En Kisangani grupos de mujeres fabrican jabón, por Antonio Molina

11/02/2008 | Bitácora africana

En el estado generalizado de abandono en que se encuentran las carreteras y caminos, (algunas, desde la independencia en 1960, no han sido reparadas), no es extraño que las regiones del interior del Congo sufran ciertas penurias de artículos de primera necesidad, como el azúcar, el jabón, la sal, los fósforos y otras muchas cosas que a nosotros, ciudadanos de la sociedad de consumo, nos parecen necesarias para la vida de cada día.

Falta jabón en Kisangani

Existe una palmera, que produce unas nueces (la nuez palmista) cuyo aceite oleoso se puede transformar en jabón. Un grupo de mujeres lo ha intentado con éxito, gracias a la colaboración técnica de varias ONG’s.

La cosa empezó en 1996–97, cuando la invasión de esta zona del Congo por las tropas de Kabila padre para derrocar al dictador vitalício Mobutu. Además, esa región oriental del Kivu Norte y Sur, desde hace muchos años estaba infestada de bandidos, rebeldes y facinerosos de todo pelaje.

La fábrica de jabón que funcionaba en Kisangani cerró sus puertas. La situación del país, dividido en varias zonas de influencia por las diversas facciones en conflicto, hacía imposible la importación de jabón y otras muchas mercancías, que venían, sea de otras regiones del país, sea del extranjero.

Ante la carencia de jabón, algunas mujeres se reunieron y probaron las fórmulas tradicionales, que alguna vieja recordaba aún, con el aceite de la nuez de palma, pero el jabón que fabricaron no producía suficiente espuma.

La intervención de algunas instituciones privadas

Ante estas carencias, unos cooperantes estudiaron el problema y buscaron soluciones técnicas artesanales para fabricar no sólo jabón, sino también betún y otros productos de uso doméstico. Kyenia Adoba, supervisor del Servicio del Medioambiente de Kisangani, nos lo recuerda: “Fueron las mujeres, quienes ayudadas por algunos cooperantes aprendieron a transformar la grasa de la nuez de palma, cuyo “aceite”, más compacto y espeso, permite fabricar un “totobi” <jabón>,que produce bastante espuma y es de buena calidad. Además es accesible a todos, por ser muy barato.

A partir de ese momento, todos: mujeres, niños y hombres van a la floresta, para recolectar las codiciadas nueces, que revenden a los fabricantes de jabón. De modo que se ha creado una fuente de ingresos para esta pobre gente, castigada durante años por los conflictos armados en su región.

La sra. Feza Kananga, vicepresidenta de la Asociación de Madres NDIKA (AMANDI), grupo de mujeres que comercializa el “óleo de palmiste”, <ndika, en lingala, una de las lenguas habladas en la región >, dice que “algunas mujeres recorren en bici hasta cien kilómetros para recoger las nueces en lugares casi inaccesibles.”

Un jabón muy apreciado por la gente

Además de por su precio económico, el pueblo reconoce la buena calidad de este jabón. He aquí el testimonio de Ismael Kasongo, vecino de Kisangani: “Yo utilizo exclusivamente el jabón ‘ndika’. Con 10 frs congoleños <más o menos 1 cent de euro> me compro una pastilla. Lo mismo lo uso para lavar la ropa o fregar los cacharros de la cocina, también me sirve para enjabonarme en la ducha. Uno de los fabricantes profesionales, Juan Ngoy afirma: “Nosotros distribuimos nuestra mercancía a los comercios minoristas locales y a los vendedores ambulantes, que van a los poblados, de mercado en mercado por el interior de la provincia.

La fábrica artesana de Juan produce una media de 20 paquetes de 24 pastillas al día. Su venta le produce un beneficio medio de entre 5 a 8 euros. Lo que le permite vivir bien en una región donde muchos no tienen ni un euro al día para sobrevivir. Hace 5 años que inició esta actividad, no muy lucrativa, pero tan útil para la gente.

¿Efectos secundarios?

Algunos Dermatólogos se inquietan por os efectos secundarios de este jabón sobre la piel. Algunos utilizadores presentan irritaciones de la epidermis, después de su uso continuado. Por eso están analizando el jabón para detectar cual es la sustancia causante de ello.

Hay que observar que no es fácil obtener el “óleo de la nuez palmiste”, pues primero hay que triturar la dura corteza de la nuez a mano, con martillo o piedras, algunos utilizan barras de hierro. Luego hay que extraer la “nuez o almendra –el gajo- y a continuación hay que calentarla un poco, para que vaya derritiéndose y suelte el “aceite”.

Inspirándose en los molinos manuales para la mandioca, los “ingenieros locales” están fabricando varios modelos de prensas mecánicas para extraer el aceite y unos martillos mecánicos para cascar las nueces.

Esas máquinas, producidas por artesanos mecánicos de Kisangani, son muy solicitadas por los grupos de mujeres fabricantes de “ndika”; gracias a ellas ahora sufren mucho menos, pues antes todas las manipulaciones eran ejecutadas a mano.

Colas en los molinos

El precio de fabricación de estas maquinas alcanza los 600 euros, los talleres que las producen las venden a cerca de 1000 Euros cada una. El modelo más sofisticado no sólo extrae el aceite, sino que separa las cáscaras y la pasta fibrosa del fruto, lo que facilita mucho el trabajo de los fabricantes de jabón. Estas explicaciones técnicas son las que fue dando Balikolo Ley, copropietario de una fábrica de prensas de aceite de palma, vecina al mercado central de Kisangani.

Las mujeres, que han recolectado alguna cantidad de nueces, forman colas ante los 10 molinos mecánicos que funcionan en la ciudad. Ellas se quejan del tiempo que pierden, pues los molinos sufren muchos cortes de fluido eléctrico, nos comenta León Fundi, consejero de la Asociación de Madres.

No sólo los cortes de energía eléctrica dificultan la fabricación del jabón. En una región, donde se carece de las cosas más elementales como bidones, palanganas, lonas, etc Todo son carencias y dificultades. El transporte también escasea y los trámites de la burocracia administrativa abundan con el fin de “desplumar” a quien produce algo. ¡Esto es una vergüenza!

Antonio Molina Molina

Autores

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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