Ser madre y estudiante

31/07/2019 | Opinión

“Jóvenes nigerianas acuden al examen vestidas para su boda”, fue una noticia de la BBC que me hizo sonreír en abril del año pasado. Dorcas Atsea y Deborah Atoh, estudiantes en el Departamento de Comunicación de Social de la Universidad Estatal de Benue, en el centro de Nigeria, habían programado todo con mucha antelación. Pero pocos días antes la universidad trasladó al día previsto para la boda los exámenes de Ética en los medios y Derecho. Y ante el regocijo de estudiantes y examinadores, allí se presentaron Dorcas y Deborah vestidas para la ceremonia que iba a tener lugar tras finalizar el examen. “Han mostrado la importancia que dan a la educación”, escribió una tuitera, Gertrude Akhimien, directora de una empresa de Lagos. “Enhorabuena por no haber renunciado a lo que querían”, tuiteó a su vez Amaka Ihegazie, abogada en la First Bank of Nigeria. Todavía más llamativas son las noticias que he leído estas últimas semanas. Almaz Derese, joven estudiante de 21 años en un liceo de Metu, Etiopía, pensaba poder graduarse antes de que naciera su bebé. Pero éste se retrasó algunos días y en el mismo hospital en el que dio a luz, Almaz se examinó el 11 de junio de inglés, amharico y matemáticas. Más impresionante aún, el pasado 16 de julio la guineana (Guinea Conakri) Fatoumata Kouroumana (18 años) tuvo que interrumpir uno de los exámenes de bachiller y ser transportada al hospital en donde nació su bebé. 30 minutos después de dar a luz Fatoumata volvió al liceo para completar los exámenes de física y francés.

estudiantes_embarazadas-2.jpgLo malo de esos tres llamativos casos es que, en cierto modo, son excepcionales. Un estudio publicado el 16 de junio de 2018 por Human Rights Watch, afirmaba que todavía, y a pesar de los esfuerzos de muchos gobiernos, decenas de miles de jóvenes africanas embarazadas y madres adolescentes se ven privadas de su derecho fundamental a la educación. En palabras de la investigadora Elin Martínez: “Muchas madres adolescentes no vuelven a clase porque las excluye la institución o se lo impide la propia familia”. Ya de entrada, los datos de Unesco son preocupantes: De un total de 62 millones de chicas no escolarizadas en el mundo, 28 millones son africanas. De los diez países en el mundo con menor porcentaje de escolarización femenina, nueve son africanos. Y según Naciones Unidas, África es el continente con el mayor número de adolescentes embarazadas, a una edad en la que su mayor preocupación debiera ser su formación escolar. En diciembre del 2018 llamó la atención por ser un caso extremo la Molautsi Secondary School, en la provincia sudafricana de Limpopo; en ese año se quedaron embarazadas el 6% de las 438 alumnas de entre 15 y 19 años.

Ibrahim Yakubu y Waliu Jawula Salisu, de la Universidad de Ciencias Médicas de Teherán, publicaron en enero de 2018 un estudio sobre los factores que favorecen esos embarazos. En la larga lista de factores socioculturales aparecen la desigualdad de género, la falta de una educación sexual adecuada, ideas erróneas acerca de los contraceptivos… y el uso de los móviles. Más dura en su explicación es Sylvia Apata, de la Universidad Internacional de Ciencias Sociales “Hampaté Ba” de Abiyán (Costa de Marfil). Esta abogada y activista en favor de los derechos de las mujeres africanas habla claramente del derecho de pernada y el acoso sexual vigentes en algunas instituciones escolares. Apata menciona una nota del Ministerio de Educación marfileño según la cual habría 4.147 casos de embarazo (no cita el año) en jóvenes de menos de 17 años.

Todo ello a pesar de los esfuerzos de numerosos gobiernos africanos, incluido el de Costa de Marfil, por promocionar la educación de las africanas. En 2013 todos los países miembros de la Unión Africana adoptaron la “Agenda 2063” en la que se comprometían a un esfuerzo especial, también económico, para terminar con las disparidades de género en todos los niveles educativos. Dos años más tarde esos mismos países adoptaron los “Objetivos de Desarrollo Sostenible” de la ONU, uno de los cuales era asegurarse que “nadie se quedaba atrás” en el terreno educativo. Pero como era previsible, del dicho al hecho hay un trecho y las diferencias entre los países pueden ser enormes. En Cabo Verde están escolarizadas el 96,9% de las chicas y en Ruanda el 92,7%. En los estudios superiores, en Túnez son chicas el 43,1%, 23’5% en Sudáfrica y el 12,4% en Gana. Y cuando se trata de investigaciones científicas, en Cabo Verde son mujeres el 52%, 47% en Túnez y 40% en Sudáfrica y Uganda. Son cifras que ni se sueñan en los nueve países africanos que junto a Afganistán la ONG “ONE” pone en la cola de los países que se esfuerzan por educar a la mujer: Sudán del Sur, República Centroafricana, Níger, Chad, Malí, Guinea Conakry, Burkina, Liberia y Etiopía.

También África se declina en plural cuando se trata de jóvenes como Almaz Derese, que pasó sus exámenes en el hospital, o Fatoumata Kouroumana, que se presentó de nuevo al examen tras dar a luz. Sierra Leona, Tanzania y Guinea Ecuatorial prohíben a las jóvenes embarazadas acudir a clase. En noviembre de 2018, el Banco Mundial retuvo por ese motivo un préstamo de 300 millones de dólares a Tanzania, su presidente John Magufuli se comprometió a encontrar una solución, pero hasta ahora no ha cumplido su promesa dejando sin escolarización a miles de alumnas. Mozambique por el contrario ha anulado un decreto de 2003 que obligaba a las embarazadas a seguir por la tarde cursos aparte, y también Zimbabue ha corregido la ley sobre la Educación para evitar que las jóvenes embarazas sean excluidas. Caso curioso el de Burundi en donde se ha anulado rápidamente un decreto ministerial reciente que pretendía la exclusión de las instituciones escolares a todas las chicas embarazadas y a los jóvenes responsables del embarazo. 26 países africanos, entre los cuales se encuentran Gabón, Kenia y Malaui, han adoptado medidas para favorecer tanto la continuación como el retorno a la institución escolar de las jóvenes tras haber dado a luz. Y aunque los plazos y modalidades varían según cada país, esperemos que el ejemplo cunda.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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