Empecemos por casa, por Alberto Eisman

13/02/2009 | Bitácora africana

Es innegable que estamos en una situación de crisis económica global y así cada Estado utiliza cada dólar o euro que tiene en lo que cree más urgente. Posiblemente, la ayuda humanitaria y al desarrollo no esté ahora entre las prioridades de los gobiernos, lo cual es comprensible aunque en muchos casos no sea justificable dada la situación de precariedad absoluta que se vive en diferentes partes del planeta.

El Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, hace muy bien haciendo sonar la voz de alarma y pidiendo a los países que se mojen sobre todo en las contribuciones al Plan Alimentario Mundial (PAM), la UNICEF y otros organismos que están en contacto con estas situaciones de emergencia y donde la supervivencia de las personas peligra debido a sequías, hambrunas, epidemias u otros desastres naturales. Es su obligación pedir como creo que es la de los países el compartir con los que tienen menos o necesitan de manera más urgente y pedirles que no se escaqueen de esa obligación moral.

Y es cierto que, especialmente en las presentes circunstancias, hay una «fatiga del donante», el cual acuciado por la situación de pronto pone por delante las prioridades nacionales antes de las exteriores y, por tanto, la disponibilidad presupuestaria de fondos para estas situaciones de emergencia se reduce sensiblemente. Ya se nota el palo que esto supone para los ingresos de las agencias de la ONU y de las organizaciones no-gubernamentales internacionales.

Sin embargo, estos esfuerzos serán vanos si las agencias que componen la ONU no hacen un serio examen de conciencia que se concrete en un análisis en profundidad del impacto de su labor y, sobre todo, de los sistemas que utilizan y los recursos que necesitan para llevar a cabo su misión.

Yo, como en otras ocasiones, voy a hablar de África del Este que es la zona que conozco… No sé cómo será en otras regiones del globo, pero lo que veo lo cuento: creo que la ONU (y las agencias que la componen) necesitan más que el comer una profunda reforma interna que las haga mucho más eficientes y menos costosas.

Si hablamos de hacer a la organización más viable, el Secretario General muy bien podría empezar con los salarios de su personal. No voy a mencionar aquí las escalas salariales vigentes. Están en la página web de la organización y son de dominio público… pero me creerán si les digo que son realmente escandalosas, dignas de grandes hombres de negocios y, además, van unidas a múltiples beneficios, dietas y demás prebendas que hacen que sus vacantes cuenten entre las más codiciadas en los mercados laborales.

Los honorarios de cualquier consultor-especialista para la ONU van de 350 dólares al día para arriba. En un determinado destino el personal con el que hablé recibía 200 dólares diarios como concepto de manutención diaria (para tres comidas y sus correspondientes bebidas, aparte del salario) y lo que sobraba se lo podían quedar. No sé si es que soy demasiado ingenuo, pero estas cifras a mí me dejan fuera de juego, especialmente cuando se pide a la gente que sea generosa y se les intenta convencer para que compre tarjetas de Navidad con el emblema de la ONU.

Con datos así no es extraño que la gente, cuando te habla de esta organización y de sus agencias, te los ponga como una élite muy privilegiada, con estatus casi diplomático y que viven separados del resto de los mortales ora en lujosas mansiones (en las ciudades grandes), ora en protegidos entornos donde no falta de nada (en el terreno, misiones, etc.), disfrutando de grandes privilegios a costa de la pobreza que por desgracia se encuentra en muchos de estos países. Pueda ser que esto suene a exagerado o a pura demagogia, pero esa es la opinión de muchas personas «beneficiarias» que están en el terreno.

¿Son buenas y efectivas en África las agencias de la ONU (PAM, FAO, UNICEF, OMS, etc.)? Yo les diría muy claramente: depende mucho del tipo de persona que está en un puesto determinado. Si es alguien enrollado, con compromiso social, con ganas de hacer cosas… sí, moverá Roma con Santiago para que las cosas funcionen y su labor tendrá un impacto en el terreno. Pero, por desgracia, hay también todo un grupo que ha conseguido entrar en el sistema y se han acomodado en el confortable sillón, viviendo una vida de lánguido y letárgico «funcionariado», interesado en que no cambie su posición de privilegio, yendo de misión en misión y despotricando de lo mal que están los países, cuando no se dedican a obstaculizan cualquier iniciativa de alguna persona con iniciativa que pueda hacerles sombra. En una palabra: la picaresca, la corrupción y el favoritismo existen también aquí de manera muy sofisticada, casi de guante blanco.

Además, el complejo sistema de las agencias dependientes de la ONU supone una inmensa burocratización. Personas válidas, entregadas y dispuestas a dejarse la piel en el terreno se quejan de lo difícil que es incidir en la misma organización para aumentar el impacto y poder hacer su labor de una manera más eficaz y menos onerosa desde el punto de vista administrativo. Ni siquiera los que intentan cambiar cosas desde dentro parecen tener éxito. Muchas de estas personas no ocultan su frustración con la institución pero… ¿qué hacer? Se resignan y continúan ahí haciendo buenamente lo que pueden o lo que les dejan hacer.

Al mismo tiempo, la pesada y gravosa logística contribuye también a un encarecimiento que en muchas ocasiones infla hasta proporciones exageradas el coste final del producto. Si a una determinada región hay que enviar a dos observadores de Derechos Humanos, hará falta primero un ingeniero que vaya a ver el terreno y dar luz verde a una parcela de tierra, luego vendrán los constructores, abrirán una zanja o pondrán alambre de espinas alrededor y se traerán contenedores prefabricados para oficina y residencia con equipo electrógeno, equipo de comunicación, internet, aire acondicionado, seguridad y otros servicios. Una acción simple va con frecuencia acompañada por toda una parafernalia de preparativos, condicionamientos logísticos y administrativos que la encarecen enormemente y que, sin embargo, son una conditio sine qua non para que se lleve a cabo el resto de la misión.

Ni que decir tiene que esta crítica no es otra cosa que un deseo sincero y profundo para que estas agencias, cuya presencia en los países del hemisferio sur es masiva, puedan reformarse, mejorar su desempeño e incidir más en la lucha contra la pobreza. Ojalá que un día no hagan falta, pero mientras llega ese momento el mundo actual necesita que actúen eficaz y eficientemente, utilizando lo mejor posible los recursos a su disposición, evitando que trepas y elementos ineptos se perpetúen dentro del sistema y, si es posible, con un sano espíritu de austeridad. No están los tiempos como para ir encendiendo puros con billetes y menos aún a costa de los pobres… ¿no creen?

Original en : http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php

Autor

  • Eisman, Alberto

    Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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