La urna magrebí, por Rafael Muñoz Abad

3/02/2011 | Bitácora africana

El levantamiento popular que ha vivido Túnez ha enviado [uno más] al dorado exilio saudí a otro megalómano líder africano. Episodio que debe desembocar en un proceso electoral que dé con un país democrático de hecho, no de facto como hasta ahora sucedía; y no con el regreso del Ayatollah de turno exiliado para imponer una teocracia salvadora.

Argelia, Marruecos, y Túnez, son las naciones del norte de Africa más occidentalizadas. Su proximidad geográfica a Europa; sus fuertes nexos culturales y sociales con Francia; y el estatus ribereño mediterráneo, más allá de las conexiones a internet que nos abren al mundo independientemente de las distancias físicas, hacen que los vientos de democracia, igualdad, y renovación, sean suspiros habituales por las callejuelas de Túnez, Rabat, o Argel. Aún así, las décadas post independencia han estado presididas por una autocracia paternalista disfrazada de candidatura única; sostenidas por un fuerte aparato censor; y una convivencia con un islam moderado. El gran público conoce Túnez por las playas de Djerba y sus complejos turísticos; vendidos en las agencias de viaje como el más asequible y seguro de los exóticos destinos árabes. Bailarinas de vientre convulso, dromedarios, Jaimas, y zocos para saciar a una horda de turistas zafios. Con una independencia más o menos turbulenta y paralela a la argelina, aparece la figura de Ben Ali. Tras la emancipación de las colonias africanas, y con objeto de asegurarse una polaridad proclive a las tesis de Paris, Ali fue un producto más de la destilación colonial francesa. Universitario con formación militar en las academias estadounidenses y francesas, fue el prototipo ideal para aseverarse un delfín que no pusiese en peligro las fuertes inversiones de Francia en Túnez. Otro de los habituales pecados africanos tras la independencia. Una clase social favorecida por la antigua administración colonial, que si cabe más, fracturase las ya de por si estratificadas sociedades africanas. Al mes de ser nombrado primer ministro en 1987, el general Alí destituyó a Habib Bourguiba como jefe de gobierno [esgrimiendo demencia senil…], e inauguró una cruzada contra los grupos islamistas; desmanteló el movimiento asociativo democrático; y sumió al país en un régimen policial, que ha asfixiado la libertad de asociación y expresión.

