Pueblo sumiso, jamás está sin guiso, por Juan Tomás Ávila laurel

7/12/2011 | Bitácora africana

Haciendo abuso del socorrido grito de guerra de las tribus urbanas, la rima fácil es bastante socorrida, reflexionamos sobre el asunto de Guinea Ecuatorial. Hablamos en concreto de comer, de cuando los mismos guineanos dicen de sí mismos, y de otros, que se callan las vejaciones que sufren porque defienden su pan. O que se callan porque la dictadura les ha puesto el pan en la boca.

El asunto traspasa las dimensiones domésticas cuando la mismas voces aclaran que cuando dicen que la cabra come donde está atada, o de gente adulta que defiende su pan, se refieren al silencio de muchos guineanos que podrían denunciar y que no lo hacen, actitud justificada en la creencia de que todos los beneficios materiales obtenidos se perderían si ejercieran sus derechos humanos básicos. Además, en la referencia al pan de los ciudadanos de Guinea se hace también hincapié en la poca consistencia de lo que se defiende: un pan, literalmente, un coche de segunda mano comprado en Valencia, un puesto de trabajo y un cargo de perfil bajo. Este es el pan que defienden los guineanos para no querer decir nada sobre las coerciones que sufren. Y sobre las otras violaciones que sufren o que ven cometer a los dueños del poder.

Apartando el hecho de la poca consistencia del resto de los logros que hacen callar a los guineanos, tenemos que destacar que una vinculación laboral de larga duración permitiría comer por mucho tiempo al que se viera beneficiado. Entonces este no es un guineano cualquiera. Es alguien que no puede decir nada no sólo por su largo comer, sino porque también es parte del régimen que coarta las libertades de sus ciudadanos. Entonces, por una y otra razón vemos que por simples cuestiones materiales los guineanos son incapaces de sacudirse la dictadura que mina sus vidas.

Pero esta actitud, lejos de circunscribirse a los dominios territoriales de Guinea, es reproducida por los guineanos cuando abandonan la tierra patria y están lejos de las presiones de los que los maltrataban. En sus nuevos destinos, todavía actúan como si estuvieran defendiendo un pan misterioso que impide que expresen siquiera su aspecto humano básico. Y es que tampoco dicen nada los miles de guineanos que tienen su residencia en España, a quienes la relativa facilidad de integrarse en España les alivia de cargas accesorias en la lucha contra la supervivencia. Aun con esta, y quizá por esta ventaja de la que carecen otros colectivos africanos, el olvido de la situación dejada atrás es censurable. Para que pudiera serlo, para que nuestra acusación sea fundada, tenemos que documentar la realidad del hecho de muchos guineanos, de todas las edades, diseminados por España, a los que no se les ha oído nada sobre la dictadura que han padecido, y que todavía padecen muchos de los que han dejado atrás.

Solventada la situación administrativa de residencia, o afianzada la misma por ser de instalación antigua en España, los guineanos ya no parecen tener otro interés que la lucha diaria por la supervivencia. Con fuerte presencia en otros aspectos, como las celebraciones familiares, los actos de devoción y otras relacionadas con el ocio festivo nocturno, la voz guineana no se oye en otros ámbitos, y pese a ser ciudadanos de la dictadura más longeva de África. ¿Tendría este comportamiento que ver con la relación estrecha que tienen con las cosas de comer? ¿Qué hay detrás del hecho de que los guineanos residentes en España adopten una actitud silente ante la dictadura de su país? No sería descabellado pensar que tenga que ver con el pan que dejaron de comer, muchos de ellos, por dejar la tierra propia de manera repentina, y que quieren volver ahora que saben que ahí hay mejor pan. De hecho, no son pocos los que planean su vuelta al país de sus padres. Con el silencio como la única forma de asegurar un pan racionado por una dictadura feroz, muchos de los guineanos se hacen dueños de la creencia de que el asunto interno no les tocará si saben mantener cerrada la boca. Hay muchos ciudadanos guineanos de profesiones variadas que no creen que deberían luchar para derrocar la dictadura de su país. Los hay incluso que hacen esfuerzos grandes por relacionarse con ella.

En la indagación de la verdad que hay tras el silencio de los guineanos se puede hacer generalizaciones que alcanzarán a otras comunidades africanas en España. Y es que durante las masivas protestas ciudadanas del Movimiento 15-M en todas las ciudades españolas, el que esto escribe echó en falta la participación de guineanos en la ciudad que le correspondía vivirlas, una importante urbe española con una comunidad guineana bastante numerosa. Pero que se echara en falta a los guineanos fue de manera indirecta, porque en las mismas no vimos ni colectivos ni individuos de la comunidad negroafricana en la ciudad española de referencia. Por ser los guineanos de raza negra y por confirmar la escasez de negros en las protestas del 15-M en nuestra ciudad, deducimos que los guineanos no mostraron interés.

