Monarquías africanas, por Carlos Luján Aldana

13/01/2020 | Bitácora africana

monarquias_africanas.jpg Los invito a conocer a través de estas líneas la historia y las características de los tres únicos reinos sobrevivientes en el continente africano: Marruecos, Lesoto y Eswatini (Suazilandia).

La monarquía es una forma de gobierno que va en desuso, y el continente africano no es la excepción. A lo largo de la historia existieron en África centenares de reinos majestuosos y poderosos. Quizás el más recordado de ellos es el Egipto de los faraones, pero no menos importantes fueron los de Nubia, Ghana, Malí, Etiopía, Tombuctú, Zanzíbar y varios más, de los cuales podríamos escribir cientos de páginas relatando sus historias y sus hazañas.

De todos ellos, tan solo tres han sobrevivido hasta nuestros días, cada uno con sus propias especificidades, y que se esfuerzan en adecuar su tradicional forma de gobierno a los nuevos tiempos contemporáneos, donde están obligados a adaptarse a los continuos cambios de una economía mundial cada vez más globalizada. Sin más que decir, no resta más que ir a las entrañas de estos tres reinos, que nos harán replantearnos el concepto de monarquía en el Siglo XXI.

Marruecos es un Estado que cuenta con una de las historias más antiguas y místicas de África y el Medio Oriente. Según la tradición, los miembros de la actual dinastía reinante en Marruecos, la alauí, son descendientes directos del profeta Mahoma, lo cual nos remonta a los inicios del Islam mismo, así como a los primeros años de esta religión en el continente africano.

Por estar ubicado en una zona de tránsito entre África y Europa, el territorio de Marruecos ha sido muy codiciado, originando una diversidad cultural muy singular. Bereberes, fenicios, romanos y vándalos se establecieron en esta zona antes de la conquista árabe por el califato de los Omeya (Siglo VIII de nuestra era), quienes difundieron el Islam y cambiaron el destino del futuro Marruecos.

Pese a la invasión, muy pronto estallaron revueltas bereberes, quienes se mostraron recios en ceder el control del territorio. A la postre adoptaron el Islam, pero con el paso del tiempo el Magreb se separó políticamente del mundo político árabe, aunque sin perder su cultura. Las primeras dinastías árabes en gobernar fueron los idrisíes y los fatimíes, pero fueron realmente los almorávides – bereberes que tomaron el poder desde el sur de los montes Atlas – los verdaderos fundadores de Marruecos al imponerse sobre sus adversarios. Bajo su reinado (1060-1147) Marruecos conoció su época de mayor esplendor, llegando a dominar incluso gran parte de la península ibérica. Después el reino se fragmentó, y los reyes castellanos y portugueses comenzaron a ocupar algunas regiones.

A partir de 1549 Marruecos fue gobernado por sucesivas dinastías árabe-parlantes, siendo la última la actual dinastía alauí, quienes a pesar de que no contaban con el apoyo de ninguna tribu bereber, lograron controlar el territorio en el Siglo XVII. Desde sus inicios, esta dinastía se ha caracterizado por sus vínculos con potencias europeas y no europeas, aunque no siempre de forma amistosa.

A mediados del Siglo XIX las guerras contra los europeos pusieron de manifiesto la debilidad del Reino. Tras años de competencia entre las potencias europeas, en la Conferencia de Algeciras (1906) se impuso al Sultán Mulay Hafiz un tratado de protectorado francés, con zonas de influencia españolas en el norte (provincia del Rif) y el sur (regiones de Ifni y Tarfaya).

Sin embargo, el protectorado estimuló la inversión privada y un flujo constante de capitales que hicieron posible la transformación de la economía y el surgimiento de una burguesía local, que pronto comenzó a reclamar la independencia. En 1944 el Sultán Mohamed V se rehusó a ratificar las decisiones de Francia, y comenzaron a formarse los primeros partidos políticos.

La agitación marroquí y el respaldo a su rey fueron tan grandes que el gobierno francés autorizó en 1956 la restauración de la soberanía del reino. Desde entonces, Marruecos ha tenido tres sultanes: Mohamed V, Hasán II y Mohamed VI, este último en el trono desde 1999.

Aunque existe un Parlamento y una Constitución, el monarca tiene derecho de veto en decisiones estratégicas, declarar estado de emergencia y dar marcha atrás a las leyes que apruebe el legislativo, lo que se traduce que en la práctica el sultán sea la máxima autoridad marroquí, respaldado por Istiqlal, partido de ideología nacionalista fiel a la monarquía. El país hace lo posible para dar al mundo una imagen vanguardista, democrática y moderna, pero en realidad se trata de un Estado represor.

