Gran Butu y Pequeño Butu

19/02/2010 | Cuentos y relatos africanos

Del libro «Sur les lèvres congolaises»,nº 16 de la collection Lavigerie»”3ème série. 1974. pág.19) Texto original: Olivier de Bouveignes
Traducción del francés: María Puncel

Pequeño Butu acababa de salir de la gruta de su madre, allá en lo hondo, bajo el cañaveral, al pie del acantilado. Todo le interesaba porque tenía que aprenderlo todo, así que se puso a seguir a su padre, Gran Butu, que nadaba en la aguas libres del río.

Su padre le decía a menudo:

-Cuando llegues a ser un gran pez, harás esto, y lo otro. Y, además, con la edad ganarás en peso y en experiencia.

Pequeño Butu, al que todas estas charlas impacientaban, no decía nada, pero pensaba para sí:»¿Por qué tiene que estarme siempre hablando del futuro? ¿Es que no soy ya un Butu hecho y derecho, tan capaz y tan diestro como cualquier otro? ¿Es que sólo el tamaño cuenta?
Y desplegaba al máximo sus aletas, y nadaba con todas sus fuer-zas para llegar a casa antes que Gran Butu.

-¿Dónde está tu padre? -preguntaba la madre al ver a su retoño volver solo.

-Llegará pronto, seguro -respondía el engreído jovencito con tono impertinente-; pero se hace viejo y le cuesta mover las aletas.

-Esperemos, que tú también, amiguito, tengas la dicha de llegar a viejo como tu padre, el Gran Butu.

* * * *

Ciertamente Gran Butu era un pez magnífico: largo, grueso, los costados robustos y la espina sólida. Pequeño Butu estaba ansioso por llegar a ser tan fuerte como su padre.

Un día, en que nadaban uno junto a otro, Pequeño Butu preguntó:
-Dime, padre, ¿qué has hecho para convertirte en un pez tan grande?

-He vivido muchos años, hijo.

-Madre me ha dicho, ¡ojalá llegues a viejo como Gran Butu…! Yo no deseo otra cosa; pero ¿qué has hecho para vivir tantos años?

-Es mi secreto, hijo, un secreto que aprendí de mi padre cuando tenía, más o menos, tu edad. Mi padre murió muy muy anciano. He aquí el secreto: cuando veas un pedacito de carne, una bolita de pan de mandioca o un pedazo de pescado que bailotea en la corriente, al extremo de un hilo, desconfía, no pierdas tiempo dando vueltas a su alrededor. Se cae fácilmente en la tentación, se muerde el trocito de carne y uno se queda preso en el anzuelo.

-¿El anzuelo? ¿Qué es el anzuelo?

-Es muy largo de explicar. Yo no lo aprendí hasta que, desobedecí a mi padre y de la experiencia me quedó un recuerdo que espero que te convencerá de que debes seguir mis consejos mejor de lo que yo seguí los suyos. Mira mi boca, está desgarrada y torcida. ¡Es el recuerdo del anzuelo!

-¿Y eso es todo lo que hay que hacer para llegar a viejo?

-No; eso es sólo una parte. Los hombres, nuestros peores enemigos, nos preparan muchas trampas de las que debes huir tan rápidamente como puedas en cuanto oigas los pasos de uno de ellos en la orilla. Y si ves fuego en una piragua por la noche, ¡aléjate, ponte a salvo! ¡Nunca huirás demasiado deprisa! Actuando de esta manera es como llegarás a mi edad, sano y salvo.

Pequeño Butu contempló a su padre asombrado y pensó para sí: «Pues si eso es todo lo que hay que hacer para llegar a viejo…»

Y dio media vuelta, burlándose en su pequeño corazón de pez jovencito, de la simpleza de Gran Butu.

* * * *

Los peces, en esto, se parecen muchísimo a los hombres. ¡Cuántas veces el narrador, al contarles una historia, se esfuerza por enseñarles una lección!; pero ellos no se fían de la experiencia ajena y el mundo no cesa de repetir sus locuras. Los jóvenes se empeñan en actuar a su capricho y, naturalmente, fracasan o perecen, allí donde fracasaron o perecieron sus mayores.

En todo caso, esto es lo que le ocurrió a Pequeño Butu…

Viendo flotar en el extremo de un hilo un apetitoso pedacito de carne, dio vueltas a su alrededor, lo tanteó, lo mordisqueó, hasta que su apetito pudo más que su prudencia y se lo tragó de un solo bocado. Y fue entonces cuando descubrió por sí mismo lo que era un anzuelo.
-¡Padre, padre! -gritó cuando se sintió arrastrado por la mano que estaba al otro extremo del hilo.

Afortunadamente Gran Butu no estaba lejos.

-No te muevas, deja flotar tus aletas, hazte el muerto, finge que estás completamente muerto- tuvo tiempo de aconsejarle al pasar.

Pequeño Butu, que comprendió que estaba en un gran apuro, obedeció y se dejó arrastrar como si la vida le hubiera abandonado en verdad. Y el truco funcionó. Viendo que no se agitaba como los otros peces que pescaba, el pescador creyó que estaba muerto. Le quitó el anzuelo y lo tiró descuidadamente sobre la arena de la orilla.

Pequeño Butu, en cuanto se vio libre, dio un coletazo, y de un salto se tiró al río.

-¡Salvado! -gritó cuando sintió sus aletas moviéndose libres en el agua.

-Cierto, cierto -murmuró Gran Butu-, pero si no llego yo a estar por allí cerca…

* * * *

Poco tiempo después, en un día de sol -un sol abrasador, cuyos rayos atravesaban hasta las aguas parduscas del río- a Pequeño Butu le pareció una buena idea nadar a lo largo del borde del agua y pasearse por entre los tallos del cañaveral de la orilla.

Se estaba bien en aquel lugar sombreado y fresco.

Se sentía tan superior al «viejo gruñón» de su padre, que des-preciando algo tan agradable, se empeñaba en nadar en el agua del centro del río, que hizo caso omiso de sus sabios consejos.

Oyó pasos por la ribera y asomó el hocico para mirar. No pudo mirar más que un instante. Fue el tiempo suficiente para que una red con los bordes emplomados se abatiera de repente sobre el agua.

¿Qué hacer? ¿Hacia dónde huir? La red no cesaba de cerrarse sobre él. Afortunadamente Gran Butu lo había visto todo. A riesgo de perder su propia vida, asomó la nariz para provocar al pescador. El tamaño de la posible nueva presa emocionó de tal manera al hombre que abandonó su primera red para lanzar otra sobre Gran Butu. Pequeño Butu aprovechó el momento para huir. Gran Butu fue lo suficientemente hábil como para escapar de la trampa.

Desde luego, el adolescente no se había dado cuenta de nada.
Después, cuando contaba la aventura, no olvidaba dejar bien claro que se había salvado gracias a su propio esfuerzo. Y casi llegó a imaginar que había salvado también a su padre, pero eso le pareció más discreto no mencionarlo.

* * * *

Un atardecer, su padre, que le vio hacer cabriolas alrededor de una piragua en la que brillaba el fuego de un pescador, le preguntó:
-¿De verdad quieres llegar a viejo como yo?

-Pues claro y… llegar, quizá, a más viejo todavía.

-¿Y, entonces, por qué comprometes tu porvenir? ¿Por qué te burlas de mis consejos y juegas con el peligro?

-¿No he sido capaz de escapar siempre? Ya no soy un niño, papá. Ya basta de esa tutela de consejos y reproches. Quiero nadar con mis propias aletas, medir mis fuerzas, disfrutar de mi libertad, soltarme de todas esas ataduras de pretendida sabiduría con las que me has tenido atado hasta ahora.

-¿Crees que yo voy a poder estar siempre cerca preparado para librarte del peligro?

-¡Yo sabré arreglármelas muy bien por mí mismo! ¿Es que no he sido capaz de liberarme cada vez que me ha hecho falta?

Y, sin más, el presuntuoso joven se lanzó de nuevo en persecución del hermoso fuego de la piragua.

Desde luego, el viejo Gran Butu estaba decidido a conjurar este nuevo peligro, pero ¿qué podía hacer contra una tan estúpida cabezonería?
Recordaba que, allá en tiempos pasados, él mismo había hablado a su padre como ahora su hijo le hablaba a él.

¡Qué de veces se había encontrado en los mismos peligros! Había escapado por pura chiripa. Luego, la experiencia le hizo madurar y se volvió más prudente, más sensato.

Podía todavía apoyarse en el agua con sus poderosas aletas, dar un salto en el aire y atrapar un moscardón al vuelo, piruetear por el agua como un joven, pero siempre con prudencia, no de cualquier manera y sin pensar, como en otros tiempos.

-Si yo pudiera conservarlo vivo hasta que sea capaz de una mayor sensatez…-se decía, echándole una mirada desde lejos y no sin sentir una cierta admiración por su joven hijo.

En ese momento el pescador levantó la luz. El inexperto Pequeño Butu quedó deslumbrado. Nadó a ciegas, parpadeando torpemente. No tuvo tiempo de abrir la boca para pedir socorro. El pescador lo tenía ya ensartado en su arpón y lo tiraba violentamente contra el fondo de madera de su piragua.

Gran Butu no volvió a ver a su hijito.

Ni siquiera pudo oír lo que le decía al pescador mientras que éste le abría el vientre:

-Si yo hubiese seguido los consejos de mi padre, habría llegado a viejo como él…
Pero ya era demasiado tarde.

Al día siguiente, al amanecer, lo llevaron al mercado para venderlo.
Se lo comieron frito.

¡Si los que se lo comieron hubieran sabido su historia!

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