Luchan porque la han sufrido

20/11/2018 | Opinión

Tal vez porque aparentemente se contradecían, dos noticias sobre una cuestión que sigue siendo de permanente actualidad me han llamado la atención estas últimas semanas. Este 6 de noviembre, en un artículo publicado en la revista en línea BMJ Global Health (dependiente de la revista británica Brithish Medical Journal, de la Asociación Médica Británica) se afirmaba que la práctica de la mutilación genital femenina (MGF) había disminuido en África de forma drastica. Y sin embargo el 17 de septiembre la BBC había anunciado la hospitalización de 50 niñas tras haber sufrido la mutilación genital en malas condiciones en la zona de Kaya, 100km al norte de Uagadugú, capital de Burkina. La MGF, practicada en 29 países africanos y en otros países de Asia y el Oriente Medio, preocupa mucho en Gran Bretaña, en donde, según el censo de 2011, casi el 8% de la población de Gales e Inglaterra es de origen surasiático y el 3% es africana o afrocaribeña. Según el NHS (National Health Service), 16.000 mujeres y niñas han padecido la MGF entre abril de 2015 y marzo de 2018. De las mutiladas entre abril de 2017 y marzo de este año, 150 habían nacido en Gran Bretaña y 1.715 en África Oriental. La MGF preocupa también en España. Con motivo del Día Internacional de Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina, un artículo del madrileño periódico ABC, que citaba a la agencia EFE, titulaba: “Más de 18.000 niñas pueden sufrir la mutilación genital en España, según ONGs”.

Los autores del estudio publicado en BMJ Global Health, Ngianga-Bakwin y Paul Komba, de la universidad de Northumbria (Newcastle), y Martinsixtus Ezejimofor y Olalekan Uthman, de la universidad de Warwick (Coventry), han llegado a la conclusión de que entre 1995 y 2016, la proporción de niñas menores de 14 años mutiladas ha descendido en África Oriental del 71 al 8%, debido principalmente a la cada vez más escasa incidencia de MGF en Kenia y Tanzania. En África del Norte se ha pasado del 60% en 1990 al 14% en 2015. Y en África Occidental, del 74% en 1996 al 25% en 2017. A pesar de esa disminución, las cifras siguen siendo impactantes. Pero no se me revelaron en toda su crudeza hasta haber leído el testimonio de la escritora y política de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, que, siendo niña, había padecido la MFG en su propia carne. “Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí, como cuando el carnicero corta la grasa de un pedazo de carne. Un dolor inenarrable, penetrante, me subió por las piernas, y aullé. Después vino la sutura: la larga aguja roma penetraba con torpeza en mis labios externos sangrantes, mis gritos de protesta y angustia, las palabras de consuelo y aliento de la abuela.” (Ayaan Hirsi Ali, “Infiel”. Cap.2, Bajo el árbol Talal).

mgf_stop.jpgSegún la Organización Mundial de la Salud, tres millones de niñas menores de 15 años corren cada año el riesgo de la MFG. La justifican algunas creencias tradicionales: asegurarse de que la mujer se “comporta adecuadamente” en sus relaciones sexuales y preparar a las niñas para la vida adulta y el matrimonio. Los riesgos de la MFG incluyen hemorragias graves, problemas de micción, partos complicados e infertilidad. “En Somalia, al igual que en muchos países de África y Oriente Próximo, se «purifica» a las niñas mutilándoles los genitales”, escribe Hirsi Ali. “La costumbre de la mutilación genital de las mujeres es anterior al islam. No todos los musulmanes la practican, y unos cuantos pueblos que la practican no son islámicos. Pero en Somalia, donde casi todas las niñas están mutiladas, esta práctica se justifica siempre en nombre del islam”.

Como era de esperar, desde 1979, cuando los jefes religiosos se reunieran en El Cairo para discutir sobre la MFG, conferencias y resoluciones para combatirla han ido multiplicándose a lo largo de los años. Emma Bonino organizó el 20 de noviembre de 2000 en el Parlamento Europeo un Día Internacional contra la MGF. El 6 de febrero de 2003 Stella Obasanjo, mujer del presidente de Nigeria, hizo una declaración oficial en favor de la “Tolerancia Cero con la MGF”. Y la subcomisión de Derechos Humanos de la ONU (transformada en Consejo de Derechos Humanos desde 2006) adoptó el 6 de febrero como día internacional de la Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina. Ya en 1999 18 países africanos habían aprobado leyes contra la MGF. Pero un periodista del Economist escribía: “Si se aplicara en Senegal el código penal [recientemente aprobado], uno o dos millones de senegaleses tendrían que ir a la cárcel”. El artículo de BMJ Global Health no investiga directamente las causas de la disminución de la MFG en África, pero uno de los autores, Ngianga-Bakwin, propone una hipótesis de trabajo: “Se trata de las madres, cuyas actitudes están cambiando”. Poco o nada que ver con las declaraciones oficiales.

Lo más relevante es constatar cómo la mayoría de las activistas que han padecido ellas mismas la MFG insisten en que el diálogo y la educación son mucho más eficaces que las leyes y los castigos cuando se trata de cambiar mentalidades socialmente arraigadas. Bogaletcg Gebre, que estuvo a punto de morir de hemorragia cuando la mutilaron, practica ese diálogo a través de la asociación Kembatti Mentti Gezzima, insistiendo en las reuniones en que ni la Biblia ni el Corán exigen la MFG. Su asociación ha contribuido para que en Etiopía, donde el 85% de mujeres han sufrido la MFG, hoy sólo un 20% piden que la tradición continúe. Y la experiencia enseña que la mejor manera de convencer es no hacer campaña “contra” las tradiciones y sí en favor de una salud mejor para las mujeres. Para algunas de esas activistas, un primer paso sería el exigir que la MFG se lleve a cabo en hospitales y en condiciones médicas adecuadas. Para otras, Ayaan Hirsi Ali entre ellas, sólo una prohibición absoluta de la práctica podrá vencerla. Visto desde fuera, tal vez lo más importante sea que ya no son ni los políticos ni las organizaciones internacionales las que conducen la batalla, sino esas mismas mujeres que más han sufrido. Y creo que es lo que mejor explica la disminución de la MFG en tantos países de África.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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