Problemas étnicos, un legado del juego de poder colonial

25/01/2008 | Opinión

Caroline Elkins muestra que los orígenes de las crisis de Kenia se remontan al legado colonial británico.

Kenia parece estar al borde de una guerra civil teñida de etnicidad tras las disputadas elecciones del pasado 27 de diciembre.

El presidente Kibaki fue declarado vencedor de un segundo mandato tras unas votaciones que el candidato de la oposición, Raila Odinga, denunció como manipuladas y que los observadores de la Unión Europea coincidieron en calificar de seriamente defectuosas.
Parte de la culpa de que decenas de miles de keniatas hayan huido de sus casas y cientos hayan muerto, recae sobre Gran Bretaña y su legado imperial.

La causa inmediata de la crisis es el delicado equilibrio étnico. Durante la encarnizada disputa electoral, en la que Raila prometió acabar con el favoritismo étnico y distribuir la riqueza del país más equitativamente, la etnicidad fue un factor decisivo, y una estrecha victoria de cualquiera de las dos partes habría provocado un brote de violencia.

Ambos hombres son ricos y elitistas políticos africanos que tienen mucho más en común entre ellos dos que con sus seguidores. En su lucha por el poder ambos usan a sus seguidores como sustitutos de ellos mismos en una guerra ardiente. En todo caso, Raila tiene razón cuando habla de falsificación de votos.

Si se buscan los orígenes de las tensiones étnicas de Kenia, debe mirarse su pasado colonial. Lejos de dejar unas instituciones y unas culturas democráticas, Gran Bretaña legó a sus antiguas colonias gobiernos corruptos y corruptibles. Los dirigentes coloniales nombraron a dedo a sus sucesores tras dejar el país después de la II Guerra Mundial, haciendo un favor político y económico a sus protegidos. Este proceso creó unas elites cuyo poder se extendió durante el período postcolonial.

A ello hay que añadir la distinta perspectiva que se tenía del estado de derecho en la era colonial, gracias a la cual los británicos dejaron unos sistemas legales que facilitaban la tiranía, la opresión y la pobreza en lugar de un gobierno abierto y dispuesto a rendir cuentas. Y empeorando este legado estaba la famosa política imperial británica del “divide y vencerás”, enfrentando a unas etnias contra otras, lo que convirtió a grupos fluidos de personas en unidades étnicas inmutables.

En muchas de sus antiguas colonias, los británicos escogieron sus favoritos de entre estos recién solidificados grupos étnicos y dejaron desamparados a los otros. Nos dicen con frecuencia que los antiguos odios tribales conducen a los conflictos de hoy en África. De hecho, tanto el conflicto étnico como los agravios consiguientes son fenómenos coloniales.

No hay duda de que los países recién independizados como Kenia mantuvieron, e incluso intensificaron, la vieja herencia imperial del autoritarismo y la división étnica. Los británicos pasaron décadas intentando mantener a los Luo y a los Kikuyu divididos, temiendo, con razón, que si alguna vez los dos grupos se unían su poder combinado podría poner en peligro el estado colonial. Efectivamente, una corta alianza Luo-Kikuyu, a finales de los 50, aceleró la retirada británica de Kenia y forzó la liberación de Jomo Kenyatta de una prisión colonial.

Pero antes de su partida los británicos formaron a los futuros keniatas con el propio modelo británico de elecciones democráticas. Gran Bretaña estaba firmemente decidida a proteger sus intereses económicos y geopolíticos durante el proceso de descolonización e hizo casi todo para lograrlo, excepto llenar las urnas electorales directamente. Ello estableció unos precedentes peligrosos.

Entre otras maniobras, los británicos dibujaron unas fronteras electorales para limitar la representación de los grupos que pudieran causarles problemas y dieron poder a la administración provincial para manipular los resultados electorales.

Las viejas costumbres nunca mueren. Tres años después de que Kenia se convirtiera en un país independiente, en 1963, la alianza Luo-Kikuyu se desmoronó. Kenyatta y su elite kikuyu tomaron el estado; Odinga Odinga creó un partido opositor que finalmente fue aplastado. Kenyatta estableció un sistema de gobierno de partido único en 1969 y arrestó a la oposición, incluyendo a Odinga, prácticamente lo mismo que los británicos le habían hecho a él y a sus compinches durante el gobierno colonial en los 50. Los kikuyu entonces pudieron disfrutar de gran parte del botín del país.

Las fortunas de los Kikuyus tomaron un mal rumbo cuando Daniel Arap Moi, miembro de la etnia minoritaria Kalenjin asumió el poder dictatorial en 1978. Se las arregló para mantenerse en el poder más de dos décadas. La parte oeste de Kenia disfrutó espléndidamente de los beneficios económicos del país hasta 2002, cuando el péndulo se movió de nuevo hacia los kikuyu, liderados por el recientemente elegido presidente Kibaki.

Los temores de ascendencias étnicas, elites políticas hambrientas de poder, procesos e instituciones no democráticas son todos rasgos de la Kenia de hoy, del mismo modo que lo eran durante el gobierno colonial británico. Ello no excusa el comportamiento antidemocrático del presidente Kibaki ni el de su oponente Raila, ninguno de los cuales es necesariamente la verdadera voz de las masas. Ni excusa la horrible violencia que se ha desatado.

Al contrario, sugiere que la histórica trayectoria antidemocrática que ha seguido Kenia a lo largo de los años se inició al comienzo del mandato colonial británico, hace más de un siglo.

Retrospectivamente, lo raro no es que Kenia haya caído en la violencia étnica. Lo raro es que no ocurriera antes.

Carolina Elkins

Profesora de Estudios Africanos de la Universidad de Harvard y premio Pulitzer 2006, con ‘Britain’s Gulag’

Artículo publicado en www.pambazuka.org el 10 de enero de 2008.

Traducido por Miguel Reynes, para el Departamento África de la Fundación Sur.

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