La «otra guerra» del Sur Sudán, por Alberto Eisman

4/02/2014 | Bitácora africana

Como había prometido, aquí estoy de nuevo para explicar lo que, desde mi humilde punto de vista, es otro factor crucial para entender la situación general del Sur Sudán y los sangrientos acontecimientos de las últimas semanas.

En los años 80 y 90, durante la guerra civil que asoló la región, un número no despreciable de jóvenes sursudaneses se vieron forzados a abandonar su país. La gran mayoría de los mismos fueron oficialmente reconocidos como refugiados en países como los Estados Unidos, Canadá y Australia. A pesar del hecho que muchos crecieron y maduraron desarraigados y fuera de su tierra, sin embargo tuvieron la suerte de realizar estudios superiores, cosa que nunca habrían podido hacer en su Sur Sudán natal, máxime durante los años de la guerra.

El año 2005 llegó, se firmaron los acuerdos de paz y un paréntesis de calma y de estabilidad se extendió hasta el año 2011 en el cual el Sur Sudán de manera unánime decidió convertirse en un estado independiente. Durante todo ese periodo, el Sur Sudán tenía ya su gobierno autónomo, sus ministerios y su sistema político (de tono monocolor, todo sea dicho, ya que toda la escena política estuvo siempre dominada por el SPLM, el partido gubernamental)

Cuando llegó la hora de cubrir los puestos más relevantes dentro de la administración (primero regional durante el tiempo de interinidad y posteriormente la nacional después de la independencia), estaba claro que era el momento de agradecer los servicios de toda la oficialidad que durante los años de la guerra civil habían llevado a cabo su labor en las diferentes unidades rebeldes. De esta manera, todos los puestos de ministros, secretarios de estado, sub-secretarios, gobernadores y otras hierbas fueron copados por militares o ex-militares, muchos de ellos personajes curtidos en el campo de batalla, grandes combatientes y estrategas pero completamente ineptos para las obligaciones y las funciones de un puesto en la administración civil. Es más, algunos de ellos eran prácticamente analfabetos o con apenas estudios de primaria y con ese magro bagaje educativo tenían que desempeñar puestos de responsabilidad, tomar decisiones, ser efectivos en su gestión y hablar en público en actos oficiales. Ni que decir tiene los esperpentos que a veces sucedían: un ministro de Agricultura que, a pesar de haber sido obligado a pasar a ser un civil, se negaba a quitarse el uniforme y aparecía con pistola en todos los actos sociales, oradores que asestaban terribles mandobles a la lengua inglesa, gobernadores que dependían de sus secretarios porque no sabían ni manejar un ordenador y todo un abanico de situaciones verdaderamente kafkianas.

Estamos en el año 2014… en todo este tiempo son ya miles y miles los sursudaneses los que, gracias a la oportunidad de haber estado en el extranjero, están completamente preparados para ayudar en la reconstrucción del país y han tenido una experiencia relevante en el mundo laboral y en los ambientes profesionales más diversos. Tienen títulos, doctorados, experiencia, preparación… hay doctores, ingenieros, abogados, profesores de universidad… pero desde tiempo inmemorial la vieja guardia les cierra las puertas. No van a permitir que una panda de arribistas les quite el sabroso pastel que llevan años devorando. Si alguno levanta la voz y se queja, se le dice de manera descarada algo así como “mientras estábamos muriendo y desangrándonos por el país, vosotros estabais tan tranquilos estudiando en el extranjero.” Y con tal razonamiento, el líder de turno continúa en su inoperante gestión, disfrutando de coches oficiales y de prebendas y callándose el hecho de que él mismo procura que toda su familia resida en el extranjero, con hijos yendo a escuelas de élite y a universidades con renombre.

Con una situación así, se pueden imaginar la frustración de la diáspora. Por un lado se les trata de extranjeros en su propio país, por otro lado ven con impotencia las grandes lagunas que hay en la gestión de los servicios, las infraestructuras y ellos no pueden hacer nada para remediarlo. Algunos de ellos se deciden a probar suerte en el sector privado. El gobierno sursudanés no lo dice, pero teme profundamente a la diáspora, simplemente por el hecho de que está bien formada, es capaz, porque han visto mundo y también porque podría traer aires de cambio completamente diferentes del estilo paramilitar al que están acostumbrados.

Por otro lado, los dirigentes que están ahora en el poder, viniendo de un estamento militar que funciona a base de disciplina y de órdenes y donde nada que venga desde abajo, siguen actuando de la misma manera que cuando comandaban divisiones y tropas: demandan adhesión total e inquebrantable, no toleran en dosis alguna la crítica o la disensión, en cuanto sienten cualquier amenaza a su autoridad envían a la policía o los soldados de turno para acallar – por las buenas o las malas – a quien mee fuera de tiesto. Los periodistas son por ejemplo uno de los sectores profesionales que más han sufrido en estos años de independencia simplemente porque los poderes no aceptan cuestionamientos, críticas ni afrentas a su autoridad. Cualquier conato de escándalo es apagado inmediatamente y por los medios más expeditivos.

Aunque muy pocas personas lo mencionen, la precaria situación que vive ahora mismo el Sur Sudán, con ese presidente acusado de despotismo, con esa vieja guardia dividida y ambiciosa que se echa los trastos a la cabeza y vuelve a las andadas violentas, se debe también a que no ha habido un relevo generacional ni “profesional” en el país. Es un problema crónico y recurrente en las situaciones en las que ha habido una lucha armada previa a la independencia. En situaciones post-coloniales, en vez de medallas y un honorable paso a la reserva, se premia a los antiguos jefes militares con puestos, privilegios y prebendas. Kiir, Machar (a pesar de su doctorado) y muchos otros pertenecen a este grupo.

La actual élite gobernante no está ahí por su valía profesional sino por méritos de guerra; es un gremio que hará lo imposible por perpetuarse en el poder. Ni hacen ni dejan hacer. Todos, Kiir y el resto de la banda, adolecen de falta de verdadero espíritu democrático y participativo. El que venga después, sea Machar u otro, no lo veo yo dejando el trono para que se siente alguien “de fuera”. Falta una tradición democrática y un respeto a las reglas de juego. Ahora mismo el Sur Sudán se encuentra sin referente moral alguno, aparte de los líderes religiosos que en sus acertadísimas declaraciones están poniendo más que nunca el dedo en la llaga de los males del país y llaman a una cordura que brilla por su ausencia. La incertidumbre del Sur Sudán se complica aún más al confirmarse que, aunque se viva ya en la ansiada dependencia, la clase dirigente – la que tiene la sartén por el mango – sigue siendo exactamente la misma que cuando había guerra y mandaban las armas.

Original en : En Clave de África

Autor

  • Eisman, Alberto

    Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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