Mantener la pobreza es caro

20/10/2008 | Editorial

El pasado 17 de octubre se celebró el día internacional para la erradicación de la pobreza. En España, a lo largo de la semana pasada, muchos colectivos organizaron actos bajo el lema “Rebélate contra la pobreza”, en los que se instaba a hablar menos sobre la pobreza y a actuar más. La lucha contra la pobreza no se dirigía solo a los países “pobres”, con la abolición de la deuda externa y ejecución de programas de desarrollo, sino que también se quiso poner de manifiesto que en España, según Cáritas Española, hay más de un millón de personas viviendo en la pobreza.

Cuando hablamos de la pobreza solemos pensar en “cantidades no suficientes de dinero”, y, de hecho, uno de sus baremos es la llamada “línea de la pobreza”, fijada absolutamente, como una renta diaria per cápita menor de dos dólares, o fijada también relativamente, como menos del 50% de la renta media de la población.

La pobreza entendida cuantitativamente en términos monetarios puede llevar a una concepción ingenua del problema y que aboga asimismo por soluciones simplistas. Si la pobreza sólo fuera cuestión de dinero, bastaría calcular cuanta gente está por debajo de la línea de la pobreza y multiplicarla por 2 ó 3, según el punto donde pongamos esa línea. Así tendríamos el total de dinero necesario para “erradicar” la pobreza. Pero la realidad no es tan simple. Muchos proyectos de erradicación de la pobreza fracasan o no tienen el impacto esperado porque abordan el problema en términos económicos.

La renta per cápita es solo un factor a tener en cuenta, pero no el único. La Comisión de las Naciones Unidas sobre cuestiones Económicas, Sociales y Culturales, en 2001, definió la pobreza como una condición humana caracterizada por la privación continua o crónica de los recursos, capacidades, opciones, seguridad y poder necesarios para disfrutar de un nivel de vida adecuado así como de otros derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales. A muchas organizaciones no les gusta esta definición porque no es cuantificable objetivamente con facilidad. No se puede medir bien, ni valorar siguiendo unos criterios universales.

Pero la realidad de la pobreza es así de complicada y es necesario abordarla al mismo tiempo en toda su complejidad para tener algún impacto.

Así, la erradicación de la pobreza es el trasfondo que dinamiza todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio, reconociendo la importancia de la igualdad entre hombres y mujeres, la educación universal, la salud, la protección medio-ambiental, el desarrollo humano sostenible y el desarrollo social y político. Esto no se consigue sólo inyectando dinero en el sistema.

Por otra parte, un seminario organizado por el Instituto Internacional para el Cambio Social, Político y Económico y la UNESCO en Kingston, Jamaica, del 17 al 19 de marzo de 2008, concluyó que dejar vivir las personas en la pobreza cuesta más que desarrollar políticas públicas para ayudarles a salir de ella. El coste global de lo que representa la pobreza, una profunda negación de los derechos humanos, así como sus consecuencias sociales, económicas, ambientales y sus costes psicológicos, siempre conducen a la misma conclusión: La pobreza es cara.

La pobreza no es un índice, sino que tiene cara humana. Estamos llamados a investir, no sólo en economía, sino en las personas para su desarrollo integral. No hacerlo cuesta caro.

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