Marruecos se empeña infructuosamente en conciliar un sistema político liberal con las costumbres y tradiciones del Islam, pero a pesar de las contradicciones, cuenta con un gran respaldo de Francia y los Estados Unidos, que le ha permitido mantener una buena estabilidad política y económica e impedir propagación de “ideologías perniciosas” como el comunismo, el islamismo iraní y más recientemente, la primavera árabe, donde el sultán Mohamed VI hábilmente realizó algunas pequeñas reformas para impedir el crecimiento de las protestas sociales en el país. Sin duda alguna, la estabilidad es la moneda más valiosa para este histórico reino en medio de las turbulencias por las que atraviesa la mayor parte del Mundo Árabe.

Lesoto, un reino enclavado en las montañas.

En el extremo sur del continente, enclavado dentro de Sudáfrica y oculto en la cordillera de Drakensberg, se encuentra un pequeño reino independiente que lleva el nombre de Lesoto. Se le conoce como “la Suiza africana”, no por la prosperidad, sino por su paisaje montañoso.

Su gente es hospitalaria, amable y orgullosa. Son descendientes de tribus de origen bantú muy antiguas, los basutos, quienes se componían de clanes donde el número de individuos era reducido, razón por la cual eran agricultores y ganaderos autosuficientes. Pero hacia 1820 el entorno político en el extremo sur se transformó radicalmente, cuando el rey Moshoeshoe I unió a las tribus basutos para defenderse de los ataques de las temibles hordas zulúes comandadas por Chaka, aglutinándose en las montañas, y en una de ellas fundaron Maseru, que hoy es su capital.

Este monarca logó obtener de los británicos el reconocimiento de su soberanía sobre su territorio, y de esta forma pudo defenderse en sus pleitos con zulúes, matabelés y boers, aunque no fue sino hasta 1871 cuando Gran Bretaña hizo efectivo un protectorado conocido como Basutolandia.

La región obtuvo la independencia en 1966 como Lesoto, y un tataranieto de su fundador, el rey Moshoeshoe II, aceptó el trono bajo una Monarquía Constitucional con un parlamento bicameral dominado por el Basoto National Party (BNP). Esta división de poderes fue breve, ya que en 1970 el entonces primer ministro Jonathan Leabua consiguió vía golpe de Estado relegar al monarca a funciones ceremoniales y simbólicas, situación que se mantiene hasta hoy. El monarca actual es Letsie III, y aunque hoy la figura del rey es más de adorno que otra cosa, el país mantiene una inestabilidad política crónica y son continuos los golpes de Estado. El último de ellos ocurrió en 2014.

La situación en otros ámbitos no es mejor. Desde la década de 1950, los habitantes han estado emigrando a Sudáfrica para trabajar en las minas de oro y diamantes, pero ante la desaceleración económica en esta nación y la falta de garantías de seguridad laboral en las minas, los inmigrantes extranjeros han sido despedidos. Su principal actividad económica es la industria textil, muchas de propiedad china. Por su altitud, el clima es extremoso, lo que dificulta la práctica de la agricultura. La mayor del país es pobre, y es uno de los países del mundo con mayor prevalencia al VIH-SIDA.

Por todos estos problemas, ha emergido con fuerza un proyecto de anexión con Sudáfrica, que convertiría a Lesoto en la décima provincia de este país. La presencia del gigante sudafricano sobre Lesoto puede describirse como asfixiante, pero muchos habitantes – sobre todo los inmigrantes – apoyan la idea de la anexión. En los últimos 20 años el país ha estado construyendo presas para abastecer de agua a una Sudáfrica que ya padece una crónica escasez de ella. Por esta razón el proyecto unionista no suena tan mal, pues Sudáfrica accedería a los recursos hídricos que tanto necesita, pero Pretoria asumiría de golpe la responsabilidad de gobernar, educar y atender médicamente a dos millones de personas más. Mientras esto se discute, Lesoto lucha por sobrevivir, manteniendo la esencia del pueblo guerrero que mantiene su autonomía contra las adversidades.

El Reino de Eswatini y su intacta esencia africana.

Finalmente, hablaremos acerca de la única monarquía absoluta que aún existe en África: Eswatini. Es básicamente una nación conformada por miembros de la etnia swazi, quienes hacia 1820 fueron rechazados por los zulúes hacia el actual territorio, comprendido entre Mozambique y las provincias sudafricanas de KwaZulu-Natal y Transvaal, en el que hoy habitan una mezcolanza más o menos feliz de swazis, zulúes, sothos y alguno que otro descendiente inglés. Las características físicas de sus aldeas y sus habitantes los obligaron a ser un pueblo pacífico y agrícola.

