Mi visita a Uganda

5/09/2013 | Editorial

A partir del 31 de julio hasta el 17 de agosto 2013 he pasado dos semanas formidables en Uganda, mi país y casa durante 32 años.

Encontrarme con mis compañeros que trabajan en Uganda, fue una gran alegría para mí. Tuvimos la oportunidad de compartir importantes experiencias. También pude encontrarme y gozar la compañía de familias y amistades, así como de los miembros del equipo del Consorcio de Educación Ética en Kampala. Mi encuentro con numerosos líderes religiosos y civiles fue también una experiencia muy enriquecedora. La guinda de tantos encuentros fue la visita al cardenal Emanuel Wamala en Kampala, un buen amigo y una bellísima persona.

Hacía dos años que había dejado Uganda y noté algunos cambios importantes.

Por el lado positivo, los jóvenes están más y mejor educados. Se nota que hay más dinero en circulación y que existe un cierto crecimiento económico: grandes almacenes, hoteles, turistas etc. Algunas infraestructuras siguen mejorando como la nueva presa hidroeléctrica de Karuma Falls, la tercera en el rio Nilo.

La gente sigue sabiendo disfrutar de la vida, con lo poco que tienen. También me alegre al ver que el Consorcio de Educación Ética que lanzamos en mis últimos cinco años en Uganda, sigue creciendo.

Las universidades regionales siguen aumentando en Mbarara, Fort Portal, Kampala. Esperemos que la cantidad no disminuya la calidad de la educación y que, sobre todo los jóvenes, una vez graduados, encuentren trabajo en el país. Mientras yo estaba en Uganda, mil quinientas enfermeras emigraron a Sudan del Sur, porque al menos tienen trabajo.

Por el lado negativo, dos cosas me han sorprendido sobre todo: el acaparamiento de tierras por parte de inversores extranjeros y nativos sigue aumentando cada día con ritmo rápido. Bosques que yo conocía hace dos años, han desaparecido, para dar paso a grandes extensiones cercadas, a los que la gente no tiene acceso. Existen incluso hoteles como Munyonyo Hotel que han cercado gran parte de las costas del lago Vitoria, y que están ahora cerradas a la gente. Duele ver cómo los bienes comunes: lagos, ríos, bosques, montes van siendo ocupados por unos pocos inversores, a costa del pueblo ugandés. Hay más dinero, pero en manos de unos pocos acaparadores.

También he notado que muchos agentes de pastoral, incluso compañeros, se van replegando en la capital Kampala, retirándose de las zonas alejadas, donde vive la gente menos educada y más necesitada: Soroti, Karamoja etc. Tampoco he visto a nadie dedicado a tiempo pleno a promover mejores relaciones interreligiosas sobre todo con los musulmanes, en estos momentos cuando siguen apareciendo tantos grupos islamistas por toda África. Así mismo he notado poco compromiso entre todos los líderes, civiles y religiosos, para promover una mayor justicia social. Es necesario pasar de una fe devocional a una fe transformadora de relaciones y comportamientos.

La gente sigue siendo tan encantadora, el país todavía es de un potencial inmenso, y hasta el clima ecuatorial lo convierte en un paraíso. Solo necesita una gestión política y económica más justa y responsable.

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