Guinea Bissau: Otros tiempos, otros carrascos

8/09/2009 | Opinión

En algún lugar a lo largo de los buenos años de mi juventud (aunque no tan buenos para mi país), como es tradición, organizábamos fiestas ocasionales con un grupo de amigos y compañeros.

Para el fin de aquel año cualquiera, preparábamos una de esas fiestas a las cuales dedicábamos mucho más, en todas las diligencias (se llevaba bastante en serio la rivalidad sana entre los grupos), para que en los días siguientes fueran, desde lejos, las más comentadas.

¡Era más uno de esos desafíos banales, propios de nuestra edad en aquel entonces!

Entre nosotros había un compañero que poseía una considerable facilidad de cautivar amistades, a su manera, con algunas personas mayores. Y de estas varias amistades, contaba con la de una de las hijas del jefe mayor en aquella época, mujer de un diputado en la actualidad que, por las vueltas que el mundo siempre ha dado (y nunca dejará de dar) tendrá pocas o ninguna posibilidad de escaparse de una larga y peligrosa travesía solitaria por el desierto artificial, que hoy es una parte descomunal de nuestra tierra, y que él también ha ayudado a crear, con el inhumano sacrificio y la explotación despilfarrada de nuestros grandes árboles de sombra.

Con una reconocida delicadeza, la esposa del diputado, que ahora huye de su propia sombra, se ofreció para confeccionarnos algunos tipos de pinchos. Bastaba con que, para ello, consiguiéramos todos los ingredientes (¡y con excelente calidad!). Para eso, nos aconsejó comprarlos en una de las antiguas tiendas francesas de la ciudad.

Con contradictorias sugestiones alternativas de unos y resistencias sin fundamentos de otros, terminamos por lograr un consenso. Fuimos entonces a tratar de convertir una gran cantidad de dinero en moneda nacional a una moneda extranjera más familiar, y compramos todo lo que nos fue recomendado, incluso una bebida que es la preferida de nuestra buena gente, como gesto de gratitud de nuestra parte, para que la esposa del diputado que ahora huye de la propia sombra pudiera ofrecerle a su bien parecido marido.

Con bolsas en las manos, llegamos a la casa del diputado que hoy huye de la propia sombra. Para nuestra gran sorpresa, fuimos recibidos, aun en la puerta, con insultos y amenazas típicos de algunos mortales de nuestra sociedad, con ilusorias ligaciones fuertes con el poder. Y para mi sorpresa, los insultos y amenazas empezaron a dirigirse hacia nuestro compañero, amigo de la esposa del diputado que hoy huye de la propia sombra. No tardaron mucho en empezar los puñetazos y las patadas, recordándole, con una voz trémula de tamaña cólera, que ya le había avisado para que no se acercarse nunca más ni a las afueras de aquella casa fortificada. Con la esposa del diputado que ahora huye de la propia sombra intentando apaciguar el ánimo alborotado, no me acuerdo del porqué, la furia celosa del diputado que ahora huye de la propia sombra aumentaba por instantes. Pero para nuestra suerte, decidió atacar primero las bolsas que llevábamos y sus contenidos. Pequeños paquetes volaron y aterrizaron destrozados en el paseo y en la entrada, alimentando la conocida curiosidad del pueblo. Cuando, por un momento, el diputado que ahora huye de la propia sombra consiguió llevar parte de su furia celosa para dentro de la casa, nos precipitamos para recoger lo que quedó de nuestras preciosas compras y recuperamos alguna cosa, quizás porque estaban todavía en sus paquetes originales, o como señal de justicia divina. La botella con el prestigioso líquido alcohólico, por ejemplo, estaba intacta.

Caminábamos hacia cualquier parte, pero que fuera muy lejos de aquel vergonzoso alboroto, con nuestro compañero llorando compulsivamente por tamaña humillación y sentimiento de impotencia. Casi todos los del grupo también lloraban con él, en un tipo de solidaridad espontánea, cuando de repente volvemos a escuchar aquella voz fuerte, con ciertas imposiciones del diputado que ahora huye de la propia sombra. Al otro lado del paseo, en frente a su casa, llamó a uno de los agentes de la policía judiciaria, cuyos servicios estaban en el otro lado de la misma calle. Una conversación muy breve, que sirvió, a lo mejor, para indicar el color de la camisa del principal objetivo entre todos. Ese agente, a su vez, llamó a otro fervoroso guardián de la ley de los tomates y los dos salieron directamente para perseguirnos y encarcelaron nuestro compañero, amigo de la esposa del diputado que ahora huye de la propia sombra.

