El serrín de la colonización. De El Cabo de Buena Esperanza hacia el norte; aventureros, desterrados y diamantes (V) Oranjemund y la zona prohibida, por Rafael Muñoz Abad

10/01/2017 | Bitácora africana

Me falsifiqué un certificado del departamento de geología de La Universidad de La Virgen del Pino para enseñárselo a los guardias del control de acceso a Elizabeth Town. Uit klim hier ¡- fuera de aquí en afrikaans – me dijo el jefe. Un namibio blanco de unos cincuenta años en uniforme azul. Es la tercera vez que intento colarme hacia Elizabeth… El valor intrínseco del dinero no existe más allá del de su papel y algo similar ocurre con el del diamante pues nada más que carbono cristalizado es. Y genio es el que logra dar valía a lo que genuinamente no lo tiene; tornándolo en objeto de deseo para después limitar su acceso y convertirlo así en mito o imagen de algo. Diamantes y amor; menuda osadía. Quien fiscaliza la ambición siempre bien se lucra y ese caballo no suele perder por muy gordinflón que sea su jinete, que suele serlo.

Oranjemund es una localidad curiosa cuyo nombre se debe al rio Orange que hace de frontera natural entre Namibia y Sudáfrica. Curso que su vez debe su dictado a un tal Guillermo de Orange y el desparrame luterano que sufrió el sur de Africa con la prohibición de la libertad de culto en Europa, pero es esa otra historia de picas y catecismos que aunque lejos [no] nos queda, no viene a cuento.

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No sé qué tiene esta tierra ocre y pelada que atrae a caminantes y gentes despreocupadas. Andarines de media Europa empezaron a llegar aquí desde finales del siglo XIX y posiblemente algún loco mucho antes. Despegados, naturalistas y huidos; todo de una manera bastante discreta hasta que se descubrieron los filones de diamantes y el día después ya pueden suponer que todo cambió.

Por mucho carnet del departamento de La Virgen del Pino que tenga, no soy geólogo así que no puedo esclarecerles porque la tierra escupe diamantes en la franja costera que se extiende desde el sur de Lüderitz hasta la frontera con Sudáfrica. Oranjemund no es una municipalidad más. La localidad y sus casas prefabricadas están administradas por Namdeb. Una filial del gigante De Beers; indiscutible mayorista del “amor” y los brillantes que paga la luz y el agua de la ciudad. Llegar por tierra es una paliza en vano pues el hermoso botín visual que es la carretea y sus meandros en gargantas ocre y teja que retuercen la dermis más vieja del planeta, desaparece tan pronto divisas la prefabricada techumbre de Oranje. Aquí los curiosos y visitantes no han sido bienvenidos durante décadas y se requería de un permiso de entrada pues se consideraba Sperrgebiet o zona prohibida. Un amigo trabajó allí unos años y recuerdo como siempre me decía que era como residir en una base marciana. Supongo que una cosa es ir de paso y otra vivir aislado y rodeado de diamantes que no te puedes pringar. De camino pasas por las minas de Rosh Pinah, a unas cincuenta millas, que ya son un poco Valles Marineris y como buena ciudad minera que se precie, el forastero es sospechoso de todo y dicta la norma de los que por eso de ser vagabundos de la carretera en gasolineras dormimos, que debes gastar dinero en el lugar. Hasta los lagartos saben que has llegado.

El Sperrgebiet es un vallado en alambrada y postes de madera que con el descubrimiento de diamantes se empezó a levantar en 1908 por la administración alemana del Káiser y que encierra a un descampado de más de 25,000 kilómetros cuadrados – unas diez veces la isla de Tenerife – cuyos postes originales aún se conservan en perfecto estado… Namibia, humedad negativa. El otro lado de la alambrada siempre ha sido tentación y deseo de aquellos que buscaron enriquecerse y la narrativa local está preñada de historias de aventureros en pos de fortuna. Relatas algunas que, desvirtuadas a causa de la tradición oral, parecen sacadas de un guion de aventuras. Los hubieron que al amparo de la oscuridad desafiaron las peligrosas playas de Costa esqueletos y después no pudieron salir y allí de sed murieron; los que cruzando la valla en algún punto se internaron y acabaron caminando en círculo en el gran cuarto vacío de la arena naranja hasta que la falta de agua firmó su agonía; algunos tuvieron éxito y anudados a las patas de palomas, sacaron diamantes pero quizás ellos no pudieron salir del mar de dunas; y es que el desierto te mata entregándote la libertad de vagar por él. Hermoso y generoso en su crueldad.

