Estados Unidos parece estar perdiendo su guerra secreta en Somalia

16/12/2008 | Opinión

BERBERA, Somalia – Para visualizar la guerra secreta de Estados Unidos en Somalia, basta con lanzar una piedra a la puerta de hierro de la cárcel de este aislado puerto del norte de Somalia. Un guardia adormilado tirará de un cerrojo oxidado para abrir la puerta. Entonces, debe preguntar por un preso llamado Mohamed Ali Isse.

Isse, de 36 años, es un asesino y yihadista condenado. Es conocido entre sus compañeros de prisión como “el hombre con la cosa americana en la pierna”.

Esa “cosa” es una insignia quirúrgica de acero inoxidable enroscada en su fémur que fue destrozado por una bala, cortesía, según él, de la Marina estadounidense. Cómo llegó hasta allí – o más bien cómo acabó Isse en este lugar de mala muerte, con muros de piedra desmoronados y situado en el fin del mundo – es una historia que el gobierno estadounidense preferiría que permaneciese secreta.

Esto se debe a que Isse y sus cicatrices de cirugía elaborada ofrecen pruebas tangibles de que existe una guerra que ha permanecido secreta durante los últimos cinco años, con el único objetivo de impedir que la anárquica Somalia se convirtiese en el siguiente Afganistán.

“El gobierno estadounidense se lleva a muchos de aquí”, dijo el alcaide, Hassan Mohammed Ibrahim, mientras caminaba a grandes zancadas con una pistola metida en la parte trasera de los pantalones. “El mundo mira a Irak. El mundo mira a Afganistan. Nadie mira a Somalia”.

Es una guerra de alta mar en la que el Pentágono lanza misiles voladores, que cuestan millones de dólares, a una tierra africana del tamaño de Texas donde reina la hambruna, intentando acabar de este modo con los sospechosos terroristas que deberían estar dormitando en las barracas.

Se trata de una guerra encubierta en la que la CIA ha reclutado bandas de indeseables señores de la guerra para perseguir y secuestrar a los militantes islámicos y –según Isse y los activistas de los derechos civiles – los encarcelan en secreto en alta mar, a bordo de buques de guerra estadounidenses.

Sin embargo, se trata de un bombardeo político que heredará la administración entrante de Obama: un frente en la guerra mundial del terrorismo que EE.UU. parece estar perdiendo, si es que no la ha perdido ya.

“Somalia es uno de los grandes fracasos políticos no reconocidos de EE.UU. desde el 11-S”, afirmó Ken Menkhaus, un líder estudiantil de Davidson Collage, en Carolina del Norte. “Por alguna causa racional, lo que hemos terminado haciendo ahí es lo contrario de lo que queríamos”.

Estaba bastante claro lo que quería la administración Bush cuando respaldó tácitamente la invasión etíope de Somalia a finales de 2006: ayudar a un aliado africano y cercano en la guerra para aplastar a la Unión de Cortes Islámicas. Este movimiento, parecido al talibán emergió de las cenizas de más de 15 años de anarquía y caos en el estado africano más infame de todos, Somalia.

En un primer momento, la invasión parecía una victoria fácil. A principios de 2007, las Cortes fueron derrotadas, se instaló un gobierno prooccidental de transición y cientos de militantes islámicos fueron capturados o asesinados en Somalia.

Sin embargo, durante los 18 meses siguientes, los islamistas somalíes – ahora más radicales que nunca – se han reagrupado y surgen de nuevo.

El mes pasado, en un solo día, empezaron sus ejercicios de calentamiento matando a 30 personas en una serie de ataques sangrientos con coches bomba que recordaron a los días más oscuros de Irak. Y su brutal milicia, Al Shabab, o “La Juventud”, controla hoy en día la mayor parte de la nación, un país destrozado pero estratégico por sus vistas a las rutas de transporte de petróleo del Golfo del Adén.

Lo que es todavía peor es que los combatientes de Al Shabab se han movilizado a la capital somalí de Mogadiscio y amenazan con derrocar al gobierno provisional, sostenido por Estados Unidos y Etiopía.

