¿Por qué no consideramos el Magreb y Egipto como parte de África? , por Afribuku

29/07/2015 | Bitácora africana

Autor: Javier Mantecón

Por qué el Norte de África queda fuera del radar de las noticias que nos llegan sobre el continente? ¿Es la parte septentrional de África un ente aparte a nivel cultural y social que debemos tratar de manera diferente? En el imaginario colectivo África es el continente negro, la tierra de los maasai, de los mandingas, de los leones y elefantes además de la pobreza y la guerra. Pensamos en África y vemos niños negros sonriendo, la sabana o la selva, la tierra roja pero nunca nos trasladamos a Egipto ni a Marruecos. África como continente-víctima pero siempre que miremos del Sáhara hacia el sur. ¿Deberíamos obviar entonces al norte como parte de África?

Al norte de África lo llamamos Magreb y Mashrek. Magreb de Libia hacia el oeste y Mashrek de Egipto hacia el este, y por referencias culturales e históricas los alejamos del continente africano. A estos territorios no se aplican los mismos estúpidos prejuicios que se aplican al África Subsahariana, si no otros, igual de estúpidos. Que la población mundial perciba una región de una manera o de otra no debería llamarnos la atención más allá del debate de clichés y tópicos que el turismo y la sociedad de información ha ido creando en este último siglo. Sólo que en este caso hay una diferencia sustancial. Los “pobres negritos” son nobles y simpáticos pero los norteafricanos son rateros y terroristas. ¿Por qué esta divergencia tan apabullante?

Comenzaremos por dar unas pinceladas en el contexto histórico del tema que nos ocupa. La relación del África Subsahariana con Europa es muy reciente. Hasta prácticamente el Congreso de Berlín en 1884, el sur del Sáhara era conocido por Occidente únicamente por la relación comercial que existía entre los emporios de la costa africana y Europa y América y por las misiones evangelizadoras. Fue la colonización paulatina del continente africano la que puso los cimientos del victimismo y la condescendencia con la cual miramos por encima del hombro a los “pobres negritos”. Si es así, ¿por qué ese sentimiento no se traslada al norte de África, que también sufrió una sangrienta y represiva colonización hasta mediados del siglo XX?

Respuesta fácil y simplista: el Islam. Respuesta correcta: las relaciones de poder en el Mediterráneo. La islamofobia está sin duda bien arraigada en todo Occidente y actualmente vive un despunte consecuencia de las nuevas formas de terrorismo vinculadas al comercio de productos y personas ilegales. Pero la islamofobia ha existido en Europa incluso antes de las Cruzadas y la Reconquista y además no se aplica a los senegaleses, malienses o nigerinos musulmanes, a menos que no sean negros o muy radicales, y tampoco los cristianos coptos entran en el grupo de norteafricanos de quien desconfiar. ¿Estará vinculado pues el rechazo del norte de África con la unión entre piel aceitunesca e Islam? Tampoco. Muchos tunecinos son blancos, como los sudafricanos y namibios y la mayoría etíope y malgache no son negros.

La adversión de Occidente con el norte de África se remonta en el tiempo hasta la República de Roma. La propaganda de la República contra Cartago (actual Túnez) y posteriormente del Imperio contra cualquier elemento orientalizante caló hondo en el imaginario colectivo europeo posterior. Las Guerras Púnicas contra Amílcar y Aníbal Barca y las continuas incursiones de los bereberes, númidas y mauri (tribu asentada en el actual Marruecos y del que proviene el actual y despectivo término “moro”) en la desértica frontera sur, imposible de controlar por el Imperio, crearon una visión de salvajismo, bandidaje y barbarie que aún sentimos hoy en día.

Más de siete siglos después, la llegada del Islam remataría la faena. A la brecha cultural ahora se añadía una religiosa. En una Europa medieval, cristiana y fundamentalista, la instauración de Al-Ándalus y la pérdida del control de Tierra Santa supuso un duro golpe moral y económico. Las tradicionales rutas de comercio de especias, metales preciosos y esclavos fueron monopolizadas por una región tan vasta que comprendía desde Al-Ándalus hasta Indonesia. Europa quedó aislada comercialmente y además nunca más recuperaría Jerusalén. ¿A quién culpar? Muy sencillo: a los musulmanes que conocían de cerca y que les habían arrebatado el comercio y sus lugares santos.

