Nampula (3), por Carlos Ordoñez Ferrer

19/07/2010 | Bitácora africana

El coste de un pasaje aéreo de Pemba a Nampula quedó en manos de la autoridad. 1500 meticais. Nosotros seguimos nuestro destino. Estábamos en África recorriendo en un cuatro por cuatro tierras absolutamente inhóspitas para nosotros. ¿Qué más daban 40 y pico euros de multa? Marchábamos con los ojos abiertos, ávidos de ver, con el vértigo de lo desconocido, precavidos y felices ante lo nuevo.

El mapa nos indicaba que en breve llegaríamos a un nuevo cruce. El de Metoro. Ahí torcimos a la izquierda, hacia el sur. La carretera se hacía más estrecha y los baches más profundos por lo que debimos reducir la velocidad, ya reducida de por sí. Hay quien se ufana de hacer Pemba – Nampula en cuatro horas. Incluso menos. Esos son los gilipollas que imaginando estar en un rally circulan alarmando a los pobladores rurales, poniendo en peligro sus vidas, llenando las aldeas del polvo rojo que se introduce por todos lados y no viendo más que el cuenta kilómetros. ¿Os suenan? El paisaje seguía siendo rojo y verde. Pero lo que más nos llamaba la atención era que en ningún momento dejábamos de ver caminantes a los costados del camino. ¿Dónde iba toda esta gente? ¿De dónde venía? Cargaban camas, paja, troncos, bolsos, carbón vegetal, gallinas, cabras, palanganas, plátanos. Ninguna bolsa del Corte Inglés. ¿Si se daban la mano uno otro juntarían las ciudades de Pemba con Nampula? Es posible.

Atravesamos el río Lurio, abandonamos la provincia de Cabo Delgado y entramos en la de Nampula. Estábamos a mitad de camino y eran casi las dos de la tarde. Los baobabs decoraban un paisaje hermoso y caótico. Encontramos un lugar para parar a estirar las piernas y comer el bocadillo que nos habíamos preparado. ¿Reconocéis la mosca cojonera? ¿Esa que te persigue allá donde vayas, que se multiplica por tres en el tímpano, que siempre encuentra el mordisco que vas a pegar antes que tú, que no la ves más que de pasada porque es una mancha negra que pasa volando pero que no dejas de escucharla en la nuca y que te jode ese pequeño almuerzo con el que llevas soñando largo rato? Bueno, pues ahí estaba ¡cómo no! Vas detrás de un árbol a echar el pis de rigor y evidentemente te acompaña para que no la olvides. Lo más curioso es que pares donde pares a lo largo de más de 400 kilómetros, ella siempre está ahí. Puntual a la cita.

Seguimos. La vegetación se hace más verde. Y progresivamente, sobre el altiplano, como gigantescos meteoritos caídos desde algún lugar del cielo, enormes montañas rocosas sobresalían dando a nuestro viaje un aspecto lunar. De pronto, un gigantesco preservativo se erguía fálico. Fernando, mi amigo francés enfrascado en campañas de sensibilización en la prevención contra Sida me lo había dicho, “estamos haciendo camisetas con la foto de una montaña que hay en el camino a Nampula. Es igual que un preservativo. Tenemos ya el slogan: Até a naturaleza esta de nossa parte. Usa preservativos e séja feliz”.

Una hora y media después llegamos hasta el cruce de Namialo. A mano izquierda, a una hora estaba Ilha Mozambique. Un paraíso donde iremos en unas semanas. A mano derecha a 50 minutos la capital, Nampula. La carretera ahora es mejor. Una carreterita normal, pero para las horas que habíamos dejado atrás, nos parecía una autopista.

Son más de las 4 de la tarde cuando al fin vemos el letrero de Nampula. Nos recibe un grupo de italianos pertenecientes a una ONG italiana relacionada con la presencia médica en África. Una cuadrilla de lo más diversa. Teníamos algunos encargos. En Pemba faltan algunas cosas o son a precio europeo, por lo que cuando alguien viene a Nampula se le da una lista de encargos (toallas, sartenes, cubiertos, cazos…). Antes de ir a cenar y después de una cerveza fría y deliciosa marca nacional “Laurentina” nos llevaron a un supermercado. Qué decir. Alucinamos. Era de pronto como estar en Eroski (o en la Tienda Inglesa para los uruguayos). Había de todo, filetes de ternera, quinqués, herramientas, leche de soja, sopa de tomate a 19 meticais cuando en Pemba está a 90. Y lo mejor, ¡se podía pagar con visa! Uno puede ser todo lo alternativo y anticapitalista que se quiera, pero en ocasiones tener a mano “ciertas comodidades” es eso, una comodidad nada despreciable.

Cenamos en un restaurante simpático llamado “Café Carlos”, en su terraza. Cerca de nosotros una mesa con unos franceses y el resto de los comensales personal local. Cuando llevábamos una hora nos trajeron la cena que coincidió con el sonido de los tambores. Un grupo de adolescentes, de no más de 15 años, cuatro chicas y cuatro chicos de un grupo cultural presentaban una obra de teatro que incluía baile y percusión. El tema era la protección frente a la malaria, el cólera y el sida. Nos hicieron callar a todos con su fuerza. A todos menos a uno de los franceses que de espaldas a los muchachos seguía hablando. Los tambores sonaban con un ritmo potente y los movimientos de los y las bailarinas eran un hermoso espectáculo. Mirando las caras de estos jóvenes era claro que creían en el mensaje que estaban lanzando con su arte. Redoble de tambor. En la mesa de al lado, el francés no callaba, hasta que le chisté desde mi silla. Seguro que era de los tipos que tarda 3 horas y media en venir a Nampula desde Pemba.

Nos fuimos a dormir con la promesa de que mañana desayunaríamos con zumo y croissant. A veces, la felicidad es simplemente eso, un zumo y un croissant.

Autor

  • Ordoñez Ferrer, Carlos

    Carlos Ordoñez Ferrer como él dice "Antes fui realizador de televisión. Ahora soy activista, viajero y escribidor. Es mejor para la salud" .

    Colaborador de MUGA El Centro de Estudios y Documentación sobre Inmigración, Racismo y Xenofobia, MUGAK, impulsado desde SOS Arrazakeria, Organización que viene desarrollando su labor desde 1995.

    Carlos Ordoñez Ferrer ha pasado nueve meses en Mozambique tiempo en el que ha escrito su blog Mozambiqueando que a partir de ahora podremos encontrar en nuestra página web

    De vuelta a España realizó el Master "Información Internacional y países del Sur" de la Universidad Complutense de Madrid

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