Como se podría imaginar, nos quedamos todos nerviosos e irritados. Pero como la realidad también es el conjunto de esas ocurrencias ridículas, sin otra solución a la altura del problema, decidí recurrir a mi condición de elemento de nuestras fuerzas armadas, en la época, con las funciones de furriel, asesor en el gabinete del jefe del Estado Mayor del ejército y diseñador en el departamento de operaciones en el Estado Mayor General.

Como se trataba de un sábado cualquiera, fui directamente a la residencia del jefe del Estado Mayor para explicarle todos los detalles de lo acontecido. Y al final, con un simple telefonema, él ordenó la inmediata liberación, sin condiciones, de nuestro compañero, amigo de la esposa del diputado que ahora huye de la propia sombra.

Algunas veces, sin ni siquiera pedir permiso, ese diputado que ahora huye de su propia sombra ha entrado en mi casa a través de la pantalla de la televisión. Pero por increíble que suene, sólo en dos ocasiones sus inevitables intromisiones alteraron mi estado de espíritu.

La primera fue en el día de la insólita entrada de un helicóptero militar extranjero dentro de nuestro territorio de jurisdicción, contra la voluntad expresa de las autoridades competentes, cuando ese diputado que ahora huye de la propia sombra apareció en una imagen ilustrativa de la religión que él siempre practicó, sentado en el capo de uno de los incontables vehículos en el concurrido cortejo del para y arranca, manteniendo el equilibrio, repartiendo saludos a unos jóvenes sonrientes, productos semiacabados de nuestros grandes males, llevados por la curiosidad y, una vez en la multitud, movidos por el entusiasmo, junto al local improvisado, para la embarazosa recepción del viejo combatiente de la liberación de la patria.

La segunda vez fue hace poco, cuando en un triste papel de víctima de una absurda injusticia, balbuceaba cualquier cosa, pareciendo decir que él era un buen hombre. Paré, medité por unos segundos y sentí una profunda pena de aquella figura de tipo denominador común de nuestra insalubre sociedad.

De patada a patada, de lección a lección, despacio y en movimiento, en un futuro, a su tiempo, alcanzaremos la madurez necesaria para ser una sociedad que se organiza y funciona, bajo la perspectiva de la comunidad y de la garantía de un futuro mejor para las generaciones que vienen.

Que nadie se engañe, pero nadie de verdad, sin excepciones. ¡No durará eternamente cualquier iniciativa con puras intenciones de servir a grupos de intereses egoístas, para la satisfacción de las necesidades livianas del cuerpo y del alma!

La lucha por una plena afirmación de la ley y del orden, a todos los niveles de nuestra convivencia, en nuestra condición de sociedad formalizada -es decir un Estado de Derecho-, tiene que merecer los más elevados sacrificios de todos. Porque solamente la ley y el orden son capaces de asegurar, con el paso del tiempo y con una robustez sostenible, todos los beneficios, que son consecuencia de los derechos instituidos; todos los beneficios que son consecuencia del cumplimiento de los deberes acordados; así como todos los beneficios que son consecuencia de las obligaciones establecidas.

Si la implacable fuerza de la naturaleza ha querido que este nuestro mundo, además de girar alrededor de si mismo, gire también alrededor del sol -para que la más poderosa de todas las luces, aunque de manera variable, llegue a todos nosotros-, para siempre serán más infelices los que con mañas cobardes se ponen en la posición de sustraer esa providencial dadiva a los demás.

Ser, conocer, comprender y compartir.

Flaviano Mindela dos Santos

Publicado en el portal web Contributo, de Guinea Bissau, el 31 de agosto de 2009.

Traducido por Laura Toledo Daudén, para Fundación Sur.

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