Naas Botha, el Di Stefano afrikáner, por Rafael Muñoz Abad

29/06/2016 | Bitácora africana

rugby_sudafrica.jpgSiendo de los que creen que esperar al fallecimiento para recordar a alguien es un ejercicio de ventajismo, me adelanto a la jugada y les presento a Naas. Hendrik Egnatius Botha, Naas para los aficionados al balón oval, forma parte del Hall of Fame de la memoria colectiva del rugby como uno de los aperturas más finos que este nobledeporte nos ha brindado.

Si Di Stefano fue la saeta rubia, Naas era la del Transvaal. Ambos se movían en el campo de puntillas. Una sexta marcha le hacía inalcanzable al placador y si le dabas un metro, armaba una patada tan precisa como el rifle de un francotirador en la guerra de los boers. No cabe mejor comparación. En otras palabras, su drop era quirúrgico entre palos. Ya fuera con el jersey verde y oro de los Springboks frente al enemigo fetiche de los sudafricanos, los chicos de negro, entiéndase los All blacks, o con el añil de Northern Transvaal jugando la Currie Cup, siempre destacaba un número diez rubio como la cerveza.

Cuando Naas apenas nacía, Di Stefano ya reventaba las redes de media Europa; aun así, creció en una sociedad tan encorsetada y rancia como lo hizo el célebre futbolista en el apogeo de la dictadura franquista. Y es que a pesar de las sanciones internacionales y las revueltas internas anti apartheid, la Sudáfrica de los años ochenta aún hacía gala de pura proteína racial. Las giras de la selección de Africa del Sur por Inglaterra o Nueva Zelanda eran recibidas con pancartas que denunciaban el regimen segregacionista de Pretoria e incluso se llegaron a desplegar alambradas tras la línea de ensayo en Auckland y Wellington para impedir invasiones de campo. A diferencia del seiscientos de Di Stefano y los lectrodomésticos del Plan Marshall para la precaria clase media española de la época, la [clase media blanca] sudafricana nunca fue media si no directamente clase alta.

Y si bien es cierto que lo popis que eran los Kennedy poco o nada tenían que ver con la estrechez mental de los Balthazar Vorster o P.W. Botha, genuinos representantes del pensamiento afrikáner y su concepción de pueblo elegido, no deja de ser menos cierto que la sociedad blanca sudafricana era una mutación del sueño americano en África Austral con casas de porche, dos coches familiares con Rhodesian Ridgeback´s en lugar de Golden Retriever´s como mascotas de jardín; de enormes jardines por cierto.

Naas apenas llegaba al uno ochenta en una época en la que el rugby era románticamente amateur, abundaban las patillas y los delanteros exhibían una delatadora tripita que les descubría como oficinistas, choferes o profesores de lunes a viernes. Gente normal. En el pantagruélico rugby de gimnasio y pastillazo de hoy donde los jugadores rallan queso en sus abdominales; donde un centro equivale a un flanker de 1982 o lo que es peor, donde las camisas han perdido el cuello e igual sirven para jugar que para hacer surfing – ¡en Durban por favor¡ -, Naas no habría llegado ni a aguador… o igual sí, pues la genialidad no entiende de tamaño que si de cantidad y de eso iba sobrado. Y si no, recuerden el sombrero de Rob Andrews a un tal Lomu en el Newlands stadium de Ciudad del Cabo en 1995. Trofeo al que Naas nunca llegó. Espina vital aún por extirpar el no haber logrado la Webb Ellis con los Boks.

Naas era eléctrico y veía la puerta un segundo antes que sus centros. Razón por la que muchos de sus ensayos fueron en solitario. Un auténtico jugón que diría el malogrado Andrés Montes. Un decálogo de lo que debe ser un apertura que salía del campo sin un rasguño, limpio y apenas despeinado; tenía el don de estar en el sitio justo en el momento preciso. Diestro con ambas piernas, se ganó el nick de la prensa británica como Nasty Booter por haber cosido a drops a los British Lions en su gira por Africa del sur en 1980. En una era en la que el rugby sudafricano estaba asilado por las sanciones anti apartheid y el profesionalismo era un horizonte aún sin amanecer, Naas brillaba en la competición doméstica y sentaba cátedra en los escasos test matches internacionales que jugaban los Springboks. Su gran oportunidad de firmar un suculento contrato llegaría con la invitación de los Dallas Cowboys de la profesionalizada NFL norteamericana para probarle como pateador pero el sueño americano no fraguó y regresaría a Sudáfrica.

Escuche a Naas en Windhoek, Namibia, en una de sus muchas charlas sociales sobre la inversión en el deporte y su faceta social. Un tipo normal en lo físico. Gran comunicador. Afilado al comentario. Muy Di Stefano. Rubios los dos.

Centro de Estudios Africsanos de la ULL

cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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