Las lentejas de Kasadi, traducido por María Puncel

13/01/2011 | Cuentos y relatos africanos

Esta vez, os voy a contar la historia de un hombre, la historia de Kasadi, un hombre como vosotros y como yo, pero con una diferencia: Kasadi no quería comer lentejas. Se había jurado que ni tocarlas en jamás de los jamases.

¿Consecuencia de un voto hecho por su madre cuando él era un bebé? ¿Acaso una prohibición impuesta por un brujo? ¿Un capricho?

Nadie lo sabía.

-¿Es verdad -le preguntaban sus amigos-, que tú crées que no puedes comer lentejas?

-Sí, amigos, es verdad…

Cada vez que alguien invitaba a comer a Kasadi, siempre había sobre la mesa, como por casualidad, un guiso de lentejas de lo más apetitoso del mundo.

Sus amigos se habían juramentado para hacerle comer lentejas; pero Kasadi reistía victoriosamente.

Ya podían presentárselas con cordero, con verduras o muy disimuladas entre el olor del hinojo, del perejil y de las cebollas, de modo que para cualquiera hubiera sido difícil reconocerlas. Kasadi, muy cortesmente, rehusaba probarlas en cuanto se las presentaban. Le gastaban bromas, se burlaban de él, no le importaba; él seguía sin querer comerlas.

* * *

-Está claro -decían las gentes-, que no hay modo de convencerle de que las coma en público; pero ¿qué diría él de un plato de lentejas si se lo ofreciera Sudila?

No había marido que tratase mejor a su esposa que Kasadi.

La dificultad sería conseguir que Sudila quisiera convencer a Kasadi para que comiera lentejas.

* * *

-Él asegura que te quiere -le dijo un día una vecina-, pero ¿te quiere tanto como para eso?

A Sudila no le agradó nada oir aquellas palabras; y no respon-dió, pero se quedó inquieta.

-¿Qué es lo que ésa ha querido insinuar -pensó-, con eso de que si Kasadi me quiere tanto como para eso…? ¡Claro que me quie-re! pero… ¿me quiere Kasadi ahora tanto como antes? ¿Me ha querido siempre de veras, de verdad de la buena?

Y para tranquilizar su corazón, sin más pensarlo, se fue a buscar a su vecina.

Simuló que la encontraba por casualidad y le preguntó, como sin darle importancia y sin mostrarse verdaderamente interesada en la respuesta:

-Oye, ¿qué quisiste darme a entender el otro día con aquello de que si yo creía que Kasadi me quería tanto como para eso?

Y allí la esperaba la insidiosa vecina.

-¡Oh, nada, nada en especial!, pero nosotras pobres mujeres somos tan fáciles de embaucar, que a mí me gustaría saber qué pruebas nos dan los maridos de que verdaderamente nos quieren. Nos contentamos con tan poca cosa… que nos basta con que nos digan que nos quieren, aunque no nos den ninguna prueba de ello.

Sudila se quedó pensativa.

-Es verdad eso que dices.

-Somos con frecuencia sus generosas víctimas…-suspiró la vecina-, nos creemos felices, porque no nos sobrecargan con trabajos pesados ni nos muelen a palos de vez en cuando.

-¿Y qué prueba de cariño podríamos pedirles?

-Bueno, se dice que Kasadi no come jamás lentejas. Lo que no hace por nadie. ¿Lo haría por ti?

Desde aquella tarde y los días siguientes, Sudila trató a Kasadi con un agrado, una amabilidad y una coquetería que Kasadi no recordaba desde los días de su noviazgo.

-¿Qué es lo que vas a pedirme a cambio de mostrarte tan seduc-tora?

-Pues mira, querido mío: se dice que por nada del mundo comerías lentejas, ¿es eso cierto?

-Es absolutamente cierto. No las comeré por nada del mundo.

-¿Ni por una persona…quienquiera que sea?

-Eso es lo que he asegurado hasta ahora.

-¿Y por mí, por mí a quién dices que quieres tanto, las come-rías?

