Eritrea, el Estado más joven del continente , por Antonio Molina

1/10/2009 | Bitácora africana

Independiente desde hace apenas 15 años, su juventud se compagina mal con su más insólito anacronismo. Al visitarla, nos damos cuenta, que vive como los antiguos estados-partido nacidos al filo de las independencias. Contemplar la vida cotidiana eritreana es como visionar un viejo filme, cuyo guión terminaba en catástrofe.

País apretado entre Sudán y Etiopía, con Yibuti a sus pies, la Eritrea del presidente Isayas Aferworki es un estado como ya no existen sobre el continente africano. Un país administrado con mano férrea por los excombatientes, que salieron vencedores de una guerra de liberación, que duró 30 años. Encontramos, como en un cóctel excepcional, una mezcla de nacionalismo puntilloso y exigente con un socialismo a la cubana (sin banana), pero condimentado con la fantasía de medio siglo de colonización italiana. Unos cooperantes chinos transplantados en el ministerio de Telecomunicaciones dicen: “Eritrea nos recuerda la China de los tiempos de Mao.”

ASMARA, LA CAPITAL, CIUDAD NADA BANAL

Al caer la tarde, sus calles, tan limpias como las del centro de Madrid, se animan con un no sé qué italiano, – flota en el ambiente el perfume da las pizzerías -, los raros propietarios de automóviles exhiben sus FIAT de otras épocas y los cafés, que desbordan con sus mesas por las aceras, lanzan a la calle toneladas de decibelios de música occidental moderna.

Pero todo eso no impide, que en lugares secretos, algunas decenas de militantes de la oposición estén presos, sin juicio previo, desde hace años. La Asociación de “Reporteros sin Fronteras” afirma que “Eritrea es una prisión a cielo abierto.”

En Asmara, los cibercafés abundan y el acceso a las páginas de Internet es libre; sin embargo, para conseguir un teléfono móvil, hay que ganarse los favores de la administración estatal. Un funcionario, que se cubre bajo el anonimato, reconoce que “el Gobierno quiere saber quienes poseen un móvil.”

Existe un diario, pero sin ningún artículo crítico hacia el gobierno en sus columnas. La malnutrición es un mal endémico, pero Eritrea cierra sus puertas a las ONG’s e instituciones especializadas de las Naciones Unidad por cuestión de imagen. En Eritrea ¡no se pasa hambre!
Existe la libertad religiosa. Tanto los musulmanes, como los cristianos coptos, católicos y miembros de la Iglesia Evangélica de Eritrea pueden practicar sin cortapisas su religión, las otras denominaciones protestantes, sospechosas de colaborar con los Estados Unidos, aparecen en la lista negra, siendo perseguidas y eliminadas, como asociaciones peligrosas para el país.

CONSEGUIR UN PASAPORTE ES UN RETO MAYÚSCULO

Alcanzar una autorización de salida del país es imposible, a menos que se tenga “luz verde” de algún Ministerio y sólo cumplidos los 50 años de edad.

Poco después de la independencia, esta ex colonia italiana introdujo el inglés y su rápido aprendizaje fuerza la admiración de todos. ¡Éxito total! La enseñanza es obligatoria y gratuita desde la maternal. El acceso a los cuidados médicos está garantizado a todos. La delincuencia – grande o pequeña – y la corrupción son palabras vacías de significado en esa parte del Cuerno de África.

Aunque está ausente de las estadísticas oficiales, nos confirma Sultán Saad, presidente de la Asociación de la Juventud, que el paro laboral no existe. Lo mismo se diga de las huelgas. Asghedom Tekerte, patrón de una pequeña empresa, confirma que él “no se acuerda de haber conocido alguna.”

AUSENCIA DE DEMOCRACIA

El ultranacionalismo cultivado por el régimen, la omnipresencia del Estado y su control de la vida ordinaria de 4,5 millones de eritreanos, no molesta a la generación de los “ex fighters” – aquellos quincuagenarios que lucharon contra la Etiopía del Negus, Haile Selasié y de su sucesor, “el negus rojo”, general Mengistu Haile Myriam.

Alexandre Aferki dice con satisfacción: “Yo estoy orgulloso de ser eritreo, de poseer un pasaporte y una bandera. Nosotros, los excombatientes, construimos nuestro país”. A los ojos de los veteranos, las libertades individuales cercenadas, la inflación galopante, la austeridad impuesta a todo el pueblo, los mendigos, que abundan por las calles de Asmara, son sólo un accidente del camino, el precio que hay que pagar por el conflicto de fronteras de 1998 – 2000, hasta ahora sin resolver, entre los vecinos: Eritrea y Etiopía. Hoy podría reproducirse con otro vecino más pequeño: Yibuti.

Un diplomático, veterano de la guerra de la independencia, declara: “Las armas se callaron de momento, pero estamos aún en una guerra larvada. Cuando llegue la paz verdadera todo irá mejor. Habrá prensa libre, elecciones y un lugar para una oposición política responsable.”

LA PRUEBA DE SELECCIÓN DE LA JUVENTUD

El último año antes del examen de bachillerato, los jóvenes – tanto las chicas como los muchachos – deben concentrarse para preparar el examen, que da acceso a la universidad, en un enorme “cuartel”, creado en la pequeña ciudad de Sawa, al oeste del país. Esta institución se ha convertido en la estación de selección de la juventud eritreana, que forma una tropa numerosa. Allí se realizan los seis primeros meses del servicio militar. El régimen es férreo:

Levantarse a las 5 de la mañana. Saludo a la bandera. Enseguida se alternan Educación Política y el entrenamiento militar. A las 20 horas descanso para todos. (En este reglamento no consta el horario de las comidas, que depende del entrenamiento militar).