Mientras tanto, en medio de una sequía asesina, más de 700.000 ciudadanos han sido expulsados de un Mogadiscio marcado por las balas de los recientes enfrentamientos entre los rebeldes islamistas y el gobierno provisional.

La desventurada capital de Somalia ha sido considerada la “ciudad sin ley” de África –una ciudad costera dividida por los enfrentamientos de los clanes desde que el gobierno central de la nación se desmoronó en 1991. Esta reputación asilvestrada se consolidó en 1993, cuando las distintas bandas arrastraron por las calles los cuerpos de miembros del ejército estadounidense durante una desastrosa misión de paz de la ONU, relatada en el libro y la película “Black Hawk derribado”.

El aeropuerto -la única posibilidad de ayuda por parte del mundo exterior- se cierra con regularidad a causa de los ataques mortales, que tienen lugar pese a la presencia de un pequeño contingente de paz de la Unión Africana.

Los trabajadores extranjeros que llevan años trabajando en Somalia han sido evacuados. En mayo, un misil estadounidense acabó con la vida del líder de Al Shabab, Aden Hashi Ayro, lo que enfureció a los militantes islamistas que desde ese momento prometieron secuestrar y exterminar cualquier presencia extranjera en el país.

Hoy en día, la mayor parte de Somalia está cerrada al mundo.

Esto se supone que no debería haber transcurrido de este modo cuando EE.UU. proporcionó servicios de inteligencia para la invasión etíope, que tuvo lugar dos años atrás.

Los radicales islamistas que controlaban casi todo el centro y el sur de Somalia a mediados de 2006 definitivamente no eran unos santos. Cerraron las salas de cine de Mogadiscio, exigieron a los hombres somalíes que se dejaran crecer la barba y, según el Departamento de Estado de Estados Unidos (equivalente al Ministerio de Asuntos Exteriores), proporcionaron refugio a 30 yihadistas locales e internacionales asociados con al-Qaeda.

Los militantes con turbante de la Unión de Cortes Islámicas derrotaron a los odiados señores de la guerra. Y la aplicación de las leyes de la religión islámica, impolíticas para muchos somalíes, convirtió Mogadiscio en una ciudad segura por primera vez en mucho tiempo.

Cuando el movimiento islamista se fortaleció de nuevo, Isse, el terrorista encarcelado en Berbera, era el dueño de una farmacia del aislado pueblo de Buro, en Somalilandia, un enclave situado al norte que declaró su independencia de Somalia a principios de los años 90.

Isse, radicalizado por la participación militar de EE.UU. en Irak y Afganistán, cumple con su condena a cadena perpetua por organizar los asesinatos de cuatro trabajadores humanitarios a finales de 2003 y principios de 2004. Dos de sus víctimas eran profesores británicos de anciana edad.

Las fuentes aseguran que Isse fue secuestrado en 2004 por Estados Unidos tras huir a la casa de un conocido militante islamista en Mogadiscio.

El trabajo fue realizado por Mohammed Afrah Qanyare, un señor de la guerra que declaró cuatro años atrás que su milicia había ayudado a formar una fuerza mercenaria creada por la CIA llamada la Alianza para la Restauración de la Paz y la lucha contra el Terrorismo en Somalia.

La unidad reunió a algunas de las milicias de clanes más violentas, salvajes y menos fiables del mundo –incluyendo a las bandas que atacaron las fuerzas de EE.UU. a principios de los 90- para hacer frente a una marea creciente de militancia islámica en la anárquica capital de Somalia.

Isse fue herido durante el asalto, según afirma Qanyare, que actualmente es miembro del débil gobierno de transición y que divide sus días entre la ciudad sin ley de Mogadiscio y los lujosos hoteles de Nairobi. Matt Bryden, uno de los expertos mundiales en la insurgencia somalí que tiene acceso a los servicios de inteligencia, confirmó la versión. Dijeron que Isse fue subido a bordo de un helicóptero militar estadounidense pedido por teléfono satelital y transportado, sangrando, a un buque estadounidense situado en alta mar.

