No se puede ofrecer como ayuda lo que se debe en justicia,Por José Carlos García Fajardo

4/06/2008 | Bitácora africana

Repetidas veces, los secretarios generales de la ONU han denunciado a los países ricos por reducir la ayuda humanitaria pues el hambre hace peligrar el futuro de 15 millones personas en África. Los dirigentes del mundo vuelven sus ojos hacia las zonas en conflicto de Oriente Medio, Afganistán o algunas de las antiguas repúblicas soviéticas, en donde tienen intereses estratégicos así como en el pasado lo tuvieron en América y en África. En estos continentes utilizaron la fuerza bruta de la colonización bajo pretextos de evangelización y de civilización mediante el comercio. Las célebres tres Ces que movieron el expolio de millones de seres humanos y de sus tierras y riquezas.

Reconocemos la terrible situación de muchos países africanos, como Somalia, Sudán, Etiopía y otros, pero debemos preguntarnos por las causas de esas hambrunas -debidas no sólo a la sequía sino a la imposibilidad de cultivar los campos- de esas guerras fratricidas e impuestas, de esos desplazamientos humanos forzosos. Hay que llamar a las cosas por su nombre y no quedarnos en reacciones viscerales cuando de lo que se trata es de atajar los males en sus raíces. Quizá haya llegado el momento de hablar menos de ‘ayuda humanitaria’ y denunciar las corrupciones y abusos por parte de los poderosos del norte sociológico en connivencia con dirigentes corrompidos de esos pueblos empobrecidos del sur.

Si se pagara un “precio justo” por las materias primas que se les expolia obligándolos a monocultivos intensivos que desertizan las tierras; si se impusiera un embargo absoluto a la venta de armas de manera que ningún país miembro de la ONU pudiera vender armas a estados africanos bajo amenaza de las más severas sanciones; si se detuviera la proliferación de fábricas sucursales del norte que se instalan en esos países para explotar la mano de obra barata y sin condiciones de seguridad social alguna; si se reconociera que la deuda externa ya está pagada con creces y que muchos países necesitan el 60% de su renta nacional para pagar los intereses de la misma; si no se invadieran sus mercados con los excedentes de producción de las industrias del norte creándoles nuevas necesidades y dependencias por medio de la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, elevado a la categoría de paradigma, y que se ha revelado como eficaz sólo donde ha habido posibilidad de explotar las materias primas y la mano de obra barata de otros pueblos; si se llevara a los tribunales penales internacionales a las multinacionales y potencias corruptoras así como a los dirigentes corruptos de esos países; y, finalmente, si se cooperara en situación de igualdad con esos pueblos para ayudar en un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global –de acuerdo con sus idiosincrasias, culturas y características propias-, se estaría contribuyendo a una verdadera actitud humana y justa que va más allá de una ayuda económica esporádica y siempre de acuerdo con los intereses de los países donantes.

Ya está bien de explotación, de mentiras y de falsos problemas. África es un continente rico en pueblos, culturas y civilizaciones, rico en materias primas, en tierras regadas y en bosques. Es la mayor reserva del mundo en toda clase de minerales. Quizá por eso nos pidan ‘ayuda humanitaria’ en lugar de justicia y de solidaridad. El ex presidente de Tanzania, Julius Nyerere, dijo a una comisión de donantes de países del Norte: «Por favor, no nos echen una mano, quítennos el pie de encima». El líder conocido como La Conciencia de África pedía relaciones de justicia. Como Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia, decía de los ingleses «Cuando vinieron, ellos tenían la Biblia y nosotros las tierras; ahora, ellos poseen las tierras y a nosotros nos dejaron la Biblia».
Recordemos esas posibilidades de ayuda por parte de la comunidad internacional, que pueden sonar a utópicas, pero que las asumimos en el sentido de que «utopía es lo que no existe en ningún lugar… todavía». Porque no debemos soñar con un hipotético Plan Marshall que podría llevar a una dependencia todavía mayor respecto de las economías de los países del Norte.

Cierto que cabe una ayuda, aunque sólo sea por la vía de la reparación, -en estricta equidad y justicia-, pero pudiera ser que la mejor manera de ‘ayudarles’ fuera retirándonos y reconociendo su mayoría de edad y la capacidad para relacionarse con otros países y con otros modelos de desarrollo económicos distintos en términos de igualdad.
El más terrible azote de los pueblos de África no son el hambre ni las epidemias sino los intereses económicos extranjeros, sus dirigentes y las fuerzas militares o paramilitares movidas desde atrás como guiñoles sin alma. Pero hoy piensan, leen, viajan, se comunican y toman conciencia de que ya no tienen que perder más que sus cadenas y que el mundo, con sus riquezas y posibilidades, no pertenece realmente más que a quienes lo necesitan.

Autores

  • García Fajardo, José Carlos

    José Carlos García Fajardo Director del Centro de Colaboraciones Solidarias es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Nacido en Vigo, está casado y tiene seis hijos y diez nietos. Doctor en Derecho por la UCM, también estudió en las universidades de Salamanca, París, Roma y Oxford. De su experiencia profesional como periodista destaca su pasión por la justicia y los derechos humanos.

    Fundador de Solidarios para el Desarrollo, ONG dedicada al servicio de los marginados y de los pueblos empobrecidos del Sur, ha visitado y trabajado en más de cincuenta países. Además, ha desempeñado un importante papel en la promoción del voluntariado social en universidades de España, África y Latinoamérica, experiencias que han sido recogidas en su libro Encenderé un fuego para ti.Viaje al corazón de los pueblos de África (1988). Asimismo, es autor de Radiodifusión de sonidos e imágenes (1976), Comunicación de masas y pensamiento político (1984), Los Gazules (1997), Marrakech, una huida 2000), Jhany, una búsqueda (2003), Tu nombre para mí (2004).

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