Kasadi lo pensó durante unos momentos, después viendo que la cosa era seria y que podía acabar mal, si él no concedía a su bien amada aquello que ella parecía desear con tanto afán, le dijo:

-Si esto puede asegurarte de mis sentimientos por ti, comeré lentejas sin dudarlo, pero con una condición: que no lo sepa nadie.

-Nadie más que yo lo sabrá.

-Bueno, pues mañana por la noche prepárame unas lentejas. Nos las comeremos juntos mientras todo el mundo duerme.

* * * *

Sudila, que no tenía lentejas, fue a pedírselas a su vecina.
-Así que Kasadi te quiere de verdad, ¿eh? -comentó ella son-riendo.

-Escucha -le dijo Sudila-, no se lo digas a nadie, pero me ha prometido que esta tarde, más bien esta noche, cuando todo el mundo esté dormido, las comerá, con tal de que no lo sepa nadie.

* * * *

Sudila preparó aquella tarde un exquisito plato de lentejas.
Ni los mejores cocineros preparan nada tan bueno.

Cuando puso el plato ante Kadasi, él le dijo:

-Puesto que se trata de darte una prueba de mi amor, tienes que llamar a tu vecina, esa para la que no tienes ningún secreto, esa a la que no has sido capaz de ocultar este acontecimiento.

Sudila dudó un poco, pero sin decir nada, salió para volver po
co después acompañada de la vecina que tan amablemente le había prestado las lentejas.

Cuando la tuvo delante, Kasadi le dijo a la vecina:

– Y ahora ve a buscar a tu mejor amiga, a la que no ocultas nada y que no tiene ningún secreto para ti, la que no abrirá su corazón a ninguna otra y a la que has contado que esta noche yo comería lentejas; tráela aquí.

Y la mujer fue en busca de su confidente.
Y ésta acababa apenas de sentarse cuando Kasadi le dijo:

-Sólo vosotras, las mujeres, tenéis verdaderas amigas, amigas del alma a las que se les puede contar un secreto y que van enseguida a contárselo a otra buena amiga a la que tú le has contado que esta noche Sudila me haría comer lentejas. Ve a buscar a tu amiga.

La mujer fue a buscar a su íntima amiga, la persona con la que se comparte lo que hay de más secreto y cuando ella llegó allí,
Kasadi dijo a Sudila:

-¿No es esta la mujer de nuestro nuevo mwalimu?

-No la conozco -respondió Sudila.

Pero Kasadi, como si la hubiera conocido desde siempre le dijo:

-Ahora que ya estás enterada del secreto porque tu amiga te lo ha contado, ahora es preciso detener a la otra, a esa amiga tuya a la que tú se lo has contado ya. Tienes que ir a buscarla inmediatamente.

-¡Estaba en casa! -respondió la mujer del mwalimu-.¡Ahora mismo la traigo!- y corrió a casa en busca de la mujer para mandarla a casa de Kasadi.

Pero llegó tarde.

La amiga ya estaba contándole, exigiéndole el máximo secreto, a su mejor amiga, que aquella noche Kasadi iba a comerse las lentejas de Sudila.

Entonces Kasadi le dijo a su mujer.

-Querida mía, mi bien amada, sirve las lentejas y que tus amigas se las coman contigo; en cuanto a mí, si las comiera, todas tus amigas y las amigas de tus amigas se enterarían. Y mañana en el mercado no se hablaría de otra cosa.

Y ahora, dime Sudila, ¿necesitas que tu marido se cuelgue para probarte su cariño?

Yo creo que hay ciertas cosas que las personas deben guardarse para sí mismas.

¿Por qué has pensado que mi secreto, que tú que me amas no has sabido guardar, iban a guardarlo otros a los que no les importo nada? Un secreto es un prisionero al que no guardan rejas ni barrotes, o se consigue guardarlo entero, o se escapa en pedazos.

Y cuantas más personas haya para guardarlo, más oportunidades tiene para escapar.

(tomado del libro «Ce que content les Noirs», pág.51)
texto original: Olivier de Bouveignes
traducción del francés: María Puncel

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