En este lugar Sobhuza I formó un reino, que alcanzó su máximo esplendor con el rey Mswati (1836-1868), quien instituyó un ejército permanente y estableció buenas relaciones con los colonos blancos. Al igual que Lesoto, el entonces territorio de Suazilandia se convirtió en un protectorado de Gran Bretaña, quien estableció dos consejos, uno de blancos, que velaba por los negocios de los europeos, y otro de swazis, que defendía los de la población nativa. Este sistema funcionó hasta 1968, cuando Suazilandia pudo acceder a una independencia que nunca solicitó, bajo una monarquía parlamentaria.

Pero el rey Sobhuza II tenía otros planes. Usando como pretexto la guerrilla en Mozambique suspendió los partidos políticos, disolvió el parlamento y creó una nueva constitución basada en el sistema de comunidades tribales, que le convertía en monarca absoluto.

Adentrarse en la realidad de este reino equivale a retroceder en el tiempo algunos siglos, ya que la nación mantiene las mismas costumbres y tradiciones, propias de una historia increíble de fantasía y que nos dan una idea de cómo eran las monarquías africanas antiguas. Pese a que la mayoría de la población del país es cristiana, sobreviven prácticas como la invocación a los espíritus ancestrales, la medicina herbolaria, la lectura de los astros, y la poligamia, además de una serie de ritos y festivales que mantienen viva la memoria colectiva y la identidad meramente africana del país.

Pero sin duda, la más conocida y polémica de todas es la Uhmlanga o danza de las vírgenes, en la cual un grupo de mujeres, jóvenes y niñas bailan cada verano ante los ojos del monarca con los pechos destapados para que él pueda elegir entre ellas a la que será su esposa. De esta manera, el rey actual Mswati III ha coleccionado un total de 15 esposas y 25 hijos (su padre, Sobhuza II, tuvo 70 mujeres y más de 200 hijos). Por ello, grupos de activistas en pro de los derechos humanos, las mujeres y las niñas denuncian estos actos y exigen mayores esfuerzos por la igualdad de género y en favor de la democracia.

No obstante, este tipo de críticas hacia este país se realizan casi siempre bajo un prisma occidental, al proponer soluciones que no son compatibles con las especificidades de las sociedades africanas. Al fin y al cabo, toda persona y pueblo es libre de creer en lo que quiera, aunque existe una línea muy delgada entre lo que los súbditos de este país quieren y lo que necesitan.

Mswati III puede hacer de su vida personal lo que sea, pero como jefe de Estado, es su responsabilidad procurar el bienestar y proteger a sus gobernados. Y en esta labor los resultados son desastrosos: el 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, la esperanza de vida es de apenas 45 años, y una de cada cinco personas vive con VIH. En cambio, parece ser que el monarca tiene otras prioridades.

Un día se despertó con la idea de cambiarle el nombre al país, y lo hizo. Se justificó el cambio apelando a que el nombre del país era colonial (swazi–land, la tierra de los swazis), sobre todo este último prefijo es de origen inglés. Pero el nuevo nombre, Eswatini, hace referencia al nombre del mismo rey.

El hecho de que Eswatini se encuentre entre los últimos lugares en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano no impide que Mswati III sea uno de los jefes de Estado africano que más ingresos percibe y que sea dueño de muchas propiedades y jets privados, donde viajan él, sus esposas y su amplia familia.

Recientemente estuvo de vacaciones en México, en concreto, en Los cabos, uno de las playas más lujosas y hermosas del país, junto con todas sus esposas y más de 70 gentes que integran su servicio. Mientras tanto, en su país los habitantes carecen de lo necesario.

Así está la situación este país, misma que no parece que en un futuro cercano cambie radicalmente la realidad de Eswatini, pero es urgente que el monarca emprenda importantes reformas para que el reino no colapse. De esta manera, Eswatini desafía a la cada vez mayor modernización, globalización y democratización de África y del mundo, al mantener un sistema político prácticamente intacto por siglos. La apuesta es interesante y llena de polémica, pero que demuestra que los africanos son capaces por sí mismos de transformar su entorno acorde a sus características particulares.

Original en : tlilxayac.com

Autor

  • Luján Aldana, Carlos

    Economista mexicano. Me apasiona el estudio de los asuntos africanos, por lo que escribo para impulsar el conocimiento del continente africano y generar debate en torno a él. Puedes seguirme a través del Blog Tlilxayac.

    La palabra Tlilxayac significa “máscara negra” en lengua Náhuatl, aquella que hablaban los habitantes del Valle de México antes de la conquista española y aún hoy se escucha en algunas regiones del país. La máscara es un símbolo muy representativo de la cultura mexicana, y también lo es para algunas regiones africanas. Con esto, se pretende representar la unión, amistad y diálogo entre las naciones de África y México en pro de una relación sólida, cordial, fructífera y duradera.

    @clujanaldana

Más artículos de Luján Aldana, Carlos