Los africanos nunca se han gustado unos a otros

12/06/2008 | Opinión

Las escenas de sangre y carnaza de Johannesburgo, de carreteras llenas de cristales rotos esparcidos y chozas quemadas, comisarías de policía y centros comunitarios que durante la noche se convertían en campos de refugiados, estas escenas son llamativas por una razón. Y no es la xenofobia. Los africanos del continente nunca se han gustado unos a otros. Es más por la vehemencia con la que se ha trasmitido por todas partes el mensaje de “vete a tu casa” y la brutalidad que lo ha acompañado.

Desde que los poderes de Europa se sentaron en Berlín en 1884, para repartirse África entre ellos, los africanos han internalizado las diferencias que los europeos les endosaron durante su búsqueda de imperio y riqueza. Cuando estos poderes deliberaron, porciones importantes le tocaron a los franceses y a los británicos. Algunos pedazos más pequeños fueron a parar a los portugueses, los alemanes y los españoles. Fue arbitrario, nunca tuvieron en cuenta las diferencias y las similitudes de los conquistados. Fueron divididos por nuevas fronteras y nuevas lenguas.

Aunque ahora, en teoría, Europa se ha marchado de África, estas diferencias todavía supuran, y un África libre sigue siendo sumamente consciente de las fronteras que dibujaron los poderes coloniales. Estas diferencias se repiten por todo el continente, incluso mucho después de la independencia.

Robert Mugabe, haciendo referencia a los trabajadores de las granjas oriundos de Malaui y Zambia, hizo durísimas críticas en un mitin contra los “extranjeros totemless” [Sin tótem: esta palabra es considerada un insulto en Zimbabue, significa alguien sin raíces, sin padre, sin progenitor ni cuidador] de los que se decía que estaban apoyando al Movimiento para el Cambio Democrático. Y eso fue un poco sofisticado. Normalmente los zimbabuenses han llamado con sorna a los malauianos “mabrandaya”, una desviación del nombre de la capital comercial de Malaui, Blantyre, o simplemente “mabuidi”, una palabra particularmente desagradable para designar a los extranjeros que significa persona inculta y grosera de Mozambique, Malaui o Zambia.

En Botsuana, los tsuanas han discriminado desde hace mucho a los kalangas, una tribu que tiene raíces zimbabuenses, y a otros extranjeros a los que se llama con sorna “motsuaka”.

Nigeria es la nación más poblada de África, presume de tener más de 200 tribus y, con esa diversidad y esa clase de números, uno quiere creer, que valora mejor a otras naciones. Pero allí, la xenofobia alcanzó su punto máximo en 1983, cuando alrededor de un millón de extranjeros fueron expulsados, y muchos perdieron sus pertenencias. Puede que los nigerianos estuvieran imitando al Presidente Idi Amin, que, a principios de los años 70, expulsó a 80.000 indios y se adueñó de sus negocios. La mayoría de ellos tuvieron menos de un día para marcharse, y perdieron todo cuanto poseían.

Esta locura no estaba limitada al bufonero de Amin, en Zambia, un Frederick Chiluba de alguna manera más formal, promulgó una ley que despojó al líder fundador del país, Kenneth Kaunda, de su ciudadanía, porque su padre era nacido en Malaui. Su permanencia en el poder flojeaba, y Chiluba quería evitar que Kaunda pudiera presentarse a las elecciones presidenciales, incluso intentó que fuera deportado.

De manera similar, en Costa de Marfil la muy aclamada filosofía marfileña vio el país separado entre el norte y el sur. Aunque ser marfileño había sido una celebración de la herencia común de todos los que vivían en Costa de Marfil, pronto se convirtió en un vehículo para la xenofobia, principalmente dirigido a los extranjeros de Mali y Burkina Fasso. Antes de las elecciones del año 2000, se promulgó una ley que descalificaba a Allasane Outtara, del norte, para presentarse para presidente porque sus padres no habían nacido en Costa de Marfil.

Estos ejemplos del resto del continente son egregios porque muestran la mano del Estado persiguiendo a los extranjeros, algo que el Gobierno de Suráfrica no ha hecho, algo que le honra. Pero, el hecho de que el Estado no haya tomado parte en la persecución de extranjeros no debería ser un consuelo, porque el efecto ha sido el mismo, si no peor: inicialmente las agencias del Estado que deberían mantener la ley y el orden se vieron bastante impotentes ante las multitudes xenófobas se comportaban como locas y saqueaban.

Uno se imaginaba que la gente de Johannesburgo, que viene de todas partes, era mejor. Durante décadas grupos diversos de Lilongüe, Lagos, Dar es Salaam y otros lugares han ido y venido. Cada uno de nosotros, a nuestra manera, hemos llegado aquí y hemos añadido nuestro ladrillo a esta construcción y añadiendo algo al edificio. Algo que las multitudes que se dedican a practicar el odio, están resueltas a detener.

Percy Zvomuya.

Comentario extraído del diario surafricano ‘Mail & Guardian’, el 23 de mayo de 2008.

Fundación Sur.

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