Radio machete, por Rafael Muñoz Abad

22/05/2013 | Bitácora africana

Bélgica es ese pequeño país donde nunca parece suceder nada y cuyo pasado colonial es una encantadora colección de atrocidades. Los belgas son llamados los fox terriers de la colonización: menudos pero matones. Su estructura colonial, en la igualmente pequeña Rwanda, se vertebró entorno a acrecentar las diferencias sociales entre hutus y tutsis. Los tutsi eran ganaderos y menos negros que los hutus. Una “lógica” razón [europea] para darles algo de formación y promocionarlos como un funcionariado medio. Los tutsi eran el grupo minoritario y los hutus, al ser más negros, debieron pensar los “civilizados” belgas, era lógico que siguieran siendo lo que históricamente venían siendo: sus vasallos. A todo esto, en los años noventa, un tal Boutros Ghali, infausto secretario general de la ONU, se embolsó hasta dieciocho millones de libras por mediar en la venta de armas al regimen ruandés. Arsenal afilado bajo la importación de medio millón de machetes chinos al coste de 29 centavos la pieza. La semilla de la antipatía hutu – tutsi ya existía antes de la llegada de los belgas; estos la regaron, occidente la abonó y los africanos recogieron la sangría. En julio de 1993 la Radio Televisión de las Mil Colinas empieza a emitir proclamas violentas contra la población tutsi; calificándolos de cucarachas y alentando a su exterminio. El pistoletazo de salida para la carnicería será el derribo del Falcon 50 en el que viajaba el líder hutu Habyarimana y el presidente de Burundi. El corazón de Africa se sumió en un baño de sangre en el que un millón de tutsi fueron pasados a machete. Bélgica evacuó a los suyos y miró para otro lado; Francia y su deplorable Operación Turquoise sería acusada de complicidad con los asesinos hutus; y la ONU sumó así a los desastres de los Balcanes y Somalia, otro esperpéntico espectáculo de indiferencia e incapacidad. Menudo historial. Del degolladero ruandés se salvan muy pocos apellidos; mereciendo una digna mención la del militar canadiense Roméo Dallaire, al que Naciones Unidas negó el puñado de fuerzas de elite que este requería para detener el genocidio que el dial de radio machete invitaba a llevar a cabo.

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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