Son nuestros antepasados

28/02/2020 | Opinión

En 1953 y a los 14 años, Hugh Ramapolo Masekela, estudiaba en St Peter’s College, en el barrio de Rosettenville, Joannesburgo. La escuela formaba parte del monasterio de una congregación religiosa anglicana, The Community of the Resurrection, instalada en Rosettenville en 1911. Entre los enseñantes estaba Oliver Tambo, fundador en 1943, con Mandela y Sisulu, de la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano y presidente del ANC en varias ocasiones. Trevor Huddleston, conocido activista antiapartheid, más tarde arzobispo de la provincia anglicana del Océano Indico y presidente desde 1981 del Movimiento Británico Antiapartheid, era el responsable de la comunidad de religiosos. En palabras de Masekela, “Yo era uno de los mayores delincuentes, peleándome con los profesores y yendo a robar a la ciudad”. Y por eso tuvo que presentarse ante Huddleston, “último remedio cuando fallaban todos los demás”. Masekela había visto el film El Trompetista (Young Man with a Horn), en el que la carrera de un trompetista es casi destruida por el alcohol. Y propuso a Huddleston que si le proporcionaba una trompeta cambiaría el rumbo de su vida. Huddleston reunió 15 libras, le compró la trompeta y le procuró un profesor, un miembro negro de la Salvation Army. También otros alumnos consiguieron instrumentos, y nacieron así la Jazz Band y la carrera artística de Hugh Masekela.

hugh_masekela_-_oblivious_dude_cc.jpgMasekela es uno de los grandes artistas que apoyaron a partir de los años 1950 las protestas no violentas del African National Congress (ANC) y que están desapareciendo precisamente ahora que el atasco económico, las desigualdades, la violencia y los problemas de la inmigración hacen zozobrar el legado arcoíris de Mandela. Miriam Makeba murió en 2008, Hugh Masekela en 2018, Johnny Clegg en 2019, y Joseph Shabalala el pasado 21 de febrero. Masekela nació en Kwa-Guka, población cercana a Emalahleni (Witbank hasta 2006) al Este de Johannesburgo. Su padre, Thomas, era inspector de sanidad y escultor por afición. Su madre, Pauline, trabajadora social, de padre escocés y clasificada como “coloured” en el sistema del apartheid. Era una familia amante de la música y políticamente motivada. Su hermana Bárbara terminaría siendo jefe del departamento de arte y cultura del ANC. De joven, Masekela animó las reuniones del ANC. Gracias a Huddleston su fama llegó hasta Norteamérica, y en 1956 el mismísimo Louis Amstrong le regaló una trompeta. Tras la masacre de Sharpeville en 1960, Masekela tuvo que exiliarse. A Miriam Makeba, que se encontraba en el extranjero, la despojaron de su nacionalidad, impidiéndola asistir al funeral de su madre. Ya en América, Hugh Masekela publicó en 1963 su primer álbum, Trumpet Africaine. En 1964 se casó con Miriam Makeba (el matrimonio duró sólo dos años). En 1968 recibió el “disco de oro”, algo extraordinario para un africano en USA. A partir de 1973, indignado por la oposición de las autoridades a su activismo político, abandonó USA, recorrió diversos países africanos y se relacionó con iconos musicales como el nigeriano Fela Kuti y el zaireño “Franco” (François Luambo Makiadi). En 1987 Masekela y Makeba se unieron con Paul Simon para la promoción de Graceland, y en 1988 participaron juntos en el estadio de Wembley, en el homenaje a Mandela en su 70 cumpleaños. Tras la liberación de Mandela en 1990, Masekela volvió a Sudáfrica. En 1996, durante la visita de estado de Mandela al Reino Unido, Masekela actuó ante Mandela y la reina Isabel II. Y en 2010 participó en la Inauguración del Campeonato de Fútbol en Sudáfrica.

