¿hemos llegado ya?

30/03/2009 | Crónicas y reportajes

Lerato Mogoatlhe ha descubierto que la famosa broma en todo el mundo, llegar a Tombuctú, tiene razón de ser.

Aquí estoy, merodeando por el polvoriento barrio de la estación de autobuses de Bamako, buscando el primer autobús hacia Tombuctú. Esquivo a los taxistas y a gente a la caza de clientes repartiendo billetes para otras destinaciones en la República de Malí y más allá.

Mi suerte se confirma cuando me dicen que no hay autobuses con destino Tombuctú. Se puede volar a Tombuctú; si te lo permite tu economía. Se puede remar por el Níger, pero costaría semanas llegar e incluso cogiendo el atajo (coger un barco en Mopti) se necesita tomar un autobús de 18 horas y pasar tres días viajando por el río, es un camino helador y las cosas no salen según lo planeado.

Necesitaba estar en Tombuctú al menos una semana antes para organizar el Festival en el Desierto de Malí, que se hace todos los años. Pregunto si el autobús al menos iba en dirección a Tombuctú. Recibo un asentimiento con la cabeza. Pago 12.000 francos CFA y me convenzo a mí misma para que no me invadiera el pánico. Claro, ni siquiera los lugareños que están a mi alrededor tienen la más mínima idea de cuál es el camino preciso para llegar hasta allí, pero ¿cómo es de difícil? Muy difícil, realmente. Esto para mí, que soy una viajera que me gustan los retos, hacía que llegar a Tombuctú fuera un road trip que merecía la pena hacer.

El autobús sale de la estación puntual, a las seis de la tarde, se para un poco más tarde para las oraciones y luego sigue sin parar durante toda la noche. Las noches de la República de Malí son oscuras. Está amaneciendo cuando me dicen que me meta en un taxi. El taxi parecía haber sido blanco algún tiempo, pero ya tenía muchos arañazos de haber sido soldado demasiadas veces como para seguir en la carretera.

Estoy a punto de protestar cuando me dicen que tenía bajarme en Douentza, donde puedo coger un coche hacia Tombuctú, vendido a los turistas como la Ciudad del Misterio. Esquivo a dos robustas madres mientras el sitio se llenaba de personas, estilo lata de sardinas. Se me está helando la médula por el frío como el del invierno de Suráfrica, aquí comúnmente llamado la “estación fresca”.

Pasamos por amplias zonas de tierras áridas y estériles principalmente, con unos pocos arbustos polvorientos y quemados por el sol. En ocasiones, la línea del horizonte se parte con algunos poblados que igualmente parecen no tener vida. El paisaje y sus habitantes tienen sin lugar a dudas aspecto africano, el taxi inequívocamente del oeste de África; destrozado, abarrotado como nunca, según el conductor, ya no puede parar para recoger a más pasajeros, con su tejado que nunca es demasiado pequeño para aguantar los bienes más pesados.

En total, el viaje dura unas 26 horas. A pesar de ser tan extenuante, tiene también su parte maravillosa. Es como conducir a través de fotos de postal: una solitaria manada de camellos caminando en línea recta en medio de la nada, ganado bebiendo agua en un abrevadero, un pastor dormitando bajo un arbusto mientras que su oveja está demasiado abatida por el sol como para alejarse… Encontré la desnudez increíblemente bella.

El último tramo del viaje empezaba en Douentza, donde cojo un coche 4×4 para ir hasta Tombuctú. Es un camino polvoriento y arenoso de más de 170 kilómetros. A Tombuctú se le llama, y con razón, la tierra lejana. El sol había salido y quemaba. Consigo resistirme a hacer la pregunta de si habíamos llegado ya, pero en el pueblo de Bambara Maoude no puedo más. Me responden que aún me quedaban otras dos horas para llegar, “si el coche no se rompe antes”, añade un lugareño.

El coche se para en un poblado a orillas del río Níger, una escasa colección de cabañas de paja. Incluso aquí reina el espíritu emprendedor del oeste de África: se venden bebidas tibias y pescado un tanto pasado con patatas. Los niños piden fotos; hay gente metiendo una vaca en una barca de madera y los turistas nos encontramos inmersos en un caos.

El sol se está poniendo mientras cruzamos el río, vislumbrando la silueta de un poblado a través de un brillo anaranjado. Éste es el momento que merece la pena tras la tortura del viaje a Tombuctú, que, por cierto, está todavía a veinte minutos desde el río.

LERATO MOGOATLHE

Lerato Mogoatlhe es una periodista autónoma de Johannesburgo. Empezó a viajar a través de las tierras africanas en junio del año pasado. Si se lo permiten la economía, los rebeldes y los políticos, tiene planes de visitar Camerún, Gabón, la República Democrática del Congo, Angola y Namibia antes de volver a Suráfrica en junio.

Publicado en el Mail & Guardian, Suráfrica, el 09 de marzo de 2009.

Traducido por Arantza Cortázar, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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