Noches tristes en el corazón de África, por José Carlos Rodrígez Soto

20/02/2021 | Bitácora africana

centroafrica_mapa-7.jpgCada día, a las seis de la tarde, hora que coincide con la puesta del sol, el bullicio del día cede su puesto a un incómodo silencio cuando los habitantes de Bangui se encierran en sus casas. Es la hora del toque de queda, que se extiende durante toda la noche hasta las cinco de la mañana, decretado por el gobierno centroafricano desde el pasado 13 de enero, cuando los rebeldes de la Coalición de Patriotas por el Cambio (CPC) atacaron la capital.

El intercambio de disparos y artillería ligera, que comenzó a las seis de la mañana de aquel día por dos puntos distintos de entrada a Bangui, duró unas pocas horas, el tiempo suficiente para despertar el pánico entre el algo más de un millón de sus habitantes. Todos ellos tienen aún fresca la memoria de dos ataques terribles que dejaron un reguero de muertos y destrucción en 2013: primero, los rebeldes de la Seleka, en marzo de aquel año, cuando tomaron el poder que detentaron por unos pocos meses, y más tarde, en diciembre, el descenso por sorpresa de los anti-balaka, que prendió la mecha a un conflicto comunitario entre cristianos y musulmanes con su espiral de venganza y criminalidad. Esta vez las cosas fueron distintas. Los rebeldes de la CPC se encontraron enfrente con una fuerza multinacional de Naciones Unidas (conocida como la MINUSCA) y a un ejército nacional mejor equipado y entrenado que, a pesar de sus limitaciones, cuenta con apoyo militar de Rusia y Ruanda. Los rebeldes sufrieron numerosas bajas y durante los días sucesivos las fuerzas leales al gobierno han ido ganando terreno y alejándolos de los alrededores de la capital. Mientras tanto, la Corte Constitucional declaró al presidente saliente, Faustin Archange Touadera, vencedor en primera vuelta de las elecciones generales celebradas a finales de diciembre.

El peligro de una toma violenta del poder parece haberse alejado, aunque aún quedan muchas incógnitas sobre el futuro y la violencia desatada desde que la CPC comenzó su rebelión en diciembre podría durar durante bastante tiempo. Después de varios años de una relativa calma, la vida en Bangui se ha vuelto más dura. Ya antes de decretar el toque de queda, el gobierno prohibió la circulación de las moto-taxis. En Bangui se calcula que son unos 38.000 y para la mayoría de la población ha sido siempre el único medio de transporte público. Los poquísimos taxi-furgonetas, casi siempre en un estado penoso, no dan abasto para cubrir las necesidades de desplazamiento de quienes tienen que ir al trabajo o a la escuela.

Si ya era dura la vida antes en la capital del país, considerado como el segundo más pobre del mundo, ahora la penuria aumenta cada día más. Los rebeldes han fracasado en su intento de conquistar Bangui, pero desde mediados de diciembre intentan asfixiar la capital impidiendo el tráfico normal de vehículos con la frontera de Camerún, de donde la enclavada República Centroafricana se aprovisiona de sus productos de primera necesidad. Miles de camiones llevan semanas parados en la localidad fronteriza de Garoua Boulai. Muchos han perdido sus productos perecederos, y otros -que transportan mercancías como medicamentos y alimentos importados- esperan el día en que el tráfico pueda volver a normalizarse en los 580 kilómetros que separan a Bangui de la frontera con Camerún.

Durante los últimos días, las fuerzas gubernamentales y sus aliados han llevado a cabo una ofensiva para controlar las principales localidades situadas a lo largo de esta carretera. Cuando intenten restablecer el tráfico, evitar las emboscadas en los convoyes escoltados será una tarea ardua. Mientras tanto, el precio de los productos de primera necesidad no ha cesado de dispararse y mucha gente en Bangui no tiene más remedio que reducir su alimentación a una escasa comida al día. Y no se puede olvidar que muchas familias, por si tuvieran poco con estas dificultades, acogen a familiares que han huido de la guerra en el interior del país y han buscado cobijo en la relativa seguridad que ofrece la capital, donde sus parientes apenas podrán ofrecerles algún exiguo espacio para que lo ocupen hasta Dios sabe cuándo. Además del toque de queda, desde hace pocas semanas el país vive también el estado de urgencia, que otorga poderes a las fuerzas del orden para realizar detenciones sin una orden judicial previa. A principios de este mes, la Asamblea Nacional lo renovó por seis meses más, lo que muchos interpretan como una señal de que esta crisis va para largo.

Con su proverbial humor, los habitantes de la capital que tuitean o publican comentarios en Facebook hacen comentarios más o menos jocosos sobre lo contentas que están las mujeres casadas con el toque de queda, que obliga a sus maridos a tener que recogerse pronto y evitar ciertas sospechosas “reuniones de trabajo” hasta horas tardías. Más allá de las bromas, el silencio sepulcral que desciende sobre la ciudad desde la puesta del sol es una losa más en la tristeza y el pesimismo que reinan en los barrios. Acostumbrados a juntarse los amigos y vecinos, a beber la cerveza vespertina en los mil chiringuitos arrabaleros con música de fondo y a salir de noche, durante los primeros días en que se tomó esta medida la policía se empleó en utilizar la fuerza para convencer a los que no cumplían las normas y hubo incluso algunos muertos y heridos en altercados en los que las fuerzas del orden dispararon a los que se negaban a dejar las calles. Incluso salir a tomar el fresco a la puerta de casa es exponerse a ser detenido o a ser intimidado por disparos de disuasión. En la mayor parte de los barrios, en los que la electricidad es muy irregular, la gente pasa el tiempo en el interior de sus casas a la tenue luz de una lámpara de parafina o de pilas de mala calidad esperando que llegue el día y que la nueva luz no traiga sobresaltos.

“Tengo el penoso deber de anunciaros que nuestro bello país está en guerra”, dijo el presidente en su mensaje a la nación de fin de año. Más recientemente, el 6 de febrero, con motivo del segundo aniversario de la firma del acuerdo de paz con 14 grupos armados, añadió algo de esperanza al expresar su convicción de que, a pesar de todo, el diálogo por la paz sigue siendo la vía privilegiada. Mientras tanto, en las redes sociales y en las calles circulan, peligrosamente, mensajes favorables a la violencia y al odio que van más allá del uso de la legítima defensa. En las noches de Bangui, que ahora son más largas y parecen estar envueltas en un halo de tristeza, sus habitantes se preguntan cuándo podrán, por fin, empezar a vivir sin miedo.

Original en: En Clave de África

[Fundación Sur]


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Autor

  • Rodríguez Soto, José Carlos

    (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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