Los monjes de Tibhirine – El filme de Dioses y Hombres , por Antonio Molina

25/01/2011 | Bitácora africana

“Des hommes et des dieux” filme de Xavier Beauvois

Francia – 2010 – Gran Premio del Jurado en Cannes 2010 y
Candidata de Francia a los Oscars 2011, como mejor película extranjera

Yo me pregunto porqué la versión española ha alterado el título francés. En el original leemos “Des hommes et des Dieux” ¿porqué se ha alterado el orden? ¿Será para poner a los dioses antes de los hombres?

En realidad, son los hombres quienes “crean los dioses”. Por los años 70 del siglo pasado, estaba yo paseando por Bruselas, una tarde de domingo. Me paré ante el escaparate de una librería y un título me llamó la atención: “Moïse crea Dieu” . Sentí que fuera domingo y que la librería estuviera cerrada. Durante mi paseo, seguí reflexionando sobre la historia de Moisés tal como nos la cuenta la Biblia: Fue recogido y adoptado por la hija del faraón, educado en la corte, conocía la religión egipcia y sabía los “trucos” de la magia tradicional. En el monte Oreb, “engendra” un Dios –Yavé – a su “imagen y semejanza”, poniendo su imaginación a “parir” la figura de un dios-faraón: justiciero y vengador, cruel con los enemigos del pueblo esclavizado, autoproclamado “elegido”: Israel se autodenomina nada menos que el pueblo preferido de Yavé.

Nada más lejos del Dios cristiano, que nos revela Jesús de Nazaret, que es el Padre bondadosísimo, que acoge al hijo pródigo con un corazón maternal, el “abba” –el papaíto- de Jesús, que nos adopta como a hijos y nos comunica su Espíritu, que es el “hálito común del Padre y del Hijo”, que nos infunde la vida.

El Alá del Islam, manifestado por Mahoma, es un Dios Altísimo, Señor Todopoderoso, como un Sultán, sus fieles son “abd-Allah” – siervos o esclavos de Dios-. Su grandeza nos aplasta, hay que adorarlo tocando con la frente el suelo.

Estos son, muy esquematizados, los tres tipos o imágenes de Dios en las tres religiones monoteístas: Judaismo, Cristianismo e Islam.

Para ser exactos hay que decir, que a veces estas imágenes se mezclan o confunden. En algunos profetas del Antiguo Testamento tenemos los rasgos de un Dios con amor más que materno. Igualmente el Dios de las Cruzadas y de la Reconquista se parece más al Yavé castigador de los egipcios. El Dios de las catedrales tiene rasgos de la majestad de Alá. Jesús es el “Pantocrator”.Por ser trascendente, Dios es un concepto que no cabe en nuestra cabeza.

Pablo, después de su rapto al séptimo cielo, escribió que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni lengua humana puede explicar aquellas realidades celestiales. Nos faltan palabras, porque nos falta experiencia.
Ante Dios sólo cabe una actitud de adoración, pero aun ésta es comprendida de diferente manera por los cristianos y los musulmanes.
Los monjes cistercienses de la Trapa de Ntra. Sra. del Atlas, en Tibhirine (Argelia)

consideran que la mayor prueba de adoración es cumplir, como Jesús, la voluntad del Padre, dando la vida por sus hermanos: Aquellas familias beréberes de la Cabília en la región de Medea. Ellos viven su fe islámica campesina a la sombra del monasterio, en simbiosis con los monjes –los marabutos cristianos- discípulos de Sidna AISA , como ellos llaman al hijo de Miryam, el mayor profeta anterior a Mahoma. Una sola campana ritma sus vidas. Frente a esta actitud evangélica se yerguen aquellos que practican la violencia, apoyados en una fe religiosa, que no admite al diferente, a no ser que renuncie a su identidad religiosa y se someta.

Este filme nos interroga a todos, como a la comunidad cisterciense del Atlas.¿Hasta donde llega nuestro amor a Dios y a los seres humanos que nos rodean? Jesús de Nazaret nos dejó dicho, que “la mayor prueba de amor es dar la vida por aquellos que amamos…” Los monjes reaccionan cada uno según su temperamento y compromiso. El abad es todo generosidad y está a favor de quedarse en el monasterio, a pesar del riesgo que corren sus vidas. El anciano monje médico sigue curando a los enfermos y a los heridos de ambos bandos. Encarna a Jesucristo, que pasa haciendo el bien a todos. Un par de monjes, el uno enfermo y el otro pusilánime, opinan que lo más prudente es retirarse a otros monasterios de Francia o Marruecos, mientras pasa la tormenta. Es lo que aconsejan los amigos de fuera, también el gobierno argelino casi se lo ordena, para que demuestren que no son partidarios de los islamistas. Los monjes son acusados de acoger y curar a los terroristas enfermos o heridos. Los campesinos beréberes, vecinos del convento, ven en los monjes un pararrayos protector: “Mientras que ellos estén aquí en el monasterio, estamos seguros.”
Así las cosas, la decisión va madurando en la comunidad hasta asumir todos, que una vez que ofrecieron su vida a Dios en su profesión religiosa, su vida ya no les pertenece, por tanto hay que abandonarse en las manos de Dios.

Este auto sacramental tiene como escenario las montañas del Atlas argelino, a unos 100 kms al sur de Argel, en tierras que hace 16 siglos fueron cristianas, pero que el “tsunami” del Islam sumergió en aquel maremoto, que inundó hasta la Península Ibérica y parte de la Europa mediterránea.

Argelia declara en su moderna Constitución la libertad religiosa, pero los cristianos argelinos, que desean vivir plenamente su fe y ver respetada su identidad cristiana se enfrentan a la mentalidad reinante, cuya fórmula tradicional es que “para nosotros argelinos, Islam y nacionalidad son una misma cosa.”