Así se vive de lunes a sábado. Los domingos, los alumnos aprovechan para lavar su ropa. Algunos domingos, por la tarde, proyectan alguna película. Durante estos meses de “noviciado” no se reciben visitas y tampoco hay permisos de salida. Lo demás… depende de los resultados escolares. Los menos aptos para la universidad serán orientados hacia las Escuelas de Artes y Oficios, que están bajo el dominio del ejército, allí aprenden profesiones técnicas necesarias para que el ejército funcione bien y los alumnos, que aprueban son declarados “aptos para todo servicio”.

Los más inteligentes se van a la universidad o a las Escuelas Militares Superiores de donde salen con el título de “oficiales”.

TAREAS DE RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

Con este sistema, son los militares quienes han recuperado millares de raíles y de traviesas, que andaban dispersos por todo el país y han vuelto a poner en servicio la única línea de ferrocarril dejada por los italianos.

También son ellos quienes, con la ayuda de millares de jóvenes artesanos, reparan y renuevan las carreteras, construyen puentes y presas para los pantanos, que son el orgullo del régimen, también levantan los edificios administrativos y los bloques de viviendas. Los ingenieros militares están por todas partes muy activos.

LA ENSEÑANZA SUPERIOR

Ya decíamos anteriormente, que los mejores alumnos eran orientados para la universidad, el problema es que en Eritrea no hay universidad desde que se cerró la de Asmara y se dividió, en aras de la descentralización, estando las diversas facultades dispersas en varios colegios regionales. Por ejemplo: A media hora de Keren, en la carretera que va al Sudán, se encuentra la única Escuela de Agricultura del país. Allí, en un paisaje lunar, se forman los agrónomos y veterinarios, los especialistas del medio ambiente y los futuros directores de las granjas y haciendas del Estado.

Los barracones austeros alineados sobre el suelo desnudo más parecen un acuartelamiento del ejército. Esta escuela, que cuenta con un millar de alumnos, no parece un campus universitario. Las aulas y los laboratorios (que cuentan con equipamientos modernos) se caracterizan por la misma austeridad. Los dormitorios albergan a más estudiantes de los previstos y no tienen agua corriente, una desolación únicamente aliviada por algunas láminas piadosas y posters colgados de las paredes.

El decano, Semere Amlesom, explicaba: “Aquí los estudiantes no están tentados como en la ciudad. Ellos saben que tienen que trabajar duro, para pasar de curso y continuar. Los que no consiguen las calificaciones suficientes son puestos a disposición del Ministerio de la Educación Nacional, para que vea lo que puede hacer con ellos”.

Cuando obtiene su diploma, el joven eritreo continúa ligado al Estado. Debe dar un año de servicio al ejército, para conseguir su tarjeta de desmovilización, que tendrá que presentar con frecuencia en los controles de identidad en las carreteras, donde las barreras abundan, a la entrada y salida de los centros urbanos, en la ciudad.

¿QUÉ FUTURO TIENEN LOS JÓVENES?

Con el pretexto de la amenaza militar que representa Etiopía desde el conflicto de 1998, únicamente el Estado tiene poder de decidir el porvenir de los jóvenes en función de las necesidades del país. Algunos irán a trabajar en los ministerios o serán empleados en las empresas públicas, otros serán personal auxiliar asalariado en los hospitales o maestros y profesores en las escuelas y colegios. Unos serán destinados a trabajar en las ciudades, mientras que otros serán trasladados a las zonas rurales más lejanas. Todo viene decidido desde arriba. No hay apelación posible y, según un testimonio que se esconde entre bastidores, los destinos no tienen un plazo definido, por lo menos para los muchachos. Por el contrario, las jóvenes son liberadas rápidamente de toda obligación paramilitar, para que puedan casarse. Muchas trabajan en el sector privado, monopolizan el servicio de cafés, bares y restaurantes como camareras y en los comercios y tiendas se emplean como dependientas, lo mismo pasa en los hoteles de la capital.
Este “embrigadamiento” es mal soportado por los jóvenes.

Maestros enviados al “culo del mundo”, se eclipsan y vuelven a Asmara, viviendo ocultos como si fueran clandestinos… Algunos funcionarios civiles destinados en algunos ministerios se ocultan y pasan a trabajar en el sector privado. Si los coge un control de la policía pueden ir a la cárcel. Hay quienes intentan escaparse del país. Utilizan la frontera de Etiopía, a pesar de ser la vía más peligrosa, o atraviesan el Sudán con la esperanza de llegar a Europa. El viaje cuesta unos 1.500 € por persona. Muchos funcionarios ahorran, para poder continuar los estudios superiores en alguna universidad europea. No tenemos estadísticas, que determinen la amplitud de este fenómeno. Las autoridades etiópicas en un informe confidencial enviado a la ONU afirman, que entre los estudiantes, funcionarios, soldados y trabajadores sociales, unos 500 atraviesan sus fronteras anualmente. No nos parece exagerada esta cifra, es la medida de la hemorragia, que sufre Eritrea. En esto Eritrea se parece a los demás países del Continente, posiblemente sea éste su único punto común

Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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