El vertido del Danubio y los 400 niños muertos en Nigeria, por José Carlos Rodríguez Soto

13/10/2010 | Bitácora africana

Uno de los temas que nos preocupan durante los últimos días es la contaminación del Danubio, consecuencia del vertido tóxico de barro rojo procedente de una planta de aluminio en el Oeste de Hungría. A causa de este hecho, que se ha calificado de “catástrofe” han muerto hasta la fecha cinco personas, otras cinco están desaparecidas y hay 150 heridos. Desde el pasado lunes 4 de octubre los medios de comunicación nos tienen puntualmente informados de este hecho del que, naturalmente, nadie puede decir que no sea grave ni preocupante. Me perdonarán, sin embargo, si una vez más me pongo a comparar (cosa que no creo en absoluto que sea odiosa) y esta vez les hablo de Nigeria, donde por lo menos 400 niños han muerto por una intoxicación masiva de plomo en el norte del país. Ni que decir tiene que la prensa occidental no ha dado una importancia ni remotamente parecida a este hecho, sin duda mucho más catastrófico que el del Danubio.

Todo empezó a principios de este año, cuando en el Estado de Zamfara, en el norte de Nigeria, empezó el programa anual de vacunaciones. El personal sanitario se dio cuenta de que había una mortalidad infantil muy elevada y muy poco habitual en esta región, hasta el punto de que en algunos poblados ni siquiera se veían niños. La gente de los poblados decían que los niños habían muerto de malaria, pero cuando la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras empezaron a realizar análisis de sangre se dieron cuenta de que mucha gente tenía cantidades muy altas y peligrosas de plomo en la sangre.

Un equipo de investigadores de la ONU empezó entonces a indagar las causas y descubrieron que esta intoxicación masiva a causa del plomo se debía a la práctica de la minería de oro ilegal, en la que se extraen decenas de rocas con plomo que son llevadas después a los pueblos para procesarlas. En este trabajo participan muchas veces mujeres y niños. La tierra extraída, llena de plomo, una vez que se ha buscado el oro en ella, se suele arrojar a fuentes de agua que la gente utiliza para beber y cocinar, y también a otros lugares donde los niños acuden a jugar. El envenenamiento por plomo, a pesar de que puede ser tratado, provoca daños irreparables en el sistema neurológico de los niños. Causa reducción de la capacidad intelectual, trastornos de conducta y pérdida de control de los músculos. Los expertos de la ONU han alertado también de que esta contaminación es una amenaza para los niños que aún no han nacido, ya que pasa directamente a través de la placenta.

Hasta hace pocas semanas se dijo que los niños que habían muerto a consecuencia de esta contaminación eran 200, pero hace pocos días hemos sabido que son más del doble, y la mayor parte de ellos –según Médicos Sin Fronteras- tenía menos de cinco años. Además, se cree que varios miles de personas pueden haber sido afectadas y estarían en riesgo de desarrollar enfermedades graves. A esto se han añadido otras dos complicaciones: en primer lugar, que muchas familias no acuden a los centros médicos porque piensan que lo que sus hijos tienen es malaria, y además se sospecha que puede haber muchas otras víctimas sin notificar porque en Nigeria ahora están en temporada de lluvias, y esto dificulta la movilidad.

Sin duda, no faltarán los que piensen que la culpa es de los nigerianos que viven allí por dedicarse de forma irresponsable a una actividad tan peligrosa y exponer a sus hijos a sus nefastas consecuencias. Pero cuando se ha vivido en África y se ha visto lo difícil que la gente suele tener la vida en zonas rurales apartadas y con poco futuro, uno se explica que en el subconsciente colectivo se desarrolle un deseo imparable de conseguir dinero para subsistir de cualquier manera y sin pensar mucho en las posibles nocivas consecuencias que esto puede tener para uno mismo y para los que viven a su alrededor. Durante los años que viví en Uganda he visto a infinidad de personas abandonar sus poblados, irse a lugares lejanos y arruinar su salud después de marcharse a probar fortuna en terrenos de aluvión donde la gente iba a buscar oro.

Lo más triste de este caso es que las víctimas han sido niños muy pequeños. Y también que mientras no perdemos detalle de la posible contaminación del Danubio, casos mucho más grave como este ocurrido en Nigeria nos traigan sin cuidado.

Autor

  • Rodríguez Soto, José Carlos

    (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

Más artículos de Rodríguez Soto, José Carlos