Senegal: el descontrol de un bicefalismo político-religioso

19/05/2009 | Opinión

El revés sufrido por el presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, por parte de un jefe religioso que ha cuestionado su decisión de construir un colegio francés en Touba (capital del Muridismo, una cofradía senegalesa), ha alegrado a un gran número de personas. Las imágenes yuxtapuestas de las declaraciones de Wade sobre el tema y el hiriente desmentido que hizo el jefe espiritual han sido objetivo de la prensa nacional e internacional. La alegría que suscita el desengaño de Wade en algunos habría sido legítimo si se hubieran celebrado, como se hizo con las elecciones locales que se acaban de celebrar, las consecuencias del descontrol de un poder borracho de sus propios excesos. Pero, ¿nos podemos alegrar decentemente de un fracaso así, aunque sea Wade el que lo sufre? En efecto, la oposición de un jefe religioso a la construcción de un colegio republicano en su feudo constituye una denegación constitucional. Senegal es, por su Constitución, un estado laico, un laicismo que no ha parado de deteriorarse por una oligarquía religiosa con la complicidad de las clases dirigentes del país.

Senegal se enfrenta a desafíos enormes para reconstituir sus valores dilapidados, modernizar sus instituciones y su aparato productivo. Son espíritus modernos, liberados de las tinieblas de ignorancia y heridos por los estigmas de la idolatría que podrían aferrarse a manchas gigantescas en espera, y no fuerzas oscuras político-religiosas cuya pasión por la riqueza del mundo tiene lo mismo que de inaptitud política y religiosa de la que hacen muestra.

En el plano político, la alianza entre las elites occidentalizadas que tienen el poder en el país y los herederos de los fundadores de las dos principales cofradías religiosas (“Tidjane y Mouride”) de Senegal, se ha instaurado en Senegal con la cooperación de Léopold Sédar Senghor, el primer presidente del país. Este bicefalismo político-religioso del ejercicio del poder alimentaba las ambiciones de ambos bandos. Los de Senghor, que su pertenencia a la comunidad cristiana debilitaba a un país musulmán en su mayoría, y los de los herederos de los jefes religiosos preocupados por conseguir rentas vitalicias.

Senghor utilizó la delegación del poder que dio a los religiosos para neutralizar a sus principales oponentes, en primer lugar Lamine Guèye y en segundo Mamadou Dia, dos progresistas musulmanes que quisieron, como Sékou Toure, en Guinea, derribar las fronteras con los miembros de las dinastías religiosas que no tenían otra legitimidad que aquella que les confería su condición de descendientes de hombres que sus contemporáneos habían plebiscitado y venerado como sus jefes espirituales.

Así, en el siglo XIX, estos hombres, El Hadj Malick Sy, fundador de la cofradía Tidjane, y Cheikh Ahmadou Bamba, fundador de la cofradía Mouride, jugaron un papel importantísimo. Crearon un nuevo sentido, una nueva dirección y una organización social y religiosa regenerada a la población hundida en el desconcierto de la ocupación extranjera. Sin referencias, el pueblo se identificó cada vez más con estos héroes que encarnaban no sólo cualidades humanas fuera de lo común, sino también tenían una aureola de erudición, de ascetismo y de santidad.

En el plano económico, la coalición de las elites políticas y religiosas contribuyó a sentar la economía del país en una sola cultura de renta: el cacahuete. Una elección sellada por la oposición radical de los poderes religiosos ante los programas de reforma del sector agrícola del primer presidente del Consejo de Senegal, Mamadou Dia. La actitud de los marabouts no se debía a la espiritualidad sino al mercantilismo. Tenían un dominio total sobre la cultura del cacahuete, que constituía la principal fuente de ingresos del país. Pero la cultura del cacahuete tiene la característica de transformar las tierras fértiles en tierras áridas.

Con el agotamiento continuo de las tierras, los cultivadores, para encontrar nuevos terrenos más ricos, emigraron en masa hacia las tierras de Casamance, revolucionando el ritmo de la cultura tradicional de esta región del sur y causando graves problemas políticos y comunitarios que engendraron conflictos, cuyas consecuencias aún se pueden ver hoy en día. Lo que es peor, el mantenimiento del aparato productivo heredado del poder colonial francés, del cual el cacahuete constituye la parte esencial, sigue siendo una de las causas principales de los problemas pasados y presentes de Senegal.

En el plano social, destacar la sumisión de la población a los guías religiosos que se distinguen más por su afán de mercantilismo, su espíritu de lucro, su insaciable propensión a consumir y su capacidad de vivir a costa del Estado y de los contribuyentes que por su contribución a la educación religiosa y a la estimulación del espíritu y la conciencia. Mantienen un oscurantismo de espíritus que se alimenta de la supervivencia de creencias y prácticas de otra época: idolatría, brujería, charlatanismo, supersticiones, etc.

En conclusión, no nos alegremos del desprecio a Wade por parte de Touba, ya que esté revés lo sufren también la república y las fuerzas progresistas del cambio.

Sanou Mbaye

*Senegalés asentado en Londres, autor de “L’Afrique au secours de l’Afrique”, Les éditions de l’Atelier, Ivry-sur-Seine, France, 2009.

Publicado en www.pambazuka.org, el 17 de abril de 2009.

Traducido por Arantza Cortázar, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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