La Revolución Ética.

16/01/2017 | Editorial



La indignación ciudadana está tocando fondo, debido a: una gestión irresponsable del poder y de recursos, acaparamiento de tierras y de minerales, desempleo, corrupción, tráfico de personas, abandono de los refugiados, violencia contra las personas más vulnerables, en África, en Europa y en todo el Planeta. También los medios de comunicación obedecen a intereses empresariales e ideológicos y son parte del problema.

Cuando vemos cómo los refugiados sufren el duro invierno en tiendas de plástico, en medio de la nieve, cuando sabemos que cada hora desaparece un niño-a migrante en un tráfico infrahumano, cuando conocemos las causas de tanto sufrimiento, nos preguntamos sobre el grado de deshumanización al que estamos llegando en Europa.

La indignación puede llevar a una búsqueda de dignidad, de justicia, de transformación, de transparencia, y de esperanza. Esta indignación exige más ética, es una pasión del alma. Pero la indignación puede también quedarse solo protesta y en ocasiones llegar incluso a la violencia.

En el fondo, la indignación es una emoción que reclama dignidad. En la indignación existe pues un rayo de esperanza. Al mismo tiempo, la crisis global que estamos sufriendo ha propiciado la desesperación de muchos ciudadanos.

La justa indignación es el dolor que experimenta un ser humano al ver la fortuna de alguien que no lo merece. La indignación apunta a la justicia, pero no a cualquier justicia, sino a la justicia distributiva de los recursos existentes.

La solución no consiste tan solo en la ley y el derecho. La ley se debe cumplir y hay que velar porque reine un orden social, pero es necesaria la ética. Sin ética no hay futuro posible, ni a nivel local ni a nivel global, dice Francesc Torralba.

La solución a la injusticia y a la violencia no radica en aumentar los sistemas de seguridad, de vigilancia y de coerción, como se hace habitualmente, sino en analizar las causas profundas de la indignación y del sufrimiento que han causado la crisis actual de refugiados y las protestas de sociedades por las calles.

La indignación es también algo ambivalente. No tiene razón el que más grita, sino el que modula y modera su discurso y su acción.

Se multiplican los comités de ética, las guías de buenas prácticas, las cátedras de ética aplicada. La ética de la responsabilidad es anhelada por todos, porque es un signo de credibilidad, porque genera confianza.

Este clamor en favor de la justicia, la equidad, y la honradez contiene una dosis de esperanza. En el fondo, estamos faltos de una revolución espiritual, la más decisiva y fundamental de la historia: la transformación de la conciencia personal y colectiva. Una revolución así depende no de los políticos o financieros sino de los ciudadanos.

El autor de la “Revolución ética” (2016), nos presenta un futuro con ética, la ética como la gran oportunidad. Analiza la alianza entre ética, política y economía.

Nos habla de un consumo responsable, y de una revolución del corazón. Analiza la crisis como una oportunidad de valores y movimientos sociales emergentes y nos habla del Planeta como un patrimonio que no nos pertenece. En fin, nos explica que la ética es o debe ser el centro de la vida personal y social, para terminar con un decálogo para un nuevo mundo.

En la misma raíz de la ética se encuentra la visión misma de la vida, de los demás y de los abundantes recursos del Planeta.

¿Nos consideramos dueños y propietarios absolutos de la vida propia o ajena y de los recursos del Planeta, o nos vemos más bien como gestores responsables de estos abundantes dones: la vida propia, las otras personas y los recursos del Planeta?

Si intentamos construir un nuevo mundo a nuestra medida, solo con el lucro, la ciencia y la tecnología, seguiremos construyendo nuevas “torres de Babel” o “Trump towers”, que crean conflictos, desigualdad y desconfianza.

Para construir un desarrollo sostenible con Trabajo, Techo y Tierra para que todos vivan con dignidad, necesitamos mirarnos como miembros de una familia humana y ser administradores sabios y responsables de los abundantes recursos que hemos recibido, para nosotros, las personas que hemos descartado y para las generaciones futuras.

Si queremos compartir con los demás los recursos disponibles de forma equitativa, y vivir reconciliados en armonía, nos beneficia también la sabiduría del Evangelio y la inspiración de la Fe para mirarnos y relacionarnos como miembros de una misma Familia.

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