Quien conoce el andar en el desierto sabe que en noche cerrada la más modesta fogata quiebra el oscuro silencio bajo un indiscreto destello que es visible a varias millas. Aquella noche algo llamó la atención de los guardas que prestos ensillaron sus dromedarios y al resguardo del lecho seco del rio hacia allí se dirigieron; hallaron a un negro que en delirios de sed agonizaba tras una lumbre ya ahogada en cenizas y alimentada por espinos. Les confesó que sus compañeros habían ido a la poza de Auros a por agua pero hacía ya varios días que les esperaba…estaba desnudo, pues para espantar a las hyenas que habían cercado la escuálida hoguera que su vida custodiaba, tuvo que arrojar sus ropas y zapatos al fuego. Murió al cabo de varias horas y los guardias lo enterraron con sus propias manos allí mismo bajo dos palos cruzados sin epitafio alguno más que el aullido de un chacal que tan pronto se dieron la espalda ya escarbaba la tumba en busca de carne. También me gusta la historieta de dos centenares de negros que fueron contratados para trabajar en el afloramiento diamantífero de Kolmanskop – el más célebre caserío fantasma de Namibia y que está abierto al público pues supuestamente los diamantes se agotaron…- y que por discrepancias con la paga y desconocimiento de las distancias, no se les ocurrió mejor idea que echarse a caminar por la costa pensando que el poste fronterizo de Oranje estaba ahí…y sí, estaba ahí, a unos trecientos kilómetros de dunas hacia el sur…Cuando baja mucho la marea y el viento ha soplado con buena sinfonía, no es difícil encontrase cráneos y restos óseos de estos desgraciados. Hoy en día el Sperrgebiet está bien custodiado y sólo a un suicida se le ocurriría jugarse el pellejo en esta ruleta rusa con el diablo y la arena.

¿Alguna historia de éxito contrastada? Pues sí, pero la indiscreción y el despilfarro en un salón de Ciudad del Cabo dio entre rejas con un rufián pelirrojo que discretamente y de la mano de un bosquimano se internó en el Namib. En la vista desveló que había planificado el golpe durante años y esperó a la temporada de lluvias, que conocía los pozos vivos de agua y las distancias y enfilaciones entre ellos, demás de haber adecuado su cuerpo a restricciones de agua y comida durante meses de preparación. La recopilación de relatos y declaraciones de los guardias del Sperrgebiet, que coleccionados en Gateway to adventure, de Honeyborne Pat, recogen el testimonio de la policía que a lomos de dromedarios patrullaba el desierto en busca de merodeadores y ladrones. Un sobrecogedor tratado de cómo morir de codicia.

Si visitan la fantasmagórica localidad germánica y pesquera de Lüderitz, donde se procesa la merluza que compran en el Mercadoña y a la par primer asentamiento alemán y tumba de los últimos nazis que plácidamente allí murieron de viejos celebrando el cumple de Hitler mientras bebían cerveza Windhoek y comían chucrut, les recomiendo un largo paseo por Agatha beach. No violaran la ley pues está en el lado legal de la cerca…Allí te puedes pasar horas recogiendo piedras semipreciosas en la playa; esas que aquí te cuestan diez euros. También es interesante visitar Kolmanskop y hurgar en la arena a ver si hay suerte…igualmente está en el lado legal y no hay turista que se precie que no llene una botellita de arena. De manera legal, al Sperrgebiet se puede entrar por Elizabeth gate o por Oranjemund, pero no es sencillo lograr un permiso e incluso los trabajadores de las minas acaban su jornada pasando un scanner para comprobar si se llevan algún cristal en la tripita. La zona poco a poco evolucionará hacia el gran filón que puede representar el turismo de lo mítico y lo prohibido; por mi parte, en septiembre volveré a mentir a la entrada de Elizabeth a ver si a la cuarta va la vencida.

@Springbok1973

cuadernosdeafrica@gmail.com

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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