Remordimientos dorados

22/04/2010 | Opinión

El año 2010 debería despertar en los habitantes de 17 países africanos que celebran sus jubileos de oro de independencia un sentimiento real de remordimiento. La euforia de los años 1960 no ha sabido mantenerse convenientemente como para desencadenar una alegría medio siglo más tarde.

La mirada crítica sobre el camino recorrido en 50 años por Benin, Burkina Faso, Camerún, Centro África, Congo-Brazzaville, República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Gabón, Madagascar, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Somalia, Chad y Todo es poco reluciente.

Algunos países se pudren cada vez más en la pobreza, otros siguen siendo presa de crisis interminables. Todos han fracasado ante la esperanza de las poblaciones de ver la felicidad que se abría ante ellas tras la asunción en sus propias manos de los destinos de las hijas e hijos del continente. La traición ha sido total, con sufrimientos y sollozos. Los informes anuales establecidos por el PNUD colocan estos Estados en lugares poco envidiables.

Balbuceos tras balbuceos, como vagabundos, los 17 países todavía no han encontrado ideal del progreso. Los proyectos y programas de desarrollo han presentado un horizonte huidizo y sin esperanza desde 1960. Los caminos equivocados han inspirado analistas y ensayistas: “África negra ha arrancado mal”, advirtió René Dupont; “¿Y si África rechazara el desarrollo?”, se ha inquietado Axelle Kabou. Entre lamentos y temores, persiste el mismo espíritu de servidumbre.

Hasta tal punto, que países soberanos se han visto obligados a mendigar ante su antiguo amo para que las cuentas cuadraran. La más mínima soberanía, sea en el terreno alimentario, de seguridad, político, económico, financiero, no ha sido alcanzada por estos festejadores de 2010. A no ser que celebren lo que han conseguido juntos en estos 50 años y lo compartan: el hambre y la miseria.

“Cincuenta años de independencia: ¿qué balance en la búsqueda del progreso y del bienestar en plena libertad?”. Esta es la introspección a la que los celebradores de las independencias deberían someterse obligatoriamente este año. Los jubileos de oro con grandes fastos no deben ocultar una real voluntad de sacar las lecciones de las magras adquisiciones y de las gruesas insuficiencias registradas en esta larga marcha hacia la libertad, a fin de tomar un nuevo apoyo para mañanas mejores. Es este año cuando estos países deben negociar sus verdaderas independencias, las de un impulso para construir un futuro radiante.

El año 2010 requiere tanto un homenaje merecido a los verdaderos héroes que trajeron, al precio de su sudor y sangre, “los soles de las independencias” para que éstos brillaran en sus respectivos países, como un mea culpa de los heraldos, cuya traición ha comprometido las aspiraciones y los destinos de sus pueblos.

Medio siglo más tarde, las delicias de la libertad huelen a azufre, hasta tal punto que numerosos africanos de estos países se ven obligados a ir a buscar con peligro de sus vidas un futuro en la antigua metrópoli. La huida voluntaria ante el empobrecimiento y la miseria servidos una patria incapaz de cumplir con sus deberes primarios ha exacerbado el pesimismo hacia ella.

Los 17 países aureolados cada uno con 50 años de independencia tienen dificultades para hacerse un lugar en el concierto de naciones ricas, emergentes o ambiciosas. Están en la cola de todas las clasificaciones (índice de desarrollo humano, producto interior bruto, intercambios comerciales…) y en cabeza de todos los males (guerras, hambrunas, pandemias…). No se trata de una apología de afropesismismo, sino una realidad verdadera que enfría cualquier ardor de júbilo. Los pocos artificios de crecimiento que surgen aquí o allá no son más que una engañifa.

El fracaso es vergonzoso. Liberados del yugo colonial, los países en fiesta son incapaces de promover sus riquezas y valorizarse ante sus antiguos dueños. La audacia y el pragmatismo han faltado en sus dirigentes para dotarse de los medios para hablar de igual a igual con los antiguos colonizadores en las instancias políticas, diplomáticas, económicas, financieras y comerciales. Los primeros se confinan con gusto en su papel de hijos y los segundos creen ser los tutores en todo momento. El petróleo, el algodón, el café, la madera…son siempre vendidos tal cual. El mismo escenario que prevaleció en la época colonial y fue relatado en los libros de historia: “Las materias primas de las colonias han servido siempre para alimentar las fábricas de la metrópoli”. Y este estado de la situación perdura medio siglo después. Esta triste relación de dominantes y dominados aporta un grueso grano de amargura en la esperanza alimentada entorno a las independencias. Todo parece indicar que en el fondo nada ha cambiado verdaderamente en 50 años.

Ni líderes ni proyectos han respondido al llamamiento de la libertad y de la autopromoción de un futuro radiante para crear el sobresalto de la apropiación de su propio destino para desembarazarse definitivamente de las ataduras de eternos dependientes. África en general y estos países en fiestas en particular siguen sufriendo a la vez las cláusulas hipócritas de la “Conferencia de Berlín” que atribuyeron a las potencias reconocidas o futuras las materias primas del continente y los asaltos inicuos del comercio internacional en esta parte del planeta.

La nueva forma de colonización se oculta detrás de la alienación por el consumo de productos extranjeros sin contrapartida. Ahora bien, la era de las intendencias no ha permitido poder fabricar ni siquiera una aguja. Comparando con la envidiable situación actual de los dragones asiáticos, cuyo inicio de carrera hacia el progreso y cuyo despegue se efectuaron en las mismas épocas y en condiciones similares a las de los 17 países que celebran el jubileo de los 50 años, hay razones para llorar sobre las independencias africanas. El progreso sin horizonte, entreteniendo a los africanos con ilusiones como pollitos a los que se halaga dando unos granos de maíz para encerrarlos en un gallinero, no puede ofrecer un jubileo de oro con el brillo previsto.

Jolivet Emmaüs

Artículo tomado del diario Sidwaya, de Burkina Faso, el 20 de abril de 2010.

Traducción: Ramón Arozarena.

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