¿Para qué vienes a África, criatura? , por Alberto Eisman

1/04/2014 | Bitácora africana

Espero que al recibir la presente hayas vuelto sano y salvo al terruño y hayas podido reflexionar sobre lo vivido estas semanas en África. Te imagino llegando a tu casa, tirándote en tu sofá preferido y exhalando un suspiro de alivio mientras exclamas con aire de incredulidad “por fin se terminó la pesadilla.”

En caso de que se te ocurra reflexionar algo acerca de tu viaje, espero que te sirva esta carta. Dicen que hay una parte de nosotros que no conocemos y que sólo la podremos saber

si alguien nos la muestra. Mira por dónde que hoy estoy en una actitud de compartir y te voy a decir cómo te vi en estas semanas.

Sé que la responsable del viaje os puso a todos bien claro los objetivos del mismo: no íbais a Cancún ni a Marina D’Or ni a Praga ni a Punta Cana en hotel molón con pensión completa… Se os dijo que aunque habría un componente de turismo también se quería que el grupo tuviera una perspectiva de la situación real de la gente y del país, habría por tanto contacto con la población local e incluso tendríais alojamiento en condiciones bastante sencillas. Me contaron que todos aceptásteis las condiciones y dijísteis que sí, imagino que con cara de Indiana Jones dispuestos a lanzaros a la aventura y pelearos con el más pintado… lo que no me explico es el hecho de que, si fue tan asertivo el asentimiento, saliera luego aquella cara de asco que durante dos semanas no abandonó tu semblante ni siquiera un minuto.

Permíteme compartir contigo algunos puntos que me parecen importantes:

La vida es mucho, pero mucho más que el correo electrónico, el facebook, el twitter o el maldito whatsapp. No pasa nada, pero NADA por estar uno o dos días sin acceso a red alguna, completamente desconectado del exterior. Pruébalo, hombre. Incluso hay ahora hoteles de lujo que cobran la tira por proporcionarte “vacaciones 100% desconectadas”. No se puede vivir pendiente del dichoso “ping” indicando que ha llegado un mensaje. Quizás pienses que soy un iluso al decir esto, pero creo que hoy día, con toda nuestra tecnología, somos más esclavos que nunca. Estamos en una sociedad hipercomunicada, pero nos esclavizan las cadenas invisibles de los smartphones, sus aplicaciones, chats y jueguecitos.. esa es una realidad que encuentra su innegable evidencia en la manera como tú y algunos de tus compañeros os habéis comportado en estos días, con ese nerviosa y febril inquietud que se podía leer en vuestra mente y actitudes, algo así como “por Dios bendito ¿cuánto queda todavía para llegar a un sitio con wi-fi?”

En los comentarios con el grupo pude oír que poníais a la gente de guarra porque comían con las manos (cosa que por cierto ya se te había advertido). Permíteme aclararte que en estas culturas uno se lava las manos antes y después de cada comida… y es casi obligado hacerlo de manera pública (no vale decir “me las he lavado hace cinco minutos”) Por lo tanto yo me juego lo que quieras que en el censo de gérmenes por centímetro cuadrado de piel, la mayoría de los africanos nos ganan por goleada porque, a pesar de nuestras toallitas húmedas y otras chuminaditas, su rutina diaria incluye el regular lavado de las manos de manera más sistemática y repetida que la nuestra.

Ya que estamos en el tema de la comida, soy perfectamente consciente de que los peores momentos de tu viaje fueron los de la ingesta. Tu cara en esos momentos era todo un poema. Pudiera ser que los platos que te presentaran no fueran apetecibles porque simplemente la gente aquí no tiene tanta mano para cortar la carne y presentarla como un solomillo, un entrecote o una chuleta… Aquí un trozo de carne va casi siempre unido a un hueso, aunque te dé repelús, lo siento pero la naturaleza es así de jodida, no hay supermercados donde se pueda encontrar carne despojada de todo elemento sólido, presentada en una bandeja de poliestireno, envuelta en papel de celofán y con fecha de caducidad. Eso sí, te aseguro que aquí la carne es 100% carne, no tiene hormonas de crecimiento, ni hay vacas locas porque no se les echa de comer porquerías ni nada químico, así que al no probarla te perdiste un bocado completamente natural y con mucho más sabor que los chutes que te das de aditivos, sustancias químicas y otras añadiduras en tu carnicería habitual.

Unido a esto está el hecho de que, ofreciéndote carne, esta gente quiso manifestarte su sincera hospitalidad y su profundo respeto… te dieron a comer un manjar que ellos raramente comen y esto es simplemente porque el bolsillo doméstico no da para más. Aquí un día y otro también lo que hay en el menú es sémola de maíz y alubias… así que aunque tú les hicieras ascos, los platos de ternera y de pollo que te presentaron era la versión africana del “boccato di cardinale” más superior. No tenían nada mejor que darte. Tú, sin embargo, no pudiste ni siquiera hacer amago de comértelo y dejaste el plato sin tocarlo. A la gente, aunque hubiera sido algo mínimo, le hubiera encantado que lo probaras y les habría mostrado que apreciabas el gesto. Pero fue que no.

Si por un lado es normal tener ciertas reservas e incluso timidez cuando se llega a un lugar nuevo determinado por una cultura distinta, por otro creo que no pudiste recuperarte del primer shock. Algunos de vuestro grupo, imagino que animados por miedos irracionales, comenzásteis a evitar el contacto directo con la gente, como si os fueran a contagiar una terrible enfermedad. Os hacíais los despistados para que no os estrecharan la mano.. ¿creéis que la gente es tan tonta como para no darse cuenta de eso? ¿cómo os sentiríais vosotros en su lugar? ¿o sólo tenéis sentimientos vosotros “los blancos”? Fueron escenas tristes y deprimentes.

No repetiré aquí los comentarios de algunos miembros del grupo porque me causan terrible vergüenza ajena. Es cierto, ellos son más pobres que tú pero no por eso menos dignos o merecedores de respeto. Con las migajas de tu solidaridad o lo que tú dejas de propina a lo mejor dos personas pueden comer pero ese tremendo poder adquisitivo que tú tienes en comparación con ellos no te hace mejor que nadie. Sé a ciencia cierta que a veces los africanos son más pobres precisamente porque son más solidarios… aquello de “este va a comer caliente hoy” cuando dejabas tus ridículas y misérrimas monedillas en el plato de la propina estaba absolutamente fuera de lugar.

No sé si achacar todo esto a la edad, a la inmadurez, a la ignorancia o a la pobreza de valores humanos… o quizás a todos esos factores conjuntamente. Noto que os ha faltado sensibilidad, empatía y altas dosis de humildad. En la vida – permíteme que me ponga algo escatológico – éste es un magro bagaje que os impedirá ver la verdadera realidad de otras realidades, las que se salen de vuestros esquemas mentales, sociales y culturales. Mientras no estéis dispuestos a ir más allá de vuestra zona de comodidad y de vuestros prejuicios, mejor quedarse en casa, no complicarse la vida, relajarse, abrir una lata de cerveza y pedir por teléfono una buena Pizza Barbacoa en la Telepizza más cercana.

Original en : En Clave de África

Autor

  • Eisman, Alberto

    Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

Más artículos de Eisman, Alberto