Nuevos nombres de cooperación para viejas realidades de entrega, por José Carlos Rodríguez Soto

8/02/2012 | Bitácora africana

El hermano salesiano Honorato Alonso, un burgalés de 62 años con quien tengo el gusto de trabajar en el proyecto que me ocupa en Goma, lleva en la República Democrática del Congo 32 años. Todos los días se levanta a las 4 de la mañana, corrige exámenes durante una hora antes de ir a la capilla a rezar y a las 6:45 ya está poniendo orden en su taller antes de empezar sus clases de electricidad en la escuela técnica Suele ensenar siete horas al día y por las tardes aun tiene humor para entrenar equipos de fútbol formados por chavales de barriadas miseras. Con pocas excepciones, todo aquel que en Goma y alrededores sabe hacer una instalación eléctrica o reparar una lavadora o un generador ha pasado por su aula. Honorato me perdonará mi indiscreción si añado que por este trabajo recibe un sueldo mensual de 200 dólares (he dicho doscientos, no me he comido ningún cero), cantidad que va directamente a su comunidad, donde viven muy modestamente. Su medio de transporte habitual es la bicicleta o alguna de las furgonetas abarrotadas que circulan por estas calles.

Cada vez que me encuentro con misioneros así en África me pregunto cuanto dinero costaría, por ejemplo, a la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (AECID) pagarles un sueldo de acuerdo a criterios profesionales a los cerca de 6.000 religiosos y religiosas que, según las Obras Misionales Pontificias, trabajan actualmente en este continente, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte de ellos trabajan también los fines de semana, tienen jornadas que superan con creces las ocho horas al día y casi nunca tienen vacaciones. Es cierto que en el mundo de la coooperacion hay de todo y muchos cooperantes perciben una remuneración mas bien modesta o incluso ninguna si son voluntarios, pero no raramente me encuentro por estas latitudes con personal de organizaciones internacionales de distinto calado que reciben sueldos que pasan de los 5000 euros al mes, más sus dietas, su buena casa y su vehículo con chófer. Trabajar a miles de kilómetros de tu casa y en lugares a menudo inestables e incluso peligrosos tiene que tener su compensación, se suele argumentar.

Ninguno de los muchos misioneros que conozco en África pretende entrar en competición con el mundo de las ONG, con las cuales incluso muchas veces hay una buena cooperación. Pero cuando escucho la nueva nomenclatura que suelen emplear no puedo menos de sonreír y pensar que lo que Honorato y muchos otros misioneros dedicados a la enseñanza o a construir aulas llevan décadas haciendo se llama hoy «acción socio-educativa». Los que llevan toda su vida dedicados a dar de comer al hambriento –ya sea en acciones de emergencia o desarrollando cooperativas agrícolas- en realidad estaban haciendo «esquemas de seguridad alimentaria». Las monjas que han gastado su vida en luchar por la dignidad de la mujer en África no lo sabían, pero estaban dedicadas a la “igualdad de genero y el empoderamiento de la mujer “; los curas que entre misa y misa han plantado miles de arboles realizaban «acciones de apoyo a la protección medioambiental», los que han tratado de poner un poco de paz en situaciones de violencia cuando las cosas se ponen feas hacían « procesos de transformación de conflictos », los que han estado horas y horas escuchando las mil desgracias de sus feligreses tampoco eran conscientes de ello, pero en realidad hacían « programas de apoyo psicosocial » y los que durante sus vacaciones en España daban charlas en colegios o parroquias para despertar las conciencias de sus compatriotas estaban involucrados en « acciones de sensibilización a la ciudadanía y educación al desarrollo ».

Lo que no se muy bien es cómo, con esta nueva nomenclatura, se denominarían las muchas horas que el hermano Honorato y otros misioneros gastaron durante la epidemia de cólera de 1994 en enterrar a cientos de muertos exponiéndose a un contagio que pudo haberles afectado muy seriamente, o las situaciones a las que ha tenido que enfrentarse cuando algún uniformado con los cables cruzados le ha apuntado con un fusil, o tantas otras acciones que rayan en lo heroico que el buen hombre calla por modestia pero de las que me acabo enterando por sus antiguos alumnos. Y se que gracias a que él y otros miles de misioneros españoles hacen por estas tierras africanas la cooperación de nuestro país sigue funcionando a pesar de los enormes recortes presupuestarios que sufre por parte de nuestros gobiernos. Y que si hubiera que pagarles como corresponde a su profesionalidad, dedicación y riesgo –cosa que por otra parte ellos mismos ni se plantean- no habría dinero suficiente en nuestro país para hacerlo.

Original en En Clave de África

Autor

  • Rodríguez Soto, José Carlos

    (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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