Mientras reine esta confusión entre lo cívico y lo religioso, esta sociedad difícilmente podrá abrirse a la pluralidad cultural y religiosa, que es una de las características de las democracias modernas. Consultado el calendario musulmán, vemos que la Era de la Hégira va por el siglo XV, ahora corre ¡el año 1430! Mucho tienen que correr para alcanzar a los que vivimos en el 2011…

Al terminar el filme, se nos dice en muy pocas frases, que aún persiste la duda de quiénes fueron los autores materiales del asesinato. La versión oficial argelina apunta a los islamistas de los GIA. Pero el testimonio del embajador francés de entonces, que después llegó a ser director general de los servicios secretos franceses, se pregunta si no fue la consecuencia de un bombardeo del ejército argelino sobre el campamento islamista, donde estaban secuestrados los monjes.
Sus cuerpos nunca aparecieron, sólo están enterradas en el cementerio del monasterio sus siete cabezas.

TESTIMONIO DE DOS MISIONEROS DE ÁFRICA

Estos dos compañeros Padres Blancos, Agustín Arteche en Sudán y Aurelio Sanjuán en la RD del Congo han vivido situaciones parecidas. He aquí lo que dicen después de haber visto el filme.

MI EXPERIENCIA EN SUDÁN

La película sobre el asesinato de los monjes de Tibhirine, del monasterio de Ntra. Sra. del Atlas y su presencia amiga en medio de los habitantes de aquella región inhóspita, me trae el recuerdo de la mía, presencia amiga también, en medio de miles de desplazados sudaneses, víctimas de un gobierno que, gracias a un golpe militar, se había apoderado del poder, para imponer la ley islámica a todos los habitantes del país, sin tener en cuenta las diferencias étnicas, religiosas y culturales de sus habitantes. El despojo era total. A la pobreza material se añadía el desarraigo y la falta de derechos ciudadanos. Nuestra vida con estos desplazados, compartiendo su inseguridad, su pobreza y sus sufrimientos, era motivo suficiente para sospechar de nuestra adhesión a las reivindicaciones políticas de los desplazados del Sur, que ahora están a punto de obtener su independencia. Entonces había más que sospecha. Todos nuestros movimientos estaban controlados por la policía. Era difícil acostumbrarse a la presión sicológica que se ejercía continuamente sobre nosotros. El miedo se hacía presente. La única manera de escapar al miedo y a la depresión era asumir la posibilidad de la muerte, en cualquier momento y de cualquier manera. Yo la tenía asumida. Agustín Arteche

AURELIO SANJUAN

La Película me gustó mucho, sobre todo por el aspecto humano, que vivían los actores. Yo me sentí muchas veces reflejado en esa lucha, incertidumbre y miedo, que sentían ante la situación en que se encontraban. La decisión la toma uno, no a causa de la fe, sino a causa de la gente. Ves al pueblo abandonado a el mismo, uno no puede dejar a la gente, si no faltarían los testigos y harían con ellos lo que les diera la gana. Yo he vivido la misma situación en el Congo. El embajador español, los superiores y los amigos me decían de abandonar mi puesto en la procura de Kisangani, pero yo no podía hacerlo: El obispo no estaba en la diócesis y yo tenía unas 600 personas refugiadas en la misión. Entre ellos, unos 30 curas y monjas. Yo no podía irme y dejarlos a todos abandonados. Hubo un momento, en que los cascos azules de la ONU me dijeron que preparara el coche con los ordenadores y los documentos importantes para estar preparados a marcharnos de un momento a otro. Me dijeron: “Si no te quieres ir, te llevaremos a la fuerza.” Yo les respondí: “Que estaba de acuerdo, pero que tenían que acompañarme todos los sacerdotes y religiosas que estaban en la procura.” Los militares aceptaron. Para mí los momentos más difíciles eran, cuando iba al aeropuerto a llevar a misioneros y monjas que se marchaban y yo me volvía solo a casa. Me entraban una tristeza, nostalgia y angustia terribles. Todos me decían que me fuera, pero yo no podía dejar a toda la gente abandonada, me parecía un crimen y que sería algo que me iba a reprochar después toda mi vida. El único reproche, que me hacía en aquellos momentos, era el pensar que si me mataban, los demás dijeran que fue culpa mía, por no obedecer a mis superiores y al embajador. Esto me hacía sufrir mucho, pasé por momentos muy duros…

Los rebeldes ruandeses querían que me fuera de la procura y que me refugiara en un hotel, que estaba vecino del aeropuerto, pero yo me negué, pues sabía que si me iba de casa, matarían a toda la gente. Después de varios días de discusión, me dijeron con tono amenazador: “Si Vd. no quiere irse, ya nos veremos…” Yo comprendí que iban a matarme. Durante el día no tenía miedo ninguno, pero por la noche, después del primer sueño, me entraba una angustia, una congoja, que era el terror a la muerte violenta. Esa lucha que se ve en la película entre el miedo y la incertidumbre, la viví yo y comprendo muy bien a los monjes. La decisión que tomaron fue la verdadera, pues ante una situación parecida, no se puede tomar otra actitud, sin ser traidores hasta desde el punto de vista humano.

Existe una solidaridad humana que, a veces, sin ser cristiano, sientes la obligación de arriesgar la vida por los demás. Aurelio Sanjuán

CONCLUSIÓN

Sobran los comentarios. Sólo me queda recomendar a todos que vayan a ver este filme. No se lo pierdan. Contemplen los primeros planos de los rostros de los monjes, vean como afloran las emociones y los sentimientos encontrados. El cámara ha hecho un trabajo minucioso y perfecto. Déjense interpelar.

Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

Más artículos de Molina Molina, Antonio José