemos que hacen parte de nosotros. ¡Ahí sí son de Colombia! ¡Ahí sí los apoyamos y merecen nuestro respeto! De lo contrario, no son más que una minoría, un pequeño porcentaje, el 10.6% de nuestra población, marginado y despreciado. Somos una sociedad racista y ELEGIMOS GOBERNANTES RACISTAS. Nos gusta que nuestras negritudes y nuestros indígenas estén aislados o que tengan trabajos de segunda; que no tengan acceso a la educación ni a la protección social, para que no puedan levantarse contra un país de “blancos”; y si por acaso les ocurre protestar, los acusamos de terroristas. No nos importan, no sabemos cómo viven; son seres invisibles. Los datos estadísticos sobre su situación son paupérrimos y esto dificulta establecer la dimensión de sus problemáticas, diseñar políticas y llevar a cabo acciones eficaces para que lleven la vida digna a la que todo ser humano tiene derecho. Tenemos una gran responsabilidad: educar a las nuevas generaciones, denunciar y judicializar sin temor a los que han querido y quieren ver humillados a nuestros afros y a nuestros indígenas. El racismo no cabe, NUNCA, en una democracia. Al lector: Pido disculpas a mis hermanos afrocolombianos e indígenas, como ser humano y como periodista, por citar aquellos imaginarios ofensivos y racistas; pero estoy convencido que para reivindicar todos los abusos e injusticias que se han cometido hacia ustedes, es necesario comenzar por reconocerlos. La historia les devolverá lo que con demencia y soberbia se les ha quitado. Andrés Gutiérrez Fuente: Antes del fin - Blogs de El Tiempo [Fundación Sur]
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