En el año 2002 modificó la constitución para enquistarse en el poder; vendiendo Túnez a occidente como un alfil comprometido contra el extremismo yihadista. Una nación culturalmente árabe, de perfil laica, moderna, y estable para atraer las inversiones europeas. Decálogo habitual de los dictadores africanos. El terremoto social que ha vivido el país a causa del estancamiento social, no sólo no ha derrumbado el régimen de Ali, si no que podríamos estar ante un efecto contagio del “virus urna” al resto de sociedades árabes; y es que la mecha cibernética prendida en las calles de Túnez por medio de sms y e-mails, amenaza con estallar en Amán, Argel, Damasco, El Cairo [como ya ha sucedido], o Rabat. Marruecos es una monarquía, pero socialmente presenta algunas similitudes con Túnez. Importantes intereses turísticos sujetos a la estabilidad interna; descontento social generalizado; la siempre latente semilla salafista; gobiernos no democráticos que filtran la libertad de cátedra y prensa; una clase universitaria frustrada; una pequeña burguesía libre del cepo mental de la religión, y un parlamento ficticio. Si tienen dudas, les remito a la censura y los modos empleados por Rabat en la última crisis del Sáhara Occidental. Argelia es demasiado grande y compleja para un análisis tan superfluo; y Libia no está tan permeabilizada a los vientos de occidentalización como si lo están sus vecinos. Razón por la que Marruecos bien sabe el peligro que significa para su régimen sucesorio el efecto contagio de las aspiraciones democráticas del pueblo tunecino. Ha sido impactante ver en las calles de un país árabe a mujeres ya no sin velo, si no maquilladas, con mechas, gafas de sol, y clamando por un cambio radical de gobierno libre del pasado. La grieta que la sociedad tunecina ha abierto en el mundo árabe amenaza con un derrumbe total del panarabismo en su versión más autocrática; la de un edificio vetusto erguido durante la Guerra Fría bajo las directrices de los EE.UU. y la URSS, y apuntalado por líderes oligarcas. La última hora de la epidemia es que el virus ha mutado a una nueva cepa. La variante egipcia es muy compleja de analizar; va mucho más allá de un simple efecto contagio del brote de gripe tunecina, o de lo que podría advenirse en Argelia, Jordania, Libia, o Marruecos. De las muchas variables en liza sólo hay una resuelta, el pueblo ha dictado sentencia; y al igual que ocurriese en Túnez exige la salida inmediata del dictador Mubarak, y la formación de un nuevo gobierno vertebrado bajo los preceptos de un referéndum. El resto de variables son complejas e imposibles de analizar en tan breve espacio; razón por la que simplemente las expondré. Tradicionalmente Egipto es una pieza de vital importancia en la estrategia de los EE.UU. e Israel para Oriente Medio; a pesar de haber sido expulsado de la Liga Árabe en 1979 por coquetear con Tel Aviv, es uno de los pilares culturales y sociales del mundo árabe; recuerden los fallidos intentos de unión nacional con Siria y Yemen para formar la República Árabe Unida. Su alta demografía revela un vacío entre la clase dirigente [mandatarios, y alto funcionariado], y el pueblo llano empobrecido con un analfabetismo que supera el 50%. La sociedad egipcia, claramente a diferencia de la tunecina, carece de esa “clase media” con formación universitaria, y valores políticos pro-occidentales no subordinados a los prejuicios religiosos. ¿Existe riesgo real que los movimientos islamistas salten a escena haciéndose valedores de una sociedad deprimida y voluble por el desamparo institucional?; si y no; pero me aferro a creer que un levantamiento popular de tal calibre no aceptaría cambiar a un dictador de chaqué, por la llegada de un semidiós barbudo procedente del exilio. Esa malévola premisa ha sido la justificación común de Ben Ali, Mohamed VI, o Mubarak, para enrocarse en el poder con la vil complicidad del mundo occidental; ejerciendo durante décadas la versión de las Mil y Una Noches de aquello que se conocía como Despotismo Ilustrado. Egipto recibe ingentes sumas procedentes de Washington en materia de asistencia militar; no sólo por ser el único árabe que tiene en su Facebook a Israel como amigo agregado; o por ser un aliado de vital importancia en la zona; si no por la gran cuestión que incomprensiblemente Europa y la indolente señora Ashton, como responsable de la Unión Europea para asuntos exteriores parece obviar en el mejor estilo Trinidad Jiménez; mirar para otro lado. El asunto es el siguiente, el estratégico Canal de Suez juega una baza de vital importancia sobre la economía global. EE.UU. es sabedor que si la inestabilidad que reina en Egipto llegara a afectar a la seguridad de la vía marítima que une el Mediterráneo con el Índico, se produciría una peligrosa reacción en cadena sobre la economía mundial, cuya segunda derivada sería un barril de crudo muy por encima de los 100 dólares; y a los anteriores cierres del canal producto de la nacionalización de Nasser, y la guerra de los seis días les consigno. La compleja ecuación, si cabe más, presenta aún variables más enredadas. La hasta hoy prudente posición del ejercito parece más cercana a las tesis populares que en respaldar al régimen. Mubarak, con malas artes intenta dividir a la sociedad entre aquellos que se oponen al continuismo, y otros que previo pago de unos euros exaltan retratos del dictador; por no hablar del reguero de corrupción que anega el mundo árabe, que no sólo es una de las causas de la ola de protestas, si no la principal baza que se juegan los fundamentalistas islámicos para hacerse con el poder. Grupos que astutamente no han terminado de aparecer en escena, sabedores que tal acto daría la razón a los dictadores que ahora se aferran al heqa, y que hasta hace un mes justificaban a occidente sus regímenes como un dique contra la Yihad; y como colofón aparece Irán señalando las revueltas como un homenaje del pueblo a la revolución iraní de 1979. Con tal panorama es difícil aventurarse a saber que puede pasar no sólo en Egipto, si no en el complejo mundo árabe; lo único claro es que la dinastía Mubarak [que supera a la de muchos faraones] toca a su fin, y que el país se desborda en otro Nilo paralelo con una crecida de violencia callejera. África siempre va a la cola de lo social. El Mayo del 68 que vivió Europa, ahora lo empiezan a reclamar muchas de las sociedades africanas, que durante décadas han soportado gobiernos pseudo-democráticos tristemente respaldados por las tesis que amparan el neocolonialismo. ¿Si el pueblo ha hablado, por qué aquel que se autoproclama padre de la patria no lo escucha?…¿Jordania, Libia, Marruecos, Siria, Yemen?,…hagan apuestas, el dorado exilio saudí espera a otros faraones, megalómanos, reyes, sultanes, o como los quieran llamar.

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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