Madiba “no era más que un eslogan en una camiseta”

12/02/2010 | Crónicas y reportajes

Eléctrico y sin embargo tenso, es como Siraaj Cassiem describió la espera en Ciudad del Cabo, el 11 de febrero de 1990, para ver al ex presidente Nelson Mandela salir de la prisión, después de 27 años.
“Hasta entonces, Madiba era un eslogan en una camiseta, un eslogan en un poster… esa era la primera vez en mi vida que vi, de verdad, al hombre. Fue una experiencia verdaderamente emocionante”, dice el señor Cassiem, que por aquel entonces era un activista político de 18 años.

Aunque todavía estaba en el instituto, Cassiem había desempeñado un papel activo en las concentraciones masivas para pedir la liberación de Mandela, que a veces es llamado cariñosamente en Suráfrica por su nombre de clan, Madiba.

“Vi a Mandela caminar de la mano con su esposa (Winnie) por la televisión, y entonces escuché en la radio que los trenes a Grand Parade (frente al ayuntamiento) eran gratis. Llamé a un amigo y subimos al tren. El ambiente era increíble, nunca había visto tanta gente, todo el mundo estaba feliz y cantaba canciones de libertad”.

La más grande de las historias

Paddi Clay estaba trabajando entonces para una radio canadiense, y explica que cubrir la liberación de Mandela fue “la historia más grande que jamás había cubierto. Era la historia que había estado esperando toda mi vida. Después de eso, podía dejar de informar sintiéndome feliz”.

Unos 50.000 seguidores esperaban en Grand Parade, y algunos se impacientaron porque Mandela llegó cinco horas más tarde de lo esperado al ayuntamiento, donde dio su primer discurso como hombre libre.

Los ánimos se encendían bajo el ardiente sol de verano y algunos de los que estaban atrás del todo en la multitud comenzaron a saquear tiendas y vendedores. La policía respondió con gases lacrimógenos y balas de goma.

“cuando nos aburrimos de esperar, nos fuimos a la parte de atrás de la multitud para mofarnos de la policía y tirarlos piedras”, cuenta Cassiem.
Mientras tanto, los periodistas se preparaban para lo peor.

“Se produjo un mini botín por detrás de Grand Parade al mismo tiempo, y tú con esa tensión de cuando no sabías si este increíble evento iba a acabar mal en algún momento o si este hombre que había pasado tantos años en la cárcel al final iba a ser asesinado”, recuerda Clay.

“Todos teníamos eso en el fondo de nuestra mente”, recuerda la periodista.

Allan Boesak, líder del Frente Democrático Unidos anti apartheid, ayudó a calmar a la multitud antes de que llegase Mandela.

Qué clase de persona

“La gnete tenía curiosidad por ver qué aspecto tenía después de 27 años en la cárcel y qué tipo de persona aparecería frente a ellos”, recuerda.

“Al ver al señor Mandela con sus propios ojos, la gente sentía que la libertad era algo tangible. Podían sentirlo y olerlo. Ese día era un punto de inflexión. Era mucho más que un momento decisivo que significaba el final del gobierno de la minoría blanca”.

Cuando finalmente llegó Mandela y salió al balcón del ayuntamiento, la gente estalló en cánticos y bailes.

“No puedo recordar ni una sola palabra de lo que dijo. Creo que estaba sobrecogido por el mero hecho de estar viendo a esta gran persona y por ser consciente de que estaba formando parte de un gran momento en la historia de la humanidad”, dice Cassiem.

El arzobispo Desmod Tutu, un líder activista anti apartheid, recuerda que estaba en Johannesburgo la mañana en que Mandela fue liberado, bautizando a uno de sus nietos.

“Aunque yo creía firmemente que Nelson Mandela sería liberado en algún momento, no estaba seguro de si eso pasaría mientras yo estuviera vivo”, asegura.

Logró que le llevasen en un avión privado a Ciudad del Cabo en cuanto pudo.
“La sensación era mágica e indescriptible. No parábamos de pellizcarnos para asegurarnos de que no estábamos soñando. Fue un momento especial que nos hizo ver que nuestra lucha había merecido la pena”.

“Me sentía bendecido por haber vivido para ver el momento de su liberación, mientras que algunos no habían tenido esta fortuna y murieron antes de poder ver el fruto de su lucha”, dice Tutu.

Tutu, entonces arzobispo de Ciudad del Cabo, alojó a Mandela en su casa su primera noche en libertad.

Después de la concentración Cassiem dice que supo que las cosas nunca volverían a ser lo mismo y dejó la política. “Quería ir y unirme a Umkhonto we Sizwe, (el ala militar del ANC) en el exilio, pero ya no tenía sentido. Madiba estaba preconizando la paz”.

Mientras tanto, 20 años después, Graca Machel, la tercera mujer de Mandela dice: “También se enfada. En cierto modo, es terco. Tienes que convencerle. Tienes que tener muy Buenos argumentos para hacerle cambiar de idea. Así que él también tiene sus debilidades”.

“Cometió errores en su vida. Con su familia y amigos, cometió errores incluso a la hora de tomar decisiones políticas”.

Pero para los que están más allá de su círculo privado, criticar a Mandela es un tabú en Suráfrica, donde es conocido cariñosamente por el nombre de su clan Madiba, o simplemente “Tata”, que significa padre.

Cada vez más frágil, con 91 años de edad, ahora evita ser en centro de atención, aunque todavía recibe bienvenidas entusiastas allá donde va. A menudo se apoya en la señora Machel o otra ayuda para caminar, pero cualquier rumor sobre su mala salud es rápidamente desmentido por su oficina.

La imagen de Mandela, mostrada en camisetas, joyas, y diversos suvenires, ha sido congelada como un abuelo sonriente que predicaba la reconciliación y salvó a Suráfrica al borde de la guerra civil.

Todo menos borrado de la memoria es el impetuoso joven abogado que boxeo por deporte y encabezó una lucha armada clandestina contra el régimen de la minoría blanca, el apartheid.

“Mandela se convirtió en un santo cuando estuvo en Robben Island, un poderoso símbolo de opresión y aislamiento, y mucho más después de su liberación”, dice Aubrey Matshiqi, analista político del centro de estudios políticos.

“Una prisión como esa, puede congelar un momento. El bueno queda congelado y el malo se disuelve. Su comportamiento después de ser puesto en libertad nos facilita a nosotros el mantener su pureza”.

Dieciséis años después de las primeras elecciones multirraciales que llevaron a Mandela a la presidencia, Suráfrica todavía necesita el símbolo de reconciliación y tolerancia en una sociedad desgarrada por las desigualdades”, asegura Matshiqi.

(Daily Nation, Kenia, 12-02-10)

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