Elegir bien a los amigos, traducido por María Puncel

4/11/2010 | Cuentos y relatos africanos

Seriamente preocupado al pensar que su muerte podría estar cercana, un hombre llamó a su hijo pequeño.

-¿A quién crées que debería yo encomendarte para el día en yo ya no esté aquí?

-¡A mi primo! -respondió el joven-; es rico y siempre está de buen humor. Es un verdadero amigo.

Lleno de dudas y recelos acerca de esta elección, el padre sugirió a su hijo que pusiera a prueba a su primo, antes de contarle nada sobre el proyecto.

– Me he dado cuenta de que tú lo pasas muy bien en su compañía; pero eso no basta para estar seguro de que existe una verdadera amistad. Y la amistad es algo muy importante para ti, sobre todo
porque te vas a quedar solo.

-¿A quien querrías que yo eligiera?

-A tu tío, por ejemplo.

-¿A mi tío? ¡No! Es muy gruñón, poco generoso y además es dema-
siado mayor para comprender a la juventud.

-Desde luego es mayor que tu primo; y tienes la impresión de que es gruñón porque te da consejos; en cuanto a si es poco generoso lo sabremos cuando le sometamos a la misma prueba que a tu primo.

-Hagamos la prueba, pero estoy seguro del resultado. ¿Y qué crées que el tío puede darme? No tiene casi nada. Mientras que mi primo está forrado de oro.

-El corazón de los que no tienen nada es menos duro que el de los ricos. Si tu primo te acoge generalmente mejor que tu tío es
porque le llevas a menudo un pernil de antílope, un cuenco de vino de palma o un racimo de bananas. Él acoge tus regalos con una sonrisa, ¡no faltaría más! Es posible que sea su estómago tu verdadero amigo y no tú.

Unos días más tarde de esto, el joven fue a visitar sus trampas
de caza y encontró allí un magnífico búfalo.

En vez de matarlo y descuartizarlo, como tenía por costumbre, hizo lo que su padre le había sugerido.

Con una hermosa calabaza de un brillante rojo oscuro, llena de vino de palma, fue a visitar a su primo.

Al principio fue recibido con los brazos abiertos. El vino de la calabaza, sólo con su aroma ya producía su efecto.

Le fue ofrecido un asiento a la sombra en el patio y su prima
trajo unas copas.

Despues de una charla sobre cosas sin importancia, el joven pi-dió a su primo si podría enviar a su mujer a sacar agua del pozo.

– ¡Eyó! -respondió riéndose el primo-;¿para qué que queremos agua si tenemos para beber ese excelente vino de palma?

-Es que -le murmuró misteriosamente nuestro amigo-, es que tengo que contarte una cosa grave y no quiero que ella nos oiga.

-¡Una cosa grave! -dijo el otro poniéndose en guardia-.¿Qué te ha pasado?

-Pues me ha pasado…que he encontrado un cadáver en una de mis trampas. Y tengo que ocultarlo en algún lugar. Y he pensado que tú, que me recibes siempre con tanto agrado podrías guardármelo, por lo menos hasta el anochecer.

-¡Dejar un cadáver en mi casa! ¿Es que no te das cuenta de que si yo aceptase eso que te propones me haría cómplice de tu crimen e incurriría en la misma pena que tú?

-Sí, querido primo, lo he pensado y creo que tú eres el único que puede librame de la pena que me amenaza.

-Yo no quiero tener nada que ver con criminales -dijo secamente
el primo-; y me asombra que hayas creído que yo me mezclaría en semejante asunto.

-Yo no soy un criminal, primo; ha sido un accidente. El hombre ha caído en la trampa, ¡yo no quería que se matase!

-¡Da igual! Si la cosa se descubre tendrás que pagar la multa y la indemnización.
-¿Y que es eso para ti que eres rico y generoso?

-No quiero oir más sobre este sunto. Levántate, llévate tu vino y no le digas a nadie que me has hablado de esta historia.

Ya podéis imginar lo que el joven sintió al recibir un trato tan diferente al de otros días. Vio claramente que no era cosa de insistir. Un poco más y su primo le hubiera hecho arrestar por los guardias del jefe. Se levantó, pues, un poco triste y se fue a contarle su decepción a su padre.

-Ve ahora a proponerle lo mismo a tu tío -le dijo el anciano.
-¿Para qué, padre? No puedo esperar una acogida más cordial que la de mi primo que me quería tanto…

-Sin embargo, tienes que ir.

Temiendo una decepción por adelantado, el joven fue, con la ca-labaza en las manos, a ver a su tío.

-Querría contarte una cosa en el mayor secreto -le dijo.

-¿Es algo malo, no? Y por eso necesitas el secreto.

-No es nada bueno, desde luego.

-Espera a que mande fuera a mi mujer y a mis hijos. Las cosas malas no son para sus oídos.

Después de tomar esta precaución, el tío volvió junto a su visitante y le dijo:

-Ya puedes hablarme ahora, estamos solos tú y yo.

-He matado a uno.

-¿Se sabe?

-Nadie lo sabe, sólo lo sabemos tú y yo.

-En ese caso habrá que ocultar el cadáver.

-No sé dónde esconderlo.

-¿Está lejos de aquí?

-No mucho; está en el bosque, en una de mis trampas de caza.

-¡Atención! Disimula tu preocupación; mis hijos vuelven de la fuente. Tomemos una copa de tu vino de palma. Eso les hará pen-sar que has venido a traerme un regalo y a nosotros nos dará tiempo para pensar.

-¿Qué piensas hacer, tío?

-Primero bebamos. Después iremos a recoger el cadáver antes de aque nadie sepa nada. Nadie sospechará que está en mi casa…que tú visitas tan raramente.

Al oir estas palabras el rostro de nuestro cazador se llenó de alegría al descubrir la verdadera amistad.

-¡Tío -exclamó levantandose contentísimo-, acabo de descubrir que se puede ser generoso aunque no se sea rico!. La verdad es que yo no he matado a nadie y no tengo nada que esconder salvo a un hermoso búfalo.

-¿Un búfalo?

-Si, y ya que habías aceptado esconderlo en tu casa, cuando creías que era un cadáver comprometedor, voy a pedir a mi padre que me permita poder traértelo.

Y, sin más explicaciones, se lanzó a la carrera hacia su casa para anunciar a su padre que había encontrado un amigo, un ver-dadero amigo, a quien podría confiarlo cuando él muriera.

Y evidentemente, fue al tío, el hombre al que el padre confió a su hijo, y fue al tío al que desde ese momento el joven ofreció su vino, su caza y sus bananas.

La prudencia de su padre le había enseñado que hay dos formas de amar. La que muestra el leopardo frente a un antílope, porque le gusta su carne, no es igual que la que le había mostrado su tío dispuesto a ayudarle.

La verdadera amistad es la desinteresada.

(Tomado del libro «Sur del lèvres congolaises», pág.173)
texto original: Olivier de Bouveighi
traducción del francés: María Puncel

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