Paul Kagame: El continente africano tiene que encontrar su propio camino hacia la prosperidad

1/07/2009 | Opinión

En las últimas reuniones del G20 y el Fondo Monetario Internacional (FMI), se han congregado los líderes mundiales para abordar la crisis económica que afecta al mundo entero. Desafortunadamente, parece que muchos creen todavía que pueden resolver los problemas de los más pobres con un poco de sentimentalismo y con promesas de inyecciones de ayudas masivas, las cuales no suelen materializarse.

Nosotros, que vivimos y gobernamos los países más pobres del mundo, estamos convencidos de que los líderes políticos de los países ricos y de las instituciones multilaterales sienten la situación de los más necesitados. Pero no solo han de compadecerlos, sino también han de tenerlos en mente.

El polémico libro de Dambisa Moyo, Dead Aid (Ayuda Muerta), nos ha proporcionado una valoración pormenorizada de la cultura de la ayuda de nuestros días. El ciclo de la ayuda y la pobreza perdura: mientras que los países pobres continuen centrándose en recibir ayuda, éstos seguirán sin hacer todo lo posible por mejorar su situación económica.

Algunas de las recetas de Moyo son un tanto agresivas, como finalizar el suministro de ayuda de aquí a cinco años. No obstante, siempre he creído que de esto precisamente es de lo que deberíamos estar hablando, esto es, de cuándo acabar con la ayuda y cuál es el mejor modo para hacerlo.

Las ayudas no solo no han logrado cumplir sus objetivos, sino que, además, no han tratado los aspectos subyacentes de la pobreza y las sociedades más afectadas. Esto mismo lo hemos observado en nuestro país vecino, la República Democrática del Congo. En dicho país, se encuentran reunidos 17.000 pacificadores de las Naciones Unidas, la mayor y más cara presencia de este tipo en la Historia. Sin embargo, se centran más en tratar los síntomas que en abordar aquellos asuntos relacionados con la capacidad, la autodeterminación y la dignidad.

A menudo las ayudas han sumido a las poblaciones receptoras en medio de una situación de inestabilidad, distracción y mayor dependencia. Tal como recalcó Ashraf Ghani, el ex ministro de Finanzas de Afghanistán, éstas pueden incluso agravar la relación entre el líder elegido democráticamente y el pueblo.

No me malinterpreten. Sin duda, apreciamos el apoyo llegado desde el exterior, pero éste debería estar enfocado de tal forma que nos ayude a conseguir lo que nosotros mismos intentamos alcanzar. Nadie debería fingir mostrar más preocupación por nuestros países que el que mostramos nosotros o dar por sentado que saben lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos.

De hecho, deberían respetarnos por querer tomar decisiones sobre nuestro propio destino. A su vez, como le digo a nuestra gente, nadie les debe nada a los ruandeses. ¿Por qué a alguien en Ruanda debería incomodarle que los contribuyentes de otros países estén apoyando con su dinero nuestro bienestar o desarrollo?

Ruanda es una nación con grandes objetivos y una razón de ser. Estamos intentando multiplicar por siete nuestro producto interior bruto en una generación, lo que supone el cuádruple de la renta per capita. Esto creará la base para una mayor innovación y confianza, para una mayor conciencia cívica y tolerencia, que refuerce nuestras sociedades.

El espíritu emprendedor es la forma más segura de que el país alcance estos objetivos. El libro de Michael Fairbank, In The River They Swim, en el que pone a Ruanda como uno de los ejemplos, destaca la necesidad de respetar la sabiduría local, desarrollar una cultura de innovación y fomentar oportunidades de inversión para el desarrollo de productos, nuevos sistemas de distribución e innovadoras estrategias de marketing.

Por este motivo, las actividades gubernamentales deberían centrarse en apoyar el espíritu emprendedor no sólo para alcanzar estos objetivos, sino sobre todo para abrir las mentes de las personas, fomentar la innovación y permitir a la gente demostrar su talento. Pues el hecho de proteger a la gente de la fuerza de la competición es como decir que son discapacitados.

El espíritu emprendedor permite a las personas sentirse valoradas y tener una razón de ser, sentirse que son capaces, competentes y dotadas como cualquier otra persona. Pedirles a nuestros ciudadanos que compitan es lo mismo que pedirles que salgan al mundo en representación de Ruanda y desempeñen su papel.

Sabemos que esto constituye un desafío enorme dado nuestro estatus de país cerrado que sale de un conflicto, con pocos recursos naturales, una pequeña infraestructura especializada y una pequeña inversión a nivel histórico en educación. Ahora bien, tenemos algunas razones para ser optimistas: tenemos una clara estrategia de exportación basada en una serie de ventajas competitivas sostenibles.

En la actualidad, vendemos café a precios altos a los compradores más exigentes del mundo; nuestra experiencia con el turismo atrae a los mejores clientes del globo y un estudio de mercado revela que las percepciones del té ruandés van mejorando. Todo esto se ha traducido en empleo en sectores claves cuyo crecimiento supera el 20% de la base anual. Asimismo, en los últimos diez años hemos recortado en casi la mitad las ayudas como un porcentaje del total del PIB y el año pasado experimentamos, incluso, un crecimiento superior al 11%, pese a que el mundo entraba en recesión.

Si bien esto es reconfortante, sabemos que el camino a la prosperidad es largo. Lo recorreremos con la ayuda de algunos pensadores y emprendedores de la nueva escuela del desarrollo, con aquellos que demuestran que no solo tienen presente en sus corazones a los más necesitados, sino también en sus mentes.

Paul Kagame

Paul Kagame es el Presidente de Ruanda.

Este artículo se ha publicado inicialmente en el Financial Times.

Publicado en Daily Monitor, Uganda, el 14 de mayo de 2009.

Traducido por Ruth Yuste, para Fundación Sur.

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