«África no pertenece a los africanos y es algo extremadamente preocupante». Esta declaración, dura y realista, la hizo el economista Lionel Zinsou, actual primer ministro de Benín, denunciando, después de treinta años, el control de una Europa neocolonialista sobre el continente. El dirigente, que posee la doble nacionalidad francesa y beninesa, ha sido clave durante los últimos años para lograr que se oyese la voz de África y para que Francia se replantease sus relaciones económicas con el continente.
Enemigo acérrimo de la llamada Françafrique (conjunto de países africanos antes colonia francesa), convenció al mismo François Hollande para crear una fundación con el objetivo de alcanzar un nuevo acuerdo con el continente. Dicho acuerdo no deberá nacer de los últimos resquicios del colonialismo ni del menosprecio al continente africano, sino de relaciones económicas entre iguales y desde una perspectiva de crecimiento compartido.
Si bien esta fundación ha sido acogida con entusiasmo por las grandes potencias africanas, como Nigeria, Sudáfrica, Costa de Marfil, Kenia…, no ha sido plato al gusto de todos, y la Françafrique, que él describe como un «mito del pasado», ha intentado por todos los medios manifestar que sigue con vida y que cuenta con apoyos tanto en Francia como en el continente africano. Los enemigos del desarrollo no han escatimado recursos ante ningún medio para silenciar un acuerdo que pone en riesgo sus privilegios, obtenidos con el sudor de la frente de la población a la que explotan.
Hoy en día, la cólera es total entre miles de pertenecientes a la Françafrique y Lionel Zinsou. Jacques Foccart, que fue uno de los enviados del PNUD que recorrieron África en los años 80, y sus aliados han manifestado su rechazo absoluto (puede ser un resto de desconfianza ligada al golpe de Estado que estos últimos organizaron con la ayuda de Kouandété contra su tío, el presidente Zinsou). El error del miembro del gabinete francés para asuntos africanos sería, entonces, pensar que Lionel Zinsou es más francés que africano y que entraría en el juego de la explotación de África para devolver a Francia «lo que esta le ha dado».
A partir de los años 2000, su enfado creció de manera progresiva, como crecían también las propuestas del economista beninés que tacharon de «onda afro-optimista». La idea de un África en pleno crecimiento, fiera y con voz propia, se opone por completo a la idea propagada por los grupos que consideran que el continente les pertenece.
Todavía hoy, mientras es candidato a las presidenciales, la llamada célula África del Elíseo (gabinete francés para asuntos africanos) ve con malos ojos la candidatura de este dirigente libre, susceptible de lograr que su área de influencia se reduzca. El candidato que ellos han designado, un adinerado hombre de negocios, parece tener dificultades para movilizar a las masas a pesar de la amplitud de sus recursos financieros y de que todas las pistas apuntan a que busca silenciar al primer ministro, que le estorba, y renuncia incluso a adelantar una pseudo-proximidad con esa Francia del pasado con el fin de desacreditarlo.
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