¿Hubo uno o dos genocidios en Ruanda?

26/04/2011 | Opinión

Jean-Marie Ndagijimana, embajador, autor del libro “Paul Kagame a sacrifié les Tutsi” (Éditions La Pagaie, juin 2009) aborda en este artículo la cuestión: ¿Hubo uno o dos genocidios en Ruanda?

Sin duda, hubo dos genocidios. Mi análisis de los acontecimientos y mi íntima convicción me llevan a afirmar que hubo dos genocidios paralelos y concomitantes en Ruanda. Los hechos constitutivos de estos dos genocidios tuvieron lugar en circunstancias de tiempo, lugar y método identificables. De conformidad con el principio de igualdad ante el derecho a la vida, ninguno de estos genocidios excusa o justifica el otro. La única manera de reconocer o de refutar oficialmente el genocidio hutu por parte de la comunidad internacional es levantar el embargo que pesa sobre todos los informes que encausan a Paul Kagame y a su entorno; ello permitiría que las víctimas hutu y a sus familias gozaran plenamente de su derecho a una justicia internacional equitativa e imparcial, a semejanza de sus compatriotas tutsi. Mientras perduren las obstrucciones actuales, es evidente que el rencor y las frustraciones no harán más que amplificarse en el seno de una gran parte de la población ruandesa. ¿Es lo que busca el TPIR cuando se lanza ojos cerrados en el proceso de terminación de su mandato, algo que no es más que una forma de enmascarar lo que es una denegación de justicia? Sí, lo repito, ha habido un doble genocidio.

En la zona controlada por el gobierno

En la zona controlada por el gobierno Kambanda, entre abril y julio de 1994, innumerables hechos convergentes prueban que a pesar de la pretendida espontaneidad de algunas masacres, las matanzas estaban organizadas. Cuando centenares, incluso millares, de barreras fueron instaladas en las ciudades, en los cruces de caminos, en los puentes, en todas las rutas del territorio que estaba bajo control gubernamental, barreras vigiladas por milicianos armados que seleccionaban a los pasantes siguiendo criterios étnicos y mataban a los tutsi o a los hutu con fisonomía tutsi y dejaban por el contrario pasar a los hutu identificados y verificados como tales hutu, no se puede hablar de reacciones espontáneas. Por otra parte, la espontaneidad no quitaría para nada gravedad a semejantes masacres.

Cuando durante tres meses sin interrupción, equipos de matones armados rastrillan las colinas, las marismas, los bosques, las iglesias, las escuelas, las casas, a la búsqueda de tutsi, a los que matan sistemáticamente si dan con ellos, ya no puede hablarse de cólera espontánea. La intención de destruir un grupo étnico es patente. Estos actos criminales tuvieron lugar en la zona controlada por el gobierno y seguían un guión casi invariable. Ello es calificado por el derecho internacional humanitario como genocidio. Los tutsi que escaparon a las masacres han sobrevivido porque la MINUAR o los hutu los protegieron o porque lograron ponerse a abrigo a tiempo.

En la zona controlada por el FPR

Tras el asesinato del presidente Juvénal Habyarimana, mientras en el territorio controlado por el gobierno la sorpresa era total y millares de tutsi inocentes eran descuartizados, el FPR de Paul Kagame se desplegaba en calma, siguiendo un plan preestablecido, quirúrgico y de eficacia impresionante. Por montes y valles, el movimiento rebelde ponía cínicamente en ejecución la eliminación sistemática de los hutu. Las técnicas utilizadas difieren de las de los milicianos Interahamwe; el método del FPR es más discreto, más “inteligente” (ubwenge), más rápido, más radical, más moderno y más cínico. En la zona FPR no había barreras. Tras poner al abrigo a los tutsi identificados como tales, todos los hutu eran asimilados a los Interhamwe. En lugar de barreras, el método genocida consistía en convocar a reuniones-trampa, a “inama” denominadas de sensibilización. Los campesinos acudían ingenuamente a estas reuniones y una vez que estaban agrupados en un estadio o en un valle, como la tristemente célebre masacre de la marisma Rwasave en Butare, los militares del FPR, posicionados previamente alrededor del lugar de la “reunión”, disparaban a bulto. Era más rápido, más técnico, más moderno y más eficaz y también más “inteligente-ubwenge”. En unas horas, los cuerpos de miles de hutu abatidos como animales salvajes desaparecían durante la noche bajo las llamas o en fosas comunes cavadas previamente. Sí, los cuerpos de nuestros parientes, de nuestros padres y madres, hermanos, hermanas, hijos, ancianos, octogenarios, masacrados por los hombres de Kagame por balas, granadas y a veces por obuses de cañón, han sido incinerados a escondidas, arrojados a pozos o a fosas comunes. Y se nos quiere hacer creer que no se trata de un genocidio.