8806

Como es sabido, con la toma de Constantinopla y el absoluto cerrajón comercial, Europa se vio forzada a abrirse al mundo a partir del siglo XV, comenzando así la época de los descubrimientos europeos en América y el establecimiento de colonias comerciales en África. La llegada de éstos a las costas africanas no fue siempre fácil, las enfermedades tropicales hacían estragos entre los colonizadores y los nativos eran habitualmente hostiles pero la brecha tecnológica entre Europa y África Subsahariana era tan amplia en ese momento que los europeos no llegaron a plantearse que lo que sufrían en estas tierras eran enfrentamientos tan complejos y abiertos como los que existían contra otomanos o sarracenos: se batían con tribus de salvajes inferiores. Una vez Europa se asentó permanentemente en África Subsahariana, los gobiernos de las metrópolis se instauraron bajo un férreo control militar. Los negros eran considerados simplemente animales de carga pero los norteafricanos eran de otra pasta, nunca se les denigró a tal estatus. Hábiles comerciantes y musulmanes, los magrebíes y egipcios que habían disfrutado históricamente de grandes relaciones culturales, sociales y económicas con los países del Sahel, se centraron en una red comercial que abarcaba la extensa región que une a Marruecos con Indonesia al ver sus privilegios interrumpidos por la presencia europea.

Así pues, África queda dividida en dos regiones para Occidente. El norte, que continúa con sus difíciles relaciones sobre todo con sus países limítrofes como España, Italia y Grecia y vive en su propia realidad, y el resto: el África negra. Tras la caída del régimen colonialista en África -al menos presencial- en los años 60, comenzó un flujo de inmigración del Magreb y Egipto hacia sus antiguas colonias, que tuvieron que reconocer en ocasiones cierto estatus jurídico de protección en modo de compensación histórica. Y nos situamos ya en pleno siglo XXI: Francia no encuentra una solución para su población de pleno derecho de origen magrebí y España, Italia y Grecia siguen anclados en la idea de que tienen al enemigo al otro lado de sus fronteras y que Egipto es la tierra de los faraones.

Pero ¿qué han hecho los magrebíes y egipcios por nosotros? Lo justo sería recalcar que sin el norte de África no disfrutaríamos en Europa de nuestra gastronomía, ni de nuestra filosofía científica aristotélica, no beberíamos cerveza, ni disfrutaríamos del flamenco en España, hubiéramos perdido las innovaciones tecnológicas grecorromanas, nuestra poesía sería mucho más sistemática y plana, no sabríamos qué es un museo o no podríamos establecer ecuaciones matemáticas sin el cero. Es tan sencillo como que sin el norte de África no existe la cultura mediterránea y por extensión, la europea tal y como la conocemos actualmente. Difícil de encajar pero tan cierto como que las procesiones de Semana Santa en Italia o España son de origen precristiano e introducidas por los cartagineses.

Mauretania_et_Numidia

Caemos una vez más víctimas de la información sesgada. Sin ir más lejos, la extendida idea de que la inmigración ilegal es culpa de los magrebíes que se aprovechan de los pobres negros africanos que quieren venir a Europa a buscarse una vida mejor porque provienen del peor agujero que existe en el planeta. ¿Quién recibe a los inmigrantes en Europa? ¿Mafias magrebíes? ¿No hay magrebíes en esas pateras y balsas? Los hay, pero lucen menos en la televisión que una niña negra enferma.

La Islamofobia no es tal si sólo se aplica a ciertos países. ¿Deberíamos hablar por tanto de arabofobia? Tampoco, Occidente en su infinito delirio y confusión mental no diferencia entre un sirio, un persa, un indonesio, un bereber o un árabe. Occidente no quiere saber nada de esas culturas que encuentran a escasos 14 kilómetros de sus fronteras. Es raro encontrarse con un español o un italiano que conozcan a fondo Marruecos, Túnez o Egipto. Sí interesa sin embargo recrear en ese imaginario romántico y ficticio en Marrakech, un crucero por el Nilo o en Monastir, eso sí, con pulsera todo incluido y saliendo únicamente del hotel con excursiones organizadas. Más cool es cruzarse el mundo para tomarse una hamburguesa con queso en Queens. ¿Entonces?