No fue menos extraordinaria la vida de Johnny Clegg, el “zulú blanco”, cantautor y héroe nacional que utilizó la música para desafiar la segregación del apartheid. Nació en 1953 en Inglaterra. Pero tras el divorcio de sus padres, Muriel, su madre, judía lituana y cantante de jazz, lo llevó todavía niño a Sudáfrica, en donde su padrastro, un periodista blanco, le hizo conocer y apreciar a los emigrantes zulús de los townships, algo rarísimo en aquella época. Antropólogo de formación y profesor universitario, se unió a un emigrante hortelano, Sipho Mchumu, y formaron Juluka (sudor en zulú), banda multirracial que mezclaba las tradiciones musicales zulú con el folklore celta y el rock. Los miembros de la banda sufrieron a menudo a manos de la policía que llegó en ocasiones a vaciar la sala en la que actuaban. Y cuando en 1983 viajaron a Inglaterra, también tuvieron problemas con la Unión de Músicos con la excusa de que venían de Sudáfrica, que estaba siendo boicoteada. Eventualmente Mchumu prefirió volver a sus huertas y animales, y Clegg formó otro grupo, Savuka (Hemos resucitado) con el que adquirió fama internacional, especialmente con Asibonanga (No lo hemos visto), compuesto en 1987 en honor de Mandela, todavía en la cárcel. En 1990 actuó en Wembley, en el homenaje masivo a Sudáfrica Libre, en el que Mandela dio su primer discurso en Gran Bretaña tras su liberación. En 2012 recibió la Orden de Ikhamanga, la condecoración más alta que un civil puede recibir en Sudáfrica, y en 2015 recibió la Orden del Imperio Británico. Ese mismo año le detectaron un cáncer del que moriría cuatro años más tarde.

Joseph Shabalala (1941-2020) ha sido menos conocido fuera, pero apreciadísimo en Sudáfrica, tal vez por haberse mantenido fiel a sus orígenes y haber popularizado con su grupo Ladysmith Black Mambazo la tradición zulú de canto coral a capella, sin acompañamiento instrumental, pero ritmado por movimientos del cuerpo. Nacido y educado en una granja junto a Ladysmith en las colinas de KwaZulu-Natal, con 12 años y tras la muerte de su padre tuvo que dejar la escuela para trabajar en la granja. También estaba allí un primo segundo, Albert Mazibuko, que todavía es miembro de la coral, y que describe así el ambiente: “Cuidábamos del rebaño, cabras y ovejas, y cantábamos los cantos con los que se llama a los animales” “[Joseph] cantaba muy bien y era un experto en la lucha con palos, y como era muy popular con las chicas todos queríamos unirnos a él”. Shabalala emigró a Durban, trabajó en una fábrica y fue miembro de varias corales locales. En 1959 fundó su propia coral, Ezimnyama, llamada más tarde Ladysmith Black Mambazo: Ladysmith su ciudad; Black con referencia a los bueyes negros, los más fuertes de la granja; Mambazo, hacha en zulú, para indicar que eran capaces de vencer en cualquier competición. La fama les llegó en 1973 con su primer álbum, Amabutho. Se especializaron en el folklore zulú, al que añadieron cantos religiosos tras la conversión personal de Shabalala, más tarde Pastor en la Church of God and Prophecy. Participaron en 1986 en el álbum Graceland de Paul Simon, y con Hugh Masekela en varios conciertos en el Royal Albert Hall de Londres. Mandela bailó con ellos en el escenario tras su liberación en 1990. Le acompañaron cuando recogió el Nobel de la Paz en 1994, y cantaron el Nkosi Sikelel’ iAfrika en la inauguración oficial de su presidencia. “Lo cantamos en cada concierto”, diría Shabalala en 2006. “Lo cantamos porque sus palabras son una oración. Y rezamos por el mañana”.

Makeba, Masekela, Clegg, Shabalala… han ascendido de categoría y se cuentan ahora entre los “antepasados”. Y si impresionó ver cómo la victoria del equipo nacional sobre Inglaterra en la final del campeonato del mundo de rugby el pasado noviembre en Japón aglutinaba al país durante unas semanas, se puede esperar que también lo hagan la memoria y el legado de la generación de músicos que acompañaron la lucha contra el apartheid.

Ramon Echeverría

Fuente imagen: Oblivious Dude

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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