Este tema del poco interés de los negroafricanos, y, por excepción, de los guineanos, no es baladí. Y es que durante las masivas protestas del 15-M los ciudadanos de las comunidades donde encontraron acogida estaban ejerciendo su libertad en la única forma soportable que tenían para luchar contra las injusticias de estas comunidades. De ninguna manera podía ser, pues, un tema del que podían decir que no era de ellos. De ninguna manera era aceptable que mirasen de refilón lo que se producía en las plazas principales de sus ciudades. Porque aquí sí que no se podría justificar que no pudieran tomar parte porque defienden su pan. Además, la lucha por mejores condiciones sociales, en las que la abundancia del buen pan es su exponente más notorio, fueron el motor impulsor de las protestas.

Llegados aquí, podemos creer que el silencio secular de muchos guineanos sobre los aspectos de su vida se puede asimilar al hecho de que no luchan por su propio pan, quieren que los demás se partan los pechos por ellos, porque no saben que el perenne silencio sobre los hechos de la realidad de su país impedirá que el disfrute del escaso pan que tienen ahora sea continuo. Podría deberse, pues, que no creen que detrás de la lucha pueden alcanzar un pan mejor y para muchos días.

Como la realidad socorre a los que se preocupan, nos han llegado testimonios cibernéticos de la queja de muchos estudiantes extracomunitarios por el incremento de las tasas académicas en España, un hecho que podría peligrar la continuidad de su carrera. Ahora sí es hora de protestar. Como es más fácil asignar la categoría de extracomunitario a los negros, acotaremos dicha información a sus especiales características y diremos que los negros que estudian en España, entre ellos muchos guineanos, protestan por la subida de las tasas.

Si el relato de lo que hemos hecho, incluida la protesta de los estudiantes extracomunitarios, se ajusta a la realidad, entonces podemos decir que dice muy mal del comportar de los guineanos en lo que se refiere a los asuntos importantes de su vida. Porque de la misma manera que muchos guineanos son considerados locos por su tenacidad en la lucha contra la dictadura, pudo haber ocurrido que los negros que atestiguaban la lucha librada en todas las plazas de España habían pensado que era un asunto de unos jóvenes locos. Que era, en definitiva, algo que no iba con ellos. Y si pensaban así, no se entendería muy bien su propuesta para solucionar el motivo de su protesta por la subida de las tasas. Nadie sabría decir, pues, de qué se quejan o del por qué se quejan ahora.

Habiendo negros y blancos en este relato, y mucho pan, tenemos que decir que a menudo salen del mundo de los blancos jóvenes y mayores constituidos en oenegés para dar de comer, literalmente, a los negros que no tienen qué llevarse a la boca. Creemos firmemente que este hecho no siempre es debido a la ausencia de comida en estos lugares. Podría ocurrir, como ocurre con muchos guineanos, que los nativos de las zonas donde la gente pasa hambre no se han levantado para paliar los desastres causados por su silencio por defender un pan menor. Y habiendo la cuestión racial en medio, llegaremos a decir que sigue ocurriendo que los negros son alimentados por los blancos, y por su mucha desidia sin justificar. Pesando más la cuestión de las razas, no haya controversias innecesarias cuando se diga que algunos, y de una raza en concreto, enredan su vida en cuestiones que tienen que ver con el pan, los aspectos materiales e inmediatos de la vida, mientras otros han dado un paso para adentrarse en el idealismo, cuyo ejercicio no puede, sin embargo, confundirse con filantropía. Lanzada la duda sobre este punto, debemos reconocer que hay mucho oportunismo entre la gente africana en sus comunidades locales y en las de acogida. Y así, no vamos a ninguna parte.

original en FronteraD

Autor

  • Ávila laurel , Juan Tomás

    Juan Tomás Ávila Laurel, escritor ecuatoguineano nacido en 1966 en Malabo, de origen anobonés, actualmente reside en Barcelona. Su obra se caracteriza por un compromiso crítico con la realidad social y política de su país y con las desigualdades económicas. Estas preocupaciones se traducen en una profunda conciencia histórica, sobre Guinea Ecuatorial en particular y sobre África en general. Tiene más de una docena de libros publicados y otros de inminente publicación, entre ellos las novelas y libros de relatos cortos La carga, El desmayo de Judas, Nadie tiene buena fama en este país y Cuentos crudos. Cuenta también con obras de tipo ensayístico, libros de poemas y obras de teatro.

    En Bitácora Africana incorporamos el Blog "Malabo" que el escritor realiza para la revista digital FronteraD. Desde CIDAF-UCM agradecemos a la dirección de FronteraD y a Juan Tomás Ávila Laurel la oportunidad de poder contar en nuestra Portal del Conocimiento sobre África con esta colaboración.

    @Avilalaurel

    FronteraD - @fronterad

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