Cuando dos años más tarde, en 1996 y 1997, el ejército de Kagame acorraló a los refugiados hutu en Zaire y masacró a más de 300.000 de ellos en plena selva ecuatorial, según un plan elaborado por el estado mayor del APR-Inkotanyi, eso se llama un genocidio. El relator especial de las Naciones Unidas encargado de investigar la masacre de los refugiados hutu, el señor Garreton, estableció al respecto que esas masacres constituían actos de genocidio.

En fechas más cercanas, el Informe Mapping de las Naciones Unidas del 1 de octubre de 2010 con relación a las violaciones más graves de los derechos del hombre y del derecho internacional humanitario cometidas entre marzo de 1993 y 2003 en territorio de la RDC acaba de establecer que el ejército del FPR, mandado por el general Paul Kagame, cometió crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y actos de genocidio contra los refugiados hutu.

La masacre de refugiados hutu fue preparada y ejecutada por los mismos oficiales tutis que hicieron estragos en 1994. Los mismos que, un año más tarde, masacraron 8.000 compatriotas hutu en Kibeho en abril de 1995. Existe por lo tanto un haz de elementos convergentes en el tiempo y en el espacio que prueban la intención incontestable de “destruir en todo o en parte el grupo hutu en cuanto tal”. Eso se llama genocidio en derecho penal internacional. ¿Quién lo ignora? Todo el mundo conoce la verdad. En París, en Arusha, en Nueva York, en Washington, en Kigali, en Bruselas, en Pekín, en Phnom-Penh, en Berlín, todo el mundo sabe, pero hace como que lo ignora o que sólo ve una parte de la verdad.

Los asesinos son conocidos y no representan su etnia de origen, de ningún modo. Deberían pagar el precio de su bestialidad. No se trata de que toda la etnia, o todo un pueblo, pague en vez de unos cuantos excitados extremistas cuyo único objetivo era y sigue siendo dividir para reinar. Han matado tanto los extremistas hutu como los extremistas tutsi. Su pertenencia a la etnia mayoritaria a la etnia minoritaria en nada cambia respecto de sus responsabilidades. La única diferencia fundamental reside en que la Justicia internacional y la justicia ruandesa hasta ahora solo han perseguido a los criminales hutu, dejando por razones políticas para el futuro el juicio a los criminales de la etnia tutsi. Cada genocidio debe se aprehendido separadamente. Reconozcamos al menos los hechos, exijamos que la justicia se encargue de ellos sin discriminación, dejémosle la tarea de calificarlos. Entre tanto, reafirmamos que un grupo de hutu ha cometido un genocidio destruyendo intencionadamente la vida de centenares de miles de ruandeses de etnia tutsi, y que un grupo de tutsi ha cometido un genocidio destruyendo intencionadamente la vida de centenares de miles de ruandeses de etnia hutu. Por lo que eran y no por lo que habían hecho. Tenemos derecho a decirlo sin ser tildados de revisionistas y a exigir la memoria y la justicia para todos. La paz futura en nuestro país depende de ello. Si algunos no se sienten protegidos por la ley y la justicia, harán su ley e impartirán ellos mismos la justicia. Y ya se sabe a dónde ello conduce. Debe hacerse todo lo posible para que este guión catastrófico se convierta en realidad.

Por medio de este testimonio, invito a mis compatriotas y a los amigos del pueblo ruandés a actuar por el advenimiento de una Nación en la que la igualdad ciudadana sea la sal de la unidad, y en la que cualquier justicia discriminatoria sea abolida para siempre. El diálogo y la verdad en el respeto al otro constituyen la base imprescindible para cualquier avance hacia una paz definitiva en Ruanda.

Le recuerdo humildemente a la comunidad internacional que una de la principales misiones del TPIR es la de “contribuir al proceso de reconciliación nacional así como al restablecimiento y mantenimiento de la paz” en Ruanda. La estrategia de terminación del mandato adoptada por el Consejo de Seguridad, que garantiza la impunidad a los criminales del FPR, prepara nuestro país a un nuevo Apocalipsis.

Mi deseo y el de numerosos compatriotas amantes de la paz y de la justicia, sean hutu, tutsi o twa, es que la comunidad internacional pondere con exactitud la situación actual para que las grandes democracias hagan cuanto sea posible a fin de evitar al pueblo ruandés las frustraciones suplementarias que se derivan de esta discriminación judicial propiciada desde las más altas instancias de la ONU.

Jean Marie Vianney Ndagijimana

(Echos d’Afrique, 24 de abril de 2011.)

Traducido por Ramón Arozarena.

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