Las universidades estadounidenses siguen siendo sólo para blancos

11/02/2016 | Cultura

No pasa un día en Estados Unidos sin que un incidente relacionado con el racismo, de mayor o menor magnitud, sea noticia en una de las muchas universidades del país.

Lawrence Ross lo sabe, y ha dedicado gran parte de su carrera y su vida a concienciar sobre este acontecimiento, que a ojos de muchos sigue pasando desapercibido o no es más que un malentendido entre jóvenes. El autor de «The Divine Nine: The History of African American Fraternities and Sororities» ha vuelto a tratar el tema de las fraternidades en EE.UU., en una obra que ha sido alabada por la crítica y hasta considerada libro de referencia sobre estas asociaciones estudiantiles y la polémica racista que las rodea. En «Blackballed: The Black and White Politics of Race on America’s Campuses», que no ha sido traducido al español, Ross realiza un acertado y ejemplificado análisis sobre la situación de los estudiantes negros en las universidades estadounidenses en general, y en las fraternidades en particular.

El autor de esta novela analítica asegura que ninguno de los estudiantes afroamericanos que ponen un pie en la universidad por primera vez se imagina que vaya a ser víctima de abusos y discriminación que él equipara a lo que sucedía en el país hace no tantos años. Lamentablemente, en muchos casos sí que terminan siéndolo.

La universidad, símbolo internacional de la búsqueda de conocimiento, de estudios, de hermandad, puede verse también corrompida por lo que dentro sucede y, sin el apoyo de las juntas de gobierno de estos organismos, muchas son las veces en las que colectivos como los estudiantes afroamericanos se encuentran desamparados ante actos de racismo, ya sea de carácter físico o verbal. Cuando estos actos se denuncian, la respuesta de la administración de la universidad suele ser de sorpresa, y dejando siempre bien claro que esos ideales no son los que la institución defiende y representa en absoluto.

De igual manera, los estudiantes universitarios son las personas en las que todo el mundo confía, precisamente, para terminar eliminando estas barreras de racismo y desigualdad que llevan siglos azotando a la sociedad estadounidense. De ellos depende que nadie tenga que enfrentarse a ningún obstáculo por razón del tono de su piel, pero esto no es más que en teoría. Cuando uno se acerca más a la realidad, sin embargo, resulta evidente la crisis racista a la que los universitarios afroamericanos tienen que enfrentarse a diario. Realidad de la que nadie parece darse cuenta.

Un ejemplo de que estas prácticas no han dejado de existir lo encontramos en el caso de Parker Rice, miembro de la fraternidad Sigma Alfa Épsilon (SAE) de la universidad de Oklahoma. Este estudiante estaba una noche bebiendo con el resto de miembro de la fraternidad (ilegalmente en EE.UU. a sus 19 años de edad) en un autobús que habían alquilado para organizar una elegante fiesta dentro. Todos iban en esmoquin y el alcohol no cesaba de fluir y de animar a los jóvenes estudiantes miembros de la fraternidad que presume de ser el referente último para los «caballeros» sureños. Les acompañaban también algunas de las integrantes de la hermandad femenina Delta Delta Delta, y todos estaban de muy buen humor cantando y bebiendo. En esta festiva atmósfera se levantó Parker a dirigir los cánticos del resto de sus compañeros y no lo dudó un instante cuando empezó a entonar uno de insultante letra: «¡Nunca habrá un negro en SAE! Los podéis colgar de un árbol pero nunca cantarán conmigo, ¡nunca habrá un negro en SAE!» (En inglés el término que utilizó fue el ofensivo y tabú nigger, un término despectivo para referirse a los afroamericanos). Todo el autobús siguió la letra sin dudarlo y a pleno pulmón, Parker ni siquiera se inmutó cuando alguno hasta quiso grabar ese momento.

Ninguno de los presentes pareció caer en la cuenta de que colgar a gente de los árboles no es algo sobre lo que se pueda cantar, y menos aún cuando linchamientos como ese están en la memoria de muchos afroamericanos que sufrieron en primera persona esas escenas de hombres blancos perpetrando barbaridades a sus padres, hermanos o conocidos por motivo de su raza. La propia abuela de Lawrence Ross, al final de su vida y víctima de un Alzheimer agudo, una de las cosas de las que hablaba era de cómo en las plantaciones de algodón en que se crió tenía miedo de que la cogieran y colgaran de un árbol como tantas veces había visto hacer con otros negros.

Por supuesto, a bordo de aquel autobús en el que Parker Rice cantaba feliz no había ningún negro. Lo que sí había era un estudiante harto de que siguieran existiendo personas así. El mismo que grabó la escena y que luego la mandó a un grupo de defensa de los derechos de los estudiantes de la misma universidad. El vídeo tardó poco en dar la vuelta al mundo, aunque, como ya hemos dicho antes, no es nada nuevo, y hasta resulta sorprendente que nos sorprenda.

Aquel vídeo se lo puso difícil a los que suelen negar la existencia de episodios racistas como este, pero lamentablemente, de no haber existido el vídeo, se habría dicho que no eran más que un grupo de jóvenes inmaduros que no saben lo que dicen y que habían bebido demasiado, como tantas otras veces se ha dicho, sin apenas consecuencias.

La realidad es la que es: ninguna universidad en Estados Unidos quiere tener que lidiar con incidentes parecidos, y resulta mucho más cómodo apartar la mirada. Así de simple, ¿no?

Andrea López

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