Las diferentes Autonomías, como el día de Asturias y de Extremadura (8 sept.), el día de Cataluña (11 sept.), me han recordado el actual proceso de cambio y de tensión que viven gran parte de las Autonomías territoriales y tribales, tanto en la península ibérica como en otros países y continentes.
Todos apreciamos y nos sentimos agradecidos por la familia, sociedad y la región en la que hemos nacido y crecido en la vida. Nos sentimos orgullosos de nuestras raíces, de nuestro grupo étnico y cultural.
Respetando siempre las diferentes Autonomías, uno de los retos más relevantes que vivimos en la actualidad, es el de la integración y el de la convivencia, dentro de una creciente diversidad étnica, cultural, religiosa y generacional.
Los antropólogos primeros plasmaron la sociedad tribal en un modelo simplista de evolución cultural. Cada tribu ha sido y es hoy una realidad muy compleja, incluyendo una gran diversidad de elementos históricos, culturales, económicos, con valores y tradiciones específicas.
La sociedad actual no es homogénea, sino que incluye hoy a diversos subgrupos con lengua y características propias. Esta nueva realidad intercultural puede ser fuente de enriquecimiento mutuo o de antagonismo y división.
En las sociedades humanas actuales, tanto en África como en Europa, vivimos una gran oportunidad y un gran reto en este momento: optar por el respeto y la integración social de todas las personas, o fomentar la dimensión tribal fundamentalista y exclusiva que divide y rompe la convivencia.
Todavía sigue la persecución por parte de sectas, tribus urbanas, y otros grupos tribales radicales, que se organizan en torno a afinidades elegidas, con odio o miedo a los diferentes, pretendiendo eliminar o controlar a los otros, borrando las diferencias.
Las luchas tribales, manipuladas por dictadores oportunistas, han causado excesivo dolor, muerte y hasta genocidios, como lo hemos vivido recientemente.
Esta actitud fundamentalista tan extendida, muestra la dificultad para aceptar la diferencia y no admitir la integración más que como una completa asimilación.
Los nacionalistas radicales no sienten que haya nada malo en sus imposiciones a los demás, para defender su percepción de la identidad tribal. «El fin justifica los medios» en sus actos.
Esta actitud fundamentalista nos lleva al tribalismo, y a una sociedad dividida y enfrentada. Los mismos elementos, experiencias y compromisos: culturales, económicos, políticos y religiosos, que deberían unirnos en un esfuerzo común para trabajar juntos por el bien común, respetando e integrando toda nuestra diversidad, se ha convertido con frecuencia en causa de enfrentamiento y violencia.
Contamos con escasos líderes del calibre de Nelson Mandela, Desmond Tutu, papa Francisco, Mary Robinson, Kofi Annan, Denis Mukwenge y Victoire Ingabire, que nos guíen por caminos de respeto a la diversidad, de integración social y de colaboración mutua para potenciar un desarrollo sostenible y ecológico para todos.
Por tanto, promover una educación integral de valores humanos universales, para crear un fundamento sólido de convivencia, y poder trabajar juntos por el bien común, debe ser hoy una prioridad.
Esta es la tarea primordial de toda nuestra sociedad: profesionales, jóvenes, y movimientos sociales.