La respuesta a todas estas preguntas lanzadas al aire se engloban en dos cuestiones que ya apuntábamos anteriormente y que resumen la animadversión occidental hacia el Magreb y el Mashrek: el continuo e histórico choque cultural y por tanto religioso entre el sur y el norte del Mediterráneo y la culpabilidad y condescendencia con la que se sigue mirando al África negra. A este hecho habría que añadir la propia percepción de los norteafricanos de su propia singularidad cultural y étnica.

Efectivamente, la relación entre el norte de África y sus vecinos del sur no es siempre tan cordial como debería. La diferencia que Occidente señala entre el norte y el resto del continente es alimentada en muchas ocasiones por la propia población norteafricana. Aunque los países septentrionales se hayan unido a instituciones como Unión Africana (excepto Marruecos), la población posee una visión más clasista a nivel racial entre las diferentes zonas del continente. Históricamente, las relaciones comerciales y esclavistas entre el Magreb y Mashrek con el Sahel y el establecimiento de los árabes como clase aristocrática minoritaria fomentaron un sentimiento de superioridad étnica, ya no sólo respecto a los negros del sur pero también en detrimento de los propios habitantes de las tierras que conquistaron. Es aún una práctica común en el norte de África indagar en el pasado de la propia familia para aumentar su prestigio social buscando lazos de parentesco, aunque sean ficticios, con la élite árabe trajeron el Islam consigo y por tanto, más cercana al profeta Mahoma étnicamente. Los negros en esa ecuación, se sitúan en el último lugar en el prestigio étnico-social. Una vez más caemos en el mismo error. ¿Solamente podemos llamar africanos a los negros? ¿Qué ocurre entonces con los Boers o los etíopes por ejemplo?

La mayoría de los medios de comunicación actuales aún marcan la diferencia entre el Norte de África y el resto del continente, dejando de lado su parte septentrional en sus secciones africanas. Las noticias siempre nos llegan desde el África Subsahariana con el filtro de la pena bien fijado. ¿cómo utilizarlo si este sentimiento nunca se ha aplicado al Magreb? No nos rompamos las sienes con el esfuerzo, en el fondo ya se sabe: los magrebíes son unos liantes y unos terroristas. Mejor ignorarles, no vende.

En su discurso como ganador del Étalon de Oro en 2015 a la mejor película de FESPACO, la bienal de cine más importante de África, Hicham Ayouch comenzaba de la siguiente manera: “Como habrás notado, mi piel es blanca, pero la sangre que fluye en mis venas es de color negra. Mi padre es marroquí, mi madre es tunecina, soy africano y orgulloso de ello, porque somos un continente hermoso, un noble continente, un continente rico, somos la madre de todas las tierras, son la esencia del mundo”.

Al igual que América está formada por canadienses, chilenos y guatemaltecos y no sólo estadounidenses y Asia no es sólo China y Japón, debemos considerar a África como un mosaico cultural y étnico que incluye tantas diferencias como puntos en común. África es sólo un nombre con el que denominamos un espacio geográfico concreto poblado por diferentes culturas. Aunque seamos europeos, los noruegos y los españoles poco tenemos que ver entre nosotros. Seamos capaces pues de trasladar este concepto a un marroquí y un sudafricano. Los romanos llamaron precisamente África a lo que hoy conocemos como Túnez y Libia, con lo que podemos hacernos a la idea de lo arbitrario de la denominación actual. La riqueza del continente pasa por su diversidad, desde Madagascar a Marruecos, desde Egipto a Sudáfrica y desde Senegal a Somalia. Ni negros, ni magrebíes, ni blancos, ni árabes: africanos.

Original en : Afribuku

Autor

  • afribuku

    Afribuku pretende hacer descubrir y reflexionar sobre manifestaciones culturales africanas contemporáneas de interés, divulgándolas a través de esta página y de las redes sociales. En África existen numerosas propuestas artísticas de excelente calidad que permanecen ocultas a los ojos del mundo. Es necesario que todos aquellos que creemos en una visión más realista y honesta de África tratemos de que la comunidad iberoamericana se familiarice y comience a disfrutar de la gran diversidad que ofrece este continente.

    @afribuku

Más artículos de afribuku