Los médicos de la Marina tuvieron que implantar una barra de acero en la pierna de Isse que había sido destrozada por las balas, según afirma el abogado de la defensa, Bashir Hussein Abdi. Todos los días del mes siguiente, agentes estadounidenses vestidos de paisanos interrogaron al somalí, que se encontraba postrado en la cama, acerca de la presencia de al-Qaeda. La CIA nunca reconoció públicamente sus operaciones en Somalia. El portavoz de la agencia, George Little, se negó a hacer comentarios sobre el caso de Isse.

En junio, la organización de derechos civiles Reprieve afirmó que los 17 buques de guerra podrían haber duplicado las cárceles flotantes desde que se produjeron los ataques terroristas del 11-S.

El Pentágono declaró que estas afirmaciones eran erróneas e insistió en que los buques estadounidenses solo habían servido como paradas de tránsito para los sospechosos terroristas que eran trasladados a los campos permanentes de detenidos como el de la Bahía de Guantánamo, en Cuba.

En una breve declaración, Lt. Nathan Christensen, portavoz de la Quinta Flota con sede en Bahrein, que patrulla el Golfo de Adén, solamente declaró que la Marina no podía confirmar las fechas del encarcelamiento de Isse.

Por razones que aún permanecen desconocidas, fue trasladado más tarde a la base militar estadounidense de Camp Lemonier, en el estado africano de Yibuti, según afirman las fuentes del servicio de inteligencia somalí, y de allí a una cárcel clandestina de Addis Ababa, en Etiopía. Isse y su abogado afirman que estuvo detenido durante seis semanas y fue torturado con descargas eléctricas por el servicio militar etíope.

Agentes de seguridad que se encontraban cerca de Somalilandia confirmaron que recogieron a Isse de la policía etíope en un paso fronterizo a finales de 2004. “El hombre con la cosa americana en la pierna” fue interrogado de nuevo. Después de un juicio local, fue encerrado en la antigua cárcel de Berbera.

Los mercenarios antiterroristas de la CIA en Mogadiscio pudieron secuestrar a más de una docena de islamistas buscados por los estadounidenses, según afirman los expertos en los servicios de inteligencia. Sin embargo, sus abusos terminaron por fortalecer a sus enemigos, las milicias de la Unión de Cortes Islámicas.

“Fue una idea absurda” afirmó Bryden. “En realidad fortaleció a los islamistas y contribuyó a la crisis que vivimos actualmente”.

La diáspora de 2 millones de somalíes es muy preocupante. Jóvenes enfadados con pasaportes extranjeros en mano podrían verse atraídos a abrir de nuevo los campos de entrenamiento de Al Shabab, en los que los instructores ocasionalmente usan fotos de Bush como dianas.

Algunos no confían en el futuro de Somalia

Con cerca de 8 billones de dólares de ayuda humanitaria destinada a las ruinas de Somalia desde principios de los años 90 – EE.UU. donará aproximadamente 200 millones de dólares solo este año- un gran número de políticos recomienda que el estado fallido tenga derecho a fracasar, a dividirse en zonas autonómicas, como el lugar de Somalilandia del que procede Isse.

No obstante, existe otro futuro posible para los somalíes. En Bosaso, un puerto situado a casi 500 km. de la celda de Isse, cientos de personas revolotean alrededor de los muelles destartalados del pueblo en busca de la travesía que separa el Golfo de Adén de Oriente Medio. Vestidos con trapos, duermen en multitud en los sucios callejones y en las parcelas deshabitadas. Las mujeres y las niñas se ven obligadas a ejercer la prostitución.

“Pueden ver porqué seguimos necesitando la ayuda de los estadounidenses”, declaró Abdinur Jama, el jefe de los guardacostas de Puntlandia, el estado semiautonómico en el que se encuentra Bosaso.

Un grupo militar de reflexión de West Point (Academia Militar de Estados Unidos) que estudia el caso de Somalia concluyó el año pasado que, en ciertos aspectos, los estados fallidos eran lugares excelentes para combatir a al-Qaeda, puesto que la falta de soberanía local “facilita relativamente los esfuerzos occidentales por combatir el terrorismo”.

Por Paul Salopek
(Chicago Tribune)

Artículo tomado de Garowe on Line, Somalia, 02-12-08

Traducido por María Castillo García – Andrade, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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