Elecciones en Senegal: la fuerza de la religión

25/02/2012 | AfroIslam

Senegal: Candidatos y Hermandades


En Senegal los potentes murides pueden cambiar el curso de las elecciones presidenciales del 26/02. Pero, este año, el califa no ha dado consignas de voto a favor de son discípulo Wade

Senegal no juega con las hermandades religiosas. Y el pánico ha ganado al poder a solo diez días de la elección presidencial del 26 de febrero, cuando un policía ha arrojado una granada lacrimógena dentro de la mezquita El Hadj Malick Sy, en Dakar. Centenares de fieles de la hermandad Tiyani estaban reunidos este viernes del 17 de febrero, día de la gran oración. El Ministro del Interior y el de Cultos y el portavoz del presidente han multiplicado las excusas ante los sufís tiyanis, la hermandad más numerosa del país, 40 % de la población.

Los dos días de protesta que siguieron, en un clima ya tenso desde hace algunas semanas, no eran consecuencia solamente de la profanación del santo lugar. “Había un espíritu de revancha hacia la hermandad de los murides, que están apoyados por el poder”, explica Fadel Barro, uno de los líderes de “Y’en a marre” (en francés: Basta!), movimiento de los jóvenes opositores al presidente saliente, y candidato a su propia sucesión Abdelaye Wade.

Abdu Diuf, su predecesor, había conseguido obtener las gracias del califa de los murides en su tiempo. Pero “Gorgui” Wade, el “Viejo” en lengua wolof, ha ido más lejos. Es el primer presidente muride, “un presidente discípulo”, se dice de él en Dakar, título que reivindica abiertamente.

Casi todos los candidatos al escrutinio presidencial han hecho su peregrinación a Tuba, la ciudad emblemática de los murides, a 200 km al este de Dakar. Allí se levanta la imponente mezquita con sus cuatro minaretes que se imponen a la vista desde muy lejos. Y recibe el portavoz del jeque Mbacke, hombre parco en palabras, un tono bajo, una cara casi de niño.

“Es poderoso, asegura uno de los visitantes. Es el ojo, la voz, las piernas y la oreja del califa”. Esta hermandad musulmana de obediencia sufí, típicamente senegalesa, y sin embargo menos numerosos que los tiyanis, está considerada como la más potente del país, con sus 4 millones de fieles, es decir la tercera parte de la población.

Los murides son un Estado en el Estado. Tuba está bajo la autoridad exclusiva del califa, potencia espiritual, política y económica. Y consecuentemente muy cortejada por los candidatos.
Entrando humildemente en esta ciudad levantada sobre las arenas hace un siglo, los políticos no tenían más que una idea en la cabeza: volver con un “ndinguel”, una orden emanada del califa a sus discípulos. En otras palabras, una consigna de voto.

El más ostentoso y singular de los demandantes era sin ninguna duda Abdelaye Wade, que se presenta por la tercera vez. Candidatura que se presenta a pesar de sus 86 años, a pesar de una rabia popular amplia y disparatada, y también a pesar de la opinión de los juristas independientes que la juzgan anticonstitucional. ¿Un “ndinguel” del califa de los murides aseguraría sin duda su reelección a la presidencia del Senegal?

No es tan sencillo. La victoria del 1968, un triunfo en cálculos puramente contables, produjo violencias numerosas violencia y la declaración de estado de urgencia. Para la oposición, esta reelección suponía un fraude electoral.
“No es un morabito que va a decirme a quién votar”, dice el taxista, “y los senegaleses son muy creyentes pero saben distinguir entre un voto y su hermandad”. “Sin embargo, aún teniendo en cuenta esto, es siempre mejor estar apoyado por los morabitos”, reconoce.

Después de su victoria del 2000, Abdulaye Wade corrió a prosternarse a los pies del califa de aquella época. Este gesto le valió un editorial ácido de Useinu Kane, profesor de filosofía de la Universidad de Dakar (UCAD), en el periódico Walfayiri. Bajo el título “La República tumbada”, el editorialista se indignaba: “Yendo con tanta precipitación y de ostentación hacer un acto de sumisión a otra parte, es como si robáramos al pueblo su victoria. La imagen del futuro presidente, con la cabeza baja delante del califa chocó incluso a los mismos creyentes”.

Doce años más tarde, antes la gran Magdal de Tuba, el presidente reiteraba: “El poder que yo tengo viene de Tuba. Es por eso que pongo Tuba por encima de todo”. ¿Convicción religiosa o esperanza de un nuevo apoyo? Desgraciadamente para él, el califa general ha (oficialmente) elegido de permanecer neutro ante esta batalla electoral explosiva.

“Antiguamente, los grandes morabitos eran como los grandes electores. Hacían ganar fácilmente las elecciones. Hoy, el mundo es más complejo”, explica Sidi Lamine Nyase, director del grupo de prensa Walfayiri. Si los grandes morabitos dudan en sostener abiertamente la candidatura de Wade, “no es lo mismo en las mezquitas de los barrios. Los murides constituyen todavía una base electoral”, analiza Babakar Gueye, presidente la Universidad privada de Ciencias Sociales de Dakar.

El presidente Wade recompensó la hermandad con cuantiosos regalos ofreciendo más de 900 hectáreas de bosque y lanzando programas quinquenales de modernización de Tuba. Regalos a los que la hermandad no es insensible. “Los murides son grandes morabitos carismáticos y cultivadores de cacahuetes y cuyo prestigio se apoya más en las cualidades taumatúrgicas y de “patrón” que sobre las ciencias islámicas”, escribe Christian Coulon en su libro “Los musulmanes y el poder en África negra”(Karthala, 1983).

“La religión es insoslayable y sus intereses se entremezclan con las del Estado», confirma Sidi Lamin Niase. Este patrón de la prensa señala que la electrificación, la urbanismo, el desarrollo, todo pasa por los jefes religiosos que pueden movilizar la mano de obra, terrenos, redes. “Es útil incluso para obtener un simple pasaporte”, constata. Pero este fino observador e islamólogo estima que “la estrecha complicidad entre lo religioso y las políticas toca a su fin”.

Porque el compromiso ostentatorio de Wade , presidente a final de carrera, a favor de los murides molesta. “El islam senegalés es muy abierto pero es importante preservar la laicidad del Estado”, dice el sacerdote Alfonso Seck, secretario ejecutivo de la comisión episcopal de justicia y Paz.

No hay que pensar sin embargo que esto pueda alimentar confrontaciones entre hermandades. “Senegal no está amenazada ni por el etnicismo ni por el radicalismo religioso”, dice Niase.
Pero las hermandades pesan siempre de manera difusa en los debates políticos. “En Senegal no existe un animal político como Wade. Él ya sabe lo que hace favoreciendo Tuba”, comenta el director de Walfayiri. Aún limando los principios de la laicidad el Jeque Mbacke ilustra la cuestión a su manera diciendo: “El muridismo y el Estado senegalés son como los dos cuernos de un buey: no se topan nunca pero son inseparables”. Abdulaye Wade lo ha comprendido desde hace mucho tiempo.

Christophe Châtelot

Fuente: Le Monde

Mikel Larburu, editor de AfroIslam

